Tengo que hacerles otra confesión terrible: alguna vez el agotamiento me juega malas pasadas y en el clímax del delirio he llegado a pensar que estaba mejor antes. Sí. Antes de la hipoteca, del peso del hogar, del trabajo fijo y definitivo, de este rol de tareas interminables y poca magia distinta en las noches iguales.
Antes, cuando era libre, y no tenía día sí y día también, ese anudamiento punzante en la boca del estómago que llaman responsabilidad y madurez.
Sí, justo antes del miedo a las calles con tráfico, a los picos salientes y mortales de las mesas, a los enchufes y a los quicios y las ventanas abiertas, a las bacterias, a que no coma, a que no duerma o a que duerma demasiado.
Pero es que el “antes”, no vuelve. De eso se es consciente hoy mismo, o mañana, cuando la rutina quema en el costado y se recupera la consciencia, como después de un trance hipnótico provocado por un alucinógeno tan potente como la melancolía.
El “antes” no está. Pero el “ahora”, sí. Y en mi caso, como en el de muchas otras mujeres (y menos mal que el mundo no es aún un desierto viejo), el “ahora” tiene nombre, y una vez estuvo habitándome por dentro, entre lo que fue, lo que es y lo que será. Y hablo de mujeres, porque otra vez, de nuevo, se nos distingue del resto de nuestra especie, de esa otra parte, más o menos la mitad. Y da igual la productividad, y la sensibilidad. Sentir no es competitivo.
Y despierto, miren ustedes. Recupero la cordura y no le veo sentido a la frustración. Porque no surge de forma natural en mí. Me la implantaron en el ánimo y en la sombra.
Parece que de aquí a unos años, habrá que pedir perdón por parir, y además (qué locura) desear el éxito profesional, o simplemente, un sueldo, para pagar la hipoteca, mantener el hogar, aunque pese, y el equilibrio. Será lo normal sentirse culpable por darle uso a los ovarios, la fuente de “el problema”, o los problemas, cuando se tiene la suerte o el estatus para repoblar el barrio, a no ser que una se llame Carolina, Cristina o Letizia. Esas sí tienen derecho, pues se han buscado un marido (funcionario, tenista, rey o ladrón) forofo de los niños.
Así que, de momento, dejo de preocuparme por memeces, y procuro quedarme en los días en los que estoy, en los que vivo, y en los objetivos que voy cumpliendo. Despierto y vivo los momentos infantiles, que vuelan. Y lucho, por lo que está a mi alcance mientras busco una segueta para hacerle otro respiradero al techo, antes de que lo refuercen, pues unos cuantos como Mónica Oriol, ya han encargado el doble acristalamiento. DIARIO Bahía de Cádiz Rosario Troncoso