Su vida tenía mucho de valle verde donde emprender carreras hasta perderse en él o enredarse y confundirse con su yerba fresca y verde. Fue alumna en mis clases, terminó sus estudios, empezó a trabajar como periodista, se emparejó y tuvo una criatura. Lo normal, aunque esta vida se lo ponga hoy tan difícil a los jóvenes. Mucho mirar por el no nacido –que me parece excelente- pero qué angustias y cómo matan poco a poco a los que ya han nacido desde hace años.
Pudo conseguir una plaza de profesora en la universidad. Tenía vocación y se encontraba a gusto. Con razón, la universidad tiene muchos problemas que le llegan desde dentro y desde fuera pero es –para mí- el trabajo más hermoso del mundo: la docencia, las vivencias al lado de mis alumnos, de mis colegas, el descubrimiento cada día de algo nuevo, el estudio de la vida misma…
Mi alumna ya era mi colega pero siempre la sigo viendo como mi niña alumna, como esos padres que siempre le decimos “niña” a nuestras hijas aunque se nos vayan porque así debe ser, “es ley de vida” a pesar de que tampoco permiten demasiado que esa ley se cumpla: tienen a los jóvenes amargados y metidos en un atolladero. Miserables terroristas de cuello blanco.
Sus alumnos la querían y la quieren, reconocían su dedicación, los alumnos se dan cuenta de los profesores que van a “pasearse” por clase (demasiados) y los distinguen de los que hincan los codos y se curran su docencia y su investigación. El enemigo público número uno de la universidad pública está dentro de la propia universidad pública, ¿lo sabían? Hay quienes pían mucho contra lo público pero que acuden a lo público a colocarse y cuando alcanzan un puesto fijo se rascan la tripa y se dedican a vegetar o a trabajar fuera de la universidad. ¿Cuándo van a investigar esto? Mi obligación como funcionario es denunciarlo e indignarme pero no impulsar la elaboración de un informe que permita implantar orden en todo este desaguisado.
Mi alumna –ya profesora- luchaba por ganarse la vida. En dos trabajos –profesión periodística y docencia universitaria- y además atendía a su familia en esa pugna que tienen las mujeres entre casa y trabajo porque por mucho que apoyemos los hombres ya se sabe que son ellas quienes se colocan al frente y les cae casi todo encima. Es la dureza de la existencia, todos los seres vivos hacen algo parecido a diario aunque muchísimos de los seres vivos humanos lo tienen que llevar a término sin dignidad y además son conscientes de ello. Y entonces llegó la enfermedad.
Una operación, la quimioterapia, otros tratamientos… Nuestra mujer-profesora fue resistiendo, nadie se enteraba de su calvario, por la facultad iba ella con la cabeza alta, atendiendo a sus alumnos, sonriendo a sus compañeros, poniéndole buena cara al mal tiempo. Pero tuvo que desistir. Y no hace mucho, en una reunión de nuestro departamento, nuestro director nos rogó silencio porque alguien –antes de empezar- tenía que leernos un escrito y marcharse de inmediato. Ella comenzó a leer: gracias a todos, gracias a su director de tesis y mentor, allí presente; ama la universidad, pero no puede más, debe tirar la toalla por prescripción facultativa. Las lágrimas empiezan a brotar de sus ojos y tiene que ser otra compañera quien concluya su carta de despedida.
Nos quedamos sin palabras. Algunos nos levantamos y la abrazamos y la besamos. Yo lo hice, mi alumna, mi niña, la que parece que fue ayer cuando se sentaba en el aula a escucharme, se va por culpa de eso que se llama una grave enfermedad. Su vida rota, ahora le toca luchar pero para sobrevivir físicamente, para no dejar solos a su hijo y a su pareja, a sus familiares, a sus amigos…
Una nube negra ha invadido el valle donde se podían consumar carreras hasta caerse extenuado sobre su yerba. La joven profesora se levanta de su asiento en la sala donde estábamos reunidos, abre la puerta y se marcha, llorando. Nos quedamos todos en silencio unos instantes. Al final, el director, con todo el dolor de su alma porque también ha sido su alumna y además su discípula, se repone como puede y nos dice: “Vamos con el primer punto del orden del día”. DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig