La foto de Suarez preside una portada y nos da igual, porque la vida pliega y nos convierte en rutina. Corremos sin ir a ninguna parte y nos afanamos por existir en una vaguedad de alma que nos consume y disloca. Frenéticos esqueletos revestidos de humanidad galopante que huyen del Ébola, atrincherados tras concertinas hirsutas como la voluntad férrea. Ya se han marchado los que terminaron la vida escolar en junio y también los que la maceraron en septiembre y los vemos partir con nostalgia de que la vida sea perecedera y absurda y nos haga más prácticos, cuanto más mermados. Los geriátricos están llenos de filosofía solo que no la vemos, y los vemos a ellos, los consumidos, los idos, los a medio camino y los que los guardan. Son castillos en el aire, llenos de voluntades apagadas, de gente que fue en un teatro de voluntades afines de llegar, de ser, o de estar. Ahora vegetan, pero no en la playa consumidos de sol y bronceador hasta las cejas, sino con pañales ortopédicos y sillitas de ruedas.
La foto de Suarez nos retrotrae a una realidad de estancamiento, de olvido político y de falsedades, porque solo era real la enfermedad que lo consumía y que estuvo cuando nadie le daba la mano. No soy Suarista, sino carne temporal, de pudridero, que enjabono las ideas con secuencias actuales y que me da por pensar qué levedad , la de nuestra existencia, entre tantas rotondas por cruzar, para terminar en el mismo punto de partida. Ya se han marchado los que nos envolvían el nido con preguntas, incertidumbres y malos modos, los que nos dieron la vida, haciéndonos madres y nos la jodieron , convirtiéndose en extraños seres, a los que no conocíamos , que se deleitaban con las vulgaridades de sus amigos y las salidas a destiempo. Se han ido y nos podrían liberar, pero solo nos marinan en frustración de que somos mortales y la vida se nos escapa por las entretelas de los dedos.
Las huellas dactilares no envejecen pero nosotros sí, los que paseábamos universidades hace más de veinte y los vemos a ellos -hoy- hacer su vida y se nos refunfuña el gesto y se nos agria la escarcha. Caemos hacia el precipicio que se compone en su hondura de huesos muertos, de lloros y de recuerdos y solo queda levantarte, ponerte erguido y marchar al paso, pero te cansas. Te cansa, lo absurdo de muchos, la sinvergonzonería de tantos y la bobería de otros. Te aplasta como si estuvieras en mitad de un agujero negro y la cabeza redundara por un aro de entrada y el resto de cuerpo se posara en el otro aro, el de la arribada.
Somos elásticos chiclecillos, gallardones escupidos de la taza, como moscas sin pasado ni futuro, carne no de directorios importados, ni concejos directivos, sino de levedades de alma, amortajada. DIARIO Bahía de Cádiz