No, no voy a hablar del Gran Teatro Falla, ni de la fiesta que se celebra por carnaval. Tampoco del concurso de agrupaciones, el que cada año espero, pero del que no puedo escribir como si de un enciclopedista se tratase.
Pero ya que estás aquí, quédate. Será sólo un instante. Mucho menos de lo que tardas en tomarte un café, en mirar los grupos del Whatsapp.
Hoy me gustaría hablarte del pecado. Sí, de las condenas que a veces llegan merced a decisiones tomadas en un momento oportuno en unas circunstancias concretas.
Por ejemplo, podríamos hablar del pecado de estudiar Periodismo en un país donde salen varios miles de estudiantes con un título universitario bajo el brazo, cuando el mercado no da para tanto. Eso da lugar, por cierto, a la precariedad del empleo y del servicio que se ofrece, entre otras cosas.
Podríamos hablar también del pecado de nuestros mayores. Les tocó vivir en una España enfrentada, la misma que algunos pretenden recuperar para provecho propio. Y encima, en ocasiones, tienen que arrimar el hombro con sus pensiones.
No puede olvidarse el pecado del fútbol, deporte que, como le ha ocurrido al Periodismo, en cuanto se convirtió en negocio y una vía de tocar poder, ha comenzado a pudrirse por dentro. Y tanto.
Putrefacción que se encuentra igualmente en la política, donde da igual el color desde el que se mire. Personas corruptas hay en todas partes. Y quien esté libre de pecado…
Pecado, pecado, pecado. El pan nuestro de cada día. Nos persigue desde el inicio. Así al menos nos lo han contado siempre a través de la historia en la que se culpó a Eva. Culpable de pecado. Señalada. Como si tú y yo fuésemos capaces de no sucumbir al pecado, vístase éste de Periodismo, de fútbol, de política o de carnaval. Sí, porque cuando llega Don Carnal, llega inevitablemente el pecado. El de la calle, el del Falla. También el de la carne. Por defecto, casi por obligación. DIARIO Bahía de Cádiz Carlos Alberto Cabrera