Cuidar del turismo es una responsabilidad de todos. Nuestro país, que si sigue sobreviviendo es en buena parte por los turistas que nos visitan, debe hacer todos los esfuerzos que sean necesarios para que los extranjeros se sientan aquí como en su casa. Y cuando digo que es responsabilidad de todos, quiero decir que cada uno de nosotros puede aportar su granito de arena particular. Todos deberíamos hablar inglés con fluidez, por no hablar de otros idiomas.
El pasado 30 de junio tomé un vuelo en el aeropuerto de Domodédovo (Moscú) para regresar a España. Como me equivoqué de ventanilla, me informaron de cuál me correspondía con toda amabilidad. Entre la llegada de mi avión a Barcelona y la salida de mi siguiente vuelo hacia Jerez yo disponía de una hora, suficiente tiempo para recorrer el aeropuerto de tránsito si todo se desarrollaba con puntualidad. No fue el caso. El vuelo Moscú-Barcelona salió una hora y diez minutos más tarde, por lo que cuando llegamos a la Ciudad Condal mi siguiente avión ya había partido. Primer problema. La maleta había sido embarcada directamente a Jerez, pero como el avión ya había despegado sin mí, supuse que tendría que recuperarla en la cinta correspondiente del aeropuerto barcelonés. Después de estarla esperando con creciente inquietud, la maleta no apareció. Ahí comenzó mi calvario.
Aparte de mi ropa, llevaba una botella de vodka Beluga que me había costado 3.000 rublitos de nada. ¡Maldita sea! En la oficina del equipaje perdido, me indicaron que me dirigiera a la oficina de tránsito correspondiente. Como no conozco aquel aeropuerto, tuve que preguntar cada dos pasos a donde debía dirigirme. Afortunadamente, me atendieron en castellano. De todas maneras, está en mi ánimo aprender algo de catalán algún día. Opino que uno de los factores que más nos pueden mantener unidos como país es que todos sepamos un poco de todos. En su día, aprendí algo de eusquera antes de escribir mi novela Akerra, que publicó el año pasado, en formato digital, la Editorial Literadura. Deploro reconocer que, por falta de práctica, ya se me ha olvidado lo que aprendí, a excepción de unas pocas palabras. En cualquier caso, considero que es una actitud palurda la de que cada uno se preocupe exclusivamente de lo que sucede en los límites de su terruño y desprecie olímpicamente lo que haya en el de los demás. Si yo fuera ministro de cultura, impondría una asignatura de cultura española en la que pudieran aprenderse los rudimentos del gallego, el catalán, el eusquera y el bable. Conocer una lengua es compartir con sus hablantes una visión particular del mundo, una Weltanschauung. Por tanto, todo aquel que conoce varios idiomas enriquece inmediatamente su punto de vista, comunicándose con personas que, seguramente, tienen unas vivencias y una idiosincrasia muy distintas a las propias. Además, en el caso de un escritor, o de alguien que quiera llegar a serlo, es muy recomendable conocer otros idiomas puesto que esto facilita la reflexión sobre los mecanismos de la lengua materna, lo cual probablemente contribuirá a mejorar el dominio de la escritura en dicha lengua.
Bueno, el caso es que de la oficina del equipaje perdido fui a la ventanilla de atención al cliente de Iberia. Sin embargo, aunque yo hubiese comprado mis billetes en la página web de Iberia el avión era de Vueling, así que me pidieron amablemente que acudiera a ella. Más paseos por el aeropuerto. Echo de menos aquellos tiempos en los que adquirías un vuelo de Iberia y viajabas en un avión de Iberia. Ahora, lo compras en la página de Iberia y el aparato puede ser de Siberian Airlines (y no es ninguna broma). El año pasado, fue precisamente así, y el avión de la compañía siberiana salió de Madrid hacia Moscú tres horas más tarde. En aquella ocasión, no me dieron ninguna explicación del retraso, por lo que, a la vuelta, formulé una carta de queja correspondiente. Naturalmente, sirvió de muy poco. Eso me ha hecho pensar en la conveniencia de pagar una cuota y unirme a una de esas organizaciones de defensa del consumidor, para que me asesoren en estos casos. Después de algunas semanas, Iberia me contestó, no recuerdo ya si por carta o por correo electrónico, para decirme que, aquel día, se les había facilitado toda clase de explicaciones a los pasajeros afectados por el retraso y que, además de pedirnos disculpas, nos habían convidado a unos snacks para amenizarnos la espera. De coña, por no decir algo más duro.
