Levantó la mirada para fijarla en el cristal de la ventana, quería ver los ruidos que venían de la calle, pero estos apenas eran murmullos imposibles de identificar. Hoy se sentía especialmente sensible a los murmullos que rebotan en las paredes del cuarto.
Ya ha retocado, revisado, descifrado la nota que pasará y que servirá de anuncio de su decisión. Sabía que, como casi todo en su vida, había sido fruto de una mezcla de casualidades, descartes y una planificación minuciosa de los acontecimientos, el resultado era este, hoy está absolutamente sólo frente a la ventana. Hoy tendría que afrontar todas las preguntas a las que, con mejor o peor intención, le someterían los “chicos”.
Toda su vida, corta pero intensa -no fue ni joven- la ha dedicado a esto, no ha conocido otra cosa, otros escenarios, ha estado siempre ahí, no tanto esperando, si no haciendo posible que llegara este día. Tampoco es que este fuera su único sueño, ni único ni sueño, nunca tuvo sueños, y si tuvo se los guardaba, quizás hubiera preferido no tener que tomar la decisión, fueron otros los que, con la suya, han forzado esta situación. Nadie quiere ser el primero, pero alguien tiene que ser. Nadie quiere, con la que esta cayendo, poner cara a esta crónica de una muerte anunciada, pero alguna cara hay que dar.
En estos momentos, que aunque segundos, parecen siglos, da tiempo para recordar horas perdidas de hacer de porteador de cualquiera, llevar la cartera o la cesta de la compra, da lo mismo. Da tiempo también de recordar los pisotones en el baile, cuando tocaba bailar, y era necesario aparecer en la línea de salida, aunque siempre el orden se había preestablecido con anterioridad; pero había que estar, aparecer…..
Otras personas se escudan en lo que podríamos llamar “las peticiones del oyente” -me lo piden cuando paseo mi cuerpo serrano por las aceras-, pero no es el caso. Nadie se lo pide por la calle, ni por las aceras, parece más algo que la divina providencia, la que siempre esta ahí mismo, definiendo lo bueno y lo malo, que para eso es divina, ha decidido, que no elegido.
Ahora toca elegir el vestuario, tiene que ser sencillo pero elegante, no vale cualquier cosa, debe transmitir, debe identificar, casi debe definir a la persona que lo porta, es lo primero que en general va resumir toda una personalidad -como decía Martirio, arreglá pero informal- la duda está en un negro riguroso, así, como para salir con el alcalde perpetuo, o simple camisa blanca, sin corbata, ajustada y marcando, en plan nueva promesa.
La hora se aproxima, ya se escuchan unas pisadas en la acera de la casapuerta. Suena el portero automático, se queda inmóvil, como no sabiendo muy bien que hacer; pero esta acompañado de la soledad y toma la decisión. Se levanta, se dirige hacia la puerta y descuelga el telefonillo –si, ¿quién es?-, somos los testigos de amor hermoso, ese que siempre esta aquí.
Había ensayado muchas veces el momento, y lo ha conseguido, abrir la puerta, sin ayuda de nadie, sólo apretando ese botoncillo, así de simple y de complejo. Y pensó la frase, este es un pequeño paso para el hombre pero un gran paso para la humanidad. No tenía nada que ver, pero quedaba como muy intelectual. Así, el pre-portero se convirtió en portero. DIARIO Bahía de Cádiz