Ahora que más o menos sé de qué va esto del joven omnipresente Nicolás y que lo he visto y oído en Tele 5 concluyo provisionalmente que me gustaría tenerlo como yerno. A ver si alguna de mis hijas se espabila y lo conquista porque a ese muchacho en lugar de atacarlo tanto deberían darle el premio Nobel del Presente-Futuro. En Tele 5 observé a tres polemistas envidiosos –sobre todo el de Abc– a los que les jodía que un “niño” de 20 años supiera hacer dinero y relaciones públicas y explicarse muy por delante de su edad, con toda tranquilidad, rebatiendo los intentos de los tertulianos por sacarle lo que no pudieron.
Los tertulianos son de esos que afirman de vez en cuando lo que yo llamo el eslogan del síndrome de USAcolmo: “Esto en Estados Unidos no pasa”, sostienen, comparando a España con el país de la hamburguesa maligna para que siempre salga perdiendo España. Pues EEUU está lleno de Nicolases de todas las edades y se ganan la vida así, medrando, desarrollando relaciones públicas en plan lobby y además de esa manera contribuyen al desarrollo del país porque a eso lo llaman desarrollo o parte de él.
En otro tiempo fue Mario Conde uno de los grandes atractivos de los jóvenes amigos del “pelotazo” en los años ochenta. Hoy puede ser Nicolás, ese zarito Nicolás que además se llama nada menos que Francisco Nicolás, dos nombres reales y nobles y ahora, uno de ellos, hasta eclesiástico atrevido. ¿No será mejor que nuestros jóvenes se fijen en ese muchacho que en el melenudo de la colita Pablo Iglesias que lo quería subvertir todo hasta que decidió elaborar un programa económico propio del PSOE de finales de los setenta y algo de los ochenta cuando Alfonso Guerra estaba dando guerra hasta que se lo cargaron?
En España ya teníamos desde hace tiempo conseguidores parecidos al zarito Nicolás. Me acuerdo de la película La escopeta nacional, de Berlanga. Ahí tienen ustedes al conseguidor, un personaje que actúa como intermediario entre el empresario catalán que fabrica porteros electrónicos para edificios y el ministro del ramo más un político fascista latinoamericano, amigo del ministro.
Lo que me pregunto es por qué el zarito Nicolás no se ha callado y ha seguido con sus negocios y sus espionajes. Porque si tiene veinte años su porvenir hubiera sido asombroso, de Wall Street para arriba, vamos, brutal, brutal, como dicen ahora los progres cursis: brutal, tío, brutal. El niño está “petao” (otra palabra moderna) de arte en el campo de las relaciones públicas, ya quisiera tenerlo yo como profesor invitado en la facultad en la que trabajo, dando clases en el grado y en un máster de la materia.
Ignoro la causa de tanto jaleo porque haya colaborado con los espías, cualquiera sabe que las agencias de espionaje fichan a jóvenes en la enseñanza para que se infiltren aquí y allá, para que observen profesores por un lado y otro. Yo hace años he llegado a dirigirme en alguna de mis clases a mis posibles y abstractos espías para que pusieran especial atención en lo que iba a decir. Cuando servidor era estudiante, en época franquista, los que estábamos en la subversión conocíamos a los bedeles chivatos de la policía político social de Franco para utilizarlos o no.
El zarito Francisco Nicolás ha logrado el don de la ubicuidad y unas amistades no peligrosas sino todo lo contrario. Y en lugar de levantarle un altar al emprendedor más emprendedor de todos los jóvenes emprendedores lo veo con querellas y con unos periodistas –o eso dicen que son- haciendo de jueces inquisidores y celosos en la televisión: “¿Hizo usted esto o lo otro?”. “Quiero que a la pregunta que le voy a hacer conteste usted con un sí o con un no”. Y el zarito Nicolás respondía sin problemas y con toda tranquilidad. Y los interrogadores se enervaban más y más. A este muchacho lo quiero ya en mi familia, que me cuente cosas como suegro para que me divierta aún más de lo que me divierto. Como a mí me gusta mucho Lenin, si el zarito, una vez en el seno familiar, se me pasara de rosca, ya sabría lo que hacer con él: mandarlo a Siberia a que hiciera negocios con los pingüinos. DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig pequeño Nicolás