Bueno, el caso es que me fui a la ventanilla de Vueling para solucionar el lío de la maleta y mi regreso a Jerez. Debo admitir que la mujer que me atendió fue excepcionalmente amable, lo cual contribuyó a mitigar el cabreo que ya tenía. Me parece increíble, dicho sea de paso, la facilidad con la que se pierde el equipaje en los aeropuertos. A mí nunca me había ocurrido antes, a pesar de que he volado un montón de veces. Luego he andado preguntando a los amigos, conocidos y compañeros de trabajo sobre el particular y cada uno de ellos tenía, sin excepción, una historia de terror aeroportuario que contar. Seguramente, yo hasta ahora había tenido mucha suerte. En fin, la mujer de Vueling me acompañó a otra ventanilla de Iberia donde me proporcionaron dos nuevas tarjetas de embarque: una de Barcelona a Madrid y otra de Madrid a Jerez. Y en lo tocante a mi equipaje, habría que ver cuando llegase a mi destino final. Puedo imaginar el sudor frío que le podría recorrer a un turista por el cuerpo si todos aquellas gestiones tuviera que hacerlas en una lengua extranjera.
Un viaje turístico debería ser como un paseo, dejando tu maleta en el aeropuerto de origen y recogiéndola con toda confianza en el de destino. Desde luego, la pérdida de equipajes tendría que ser, en cualquier caso, una excepción en el funcionamiento de cualquier compañía aérea, por modesta que sea, y no una cuestión de uso corriente. Un viaje turístico no puede convertirse en una sucesión de berrinches. El caso es que, cuando por fin llegué a Jerez, mi maleta, naturalmente, no estaba allí. Formulé la reclamación correspondiente y me proporcionaron unos papeles para que me quedara tranquilo. Aparecía una dirección web en la que, en teoría, uno se podía informar de las pesquisas efectuadas por Iberia a través de un sistema automatizado de búsqueda de maletas llamado, un poco pomposamente, World Tracker. En la práctica, por más que entrase uno en esa página el mensaje seguía siendo el mismo: “La búsqueda continua. Por favor, chequée más tarde”. No sé qué va a ser de la Marca España con los continuos ataques que, desde todas partes, se efectúan contra el castellano. Chequee no lleva acento, me parece.
Pero peor era lo que encontré en los papeles de la reclamación. Se facilitaba un número de móvil al que se podía enviar un código SMS para conocer la situación del equipaje perdido. El coste del servicio era 1,20 euros, nada menos. Es decir, que Vueling le pierde a usted la maleta e Iberia le cobra 200 de las antiguas pesetas por suministrarle una información que tendría que darle gratis. Este tipo de cosas cabrean a cualquiera. El empleado de Iberia me advierte también de que, si finalmente aparece mi equipaje, tendré que ir a recogerlo al aeropuerto; vamos, que no van a enviármelo a casa. Pongo mala cara, pero enseguida recapacito: a fin de cuentas, el empleado no tiene culpa de cuáles sean las directrices de la compañía para la que trabaja y, por otro lado, yo he atravesado el control de la aduana pero mi equipaje aún no lo ha hecho.
Bueno, seis días después me avisan de que ha aparecido la dichosa maleta y la recupero en el control de la policía. Lleva un montón de adhesivos, señal inequívoca de que ha dado bastantes tumbos, y un aviso grapado indicando que ha sido sometida a un control de rayos X que demuestra que no hay una bomba en su interior. En fin, que la historia tiene final feliz y me puedo beber el vodka mientras escribo estas líneas. Sigo pensando, de todas maneras, que se pueden hacer mayores esfuerzos para mejorar la industria del turismo, comenzando por las compañías aéreas y acabando en cada uno de nosotros. Que viajar constituya un placer es responsabilidad de todos.