En el puente tras las luces fantasmagóricas que emiten el radar y los controles, el oficial de guardia oteaba el horizonte. Arriba el cielo estrellado como solo en la mar se puede ver, alrededor la más impenetrable de las oscuridades, los doscientos metros de eslora se muestran insignificantes ante la inmensidad del océano, lo que en puerto parece un titán de hierro, aquí en su medio se muestra como un insecto.
Así me vi durante muchos años surcando mares para traer el pan a casa, así se ven muchos compañeros algunos por devoción, otros por obligación y a otros no les dejan.
Si existe de verdad un ser todopoderoso debe ser una mujer, las hembras son las únicas capaces de insuflar la vida. Y si existe un reflejo de esta diosa ha de ser la mar, donde empezó la existencia y donde por desgracia termina la de muchos.
Llevamos un triste comienzo de año entre los marinos españoles, el “Mar Nosso”, el “Santa Ana”, “Mar Marín”… se unen a la lista interminable de pecios, a las viudas e hijos que no volverán a sentir los abrazos firmes con aroma de sal de los que Neptuno reclama para si.
La mar está furiosa con nosotros, y su ira es terrible: tsunamis, plagas de medusas, olas solitarias… y lo está con razón: la explotamos, contaminamos, la usamos como basurero… lo malo es que siempre catan los más indefensos, los que a menudo la respetan más. Nos ponemos las manos en la cabeza ante un derrame de hidrocarburos por el naufragio de un petrolero, se señala a los marinos con dedos acusadores, pero no a las millones de toneladas que se depositan por vía aérea en ella. Esas no salen en las fotos, esas no interesan.
Una profesión repudiada desde hace siglos por nuestros gobernantes, España siempre ha sido un país de espaldas al mar, con la capital en el punto más secano posible, donde las derrotas aun pesan: la invencible, Trafalgar, Cuba… Si hubiésemos sido un país normal la capital hubiera sido la puerta del mediterráneo: Valencia o Barcelona, esta última opción sería graciosa por ver como hubieran evolucionado los nacionalismos ¿Alguien se imagina Madrid pidiendo la independencia? Y si hubiéramos sido un país con cojones la capital seria Lisboa, la puerta del Atlántico, la partida al nuevo mundo.
Es de vergüenza, como hoy en día, con cientos de marinos en paro siguen, por intereses de los propietarios de buques (perdóneme pero me niego a llamarlos armadores, de esos aquí ya no quedan) nuestra profesión sigue apareciendo en catálogos de difícil ocupación.
En Tarifa y Algeciras jóvenes preparadas tienen que ver cómo se les niega ser azafatas de barcos que unen sus puertos con Ceuta y Tánger mientras los llenan de Estonias. En mis tiempos en Grupo Boluda nos mandaban maquinistas y terceros oficiales de puente cubanos, en una ocasión un elemento de estos vino con un título de primer oficial falsificado ya que descubrimos con pavor que no sabía leer.
Y como este se podrían contar cientos de casos mientras los empresarios solo buscan traer mano de obra barata, sin preparación, explotada a duras horas de navegación y puerto. Recuerdo una frase de Vicente Boluda: “¡cuándo me van a dejar poner el 100% de la tripulación cubana!”, todo por ahorrarse cuatro euros mientras cobraban subvenciones de esta parodia de país.
Los barcos de pesca zarpan con más de la mitad de los marineros marroquíes por pactos con Hassan. La antaño orgullosa flota pesquera gaditana se encuentra atracada en Agadir, pero no os engañéis los dueños son los mismos: explotadores que por aumentar sus beneficios niegan el pan a sus vecinos.
Nuestros gobernantes, por supuesto, no harán nada por cambiar la situación. Dirán como siempre, “en otros países están peor… aquí y allí ocurre lo mismo” pero no miraran a Brasil donde ha salido una ley que obliga a que el 80% de los trabajadores de los cruceros con su bandera sean brasileños… No, no interesa mirar a quienes no te dan soborno, los trabajadores solo servimos para dar votos.
Y mientras ella continua furiosa, nos golpea, nos destroza y se acabará tragando nuestra civilización. Cuidado pues hemos despertado la ira de la diosa.