El mundo de la comunicación y del periodismo está inmerso en una gran transformación. Más que de una ola podríamos hablar de una marea -ahora que están tan de moda-, donde titulares sin un texto con contenido de calidad se alejan del deber de informar para desinformar en busca de un cebo perfecto de clics, un comentario o una reacción en redes sociales. Bienvenido al negocio de la desinformación.
Todo por la pasta. Sí, porque absolutamente todo parece valer. Incluso para medios de comunicación que se reconocían como paradigmas del periodismo, el clickbait se ha convertido en el modelo. Pero no, eso no es periodismo, es más, mata al periodismo.
Hoy en día pueden ponerse multitud de ejemplos donde por medio del sensacionalismo se busca llamar la atención a través de enfoques morbosos. Todo por conseguir que dichas publicaciones -déjame que no las llame noticias- se compartan hasta viralizarse en las redes sociales, porque ahí está el dinero en la actualidad.
Sí, hoy el negocio está en la desinformación. Es lamentable, porque esta práctica al final lo que está consiguiendo es matar al periodismo y al periodista. Es una pena, pero es la realidad, porque en este tiempo que nos ha tocado vivir crecen como setas los espacios en internet basados en la práctica de desinformar. Es más, en una sencilla búsqueda pueden encontrarse multitud de blogs y páginas que se disfrazan de medios de comunicación cuya única filosofía es desinformar para hacer negocio. Sí, desinformar, porque al fin y al cabo, su éxito se basa en hacer viral un titular que muchas veces es inventado y otras muchas, aunque el hecho sobre el que hable sea real, tensa la cuerda hasta el punto de que si vas al texto acabas descubriendo que todo es una farsa.
Según la Red Ética Segura, una iniciativa de la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano (FNPI) en alianza con el grupo SURA, el Periodismo debe tener como base la verdad y la precisión (la veracidad es un principio fundamental en el ejercicio periodístico), la independencia, la equidad y la imparcialidad, la humanidad y la responsabilidad. Basta con preguntar si estas máximas se cumplen para darte cuenta de que algo va mal. Muy mal.
Por su puesto, gran parte de culpa de la realidad periodística que nos ha tocado vivir la tenemos los propios periodistas y, por descontado, las empresas periodísticas. Éstas no han sabido adaptarse a la revolución tecnológica y cuando ha llegado la reacción, ésta ha sido tan mal planteada que han optado por seguir la práctica de empresas que no tienen que velar, como sí les corresponde a ellas, desde la profesionalidad, el respeto y la responsabilidad, por el derecho a la información. Lejos, muy lejos, queda aquello de ‘informar para formar’.
Pero también responsables son las audiencias, porque al fin y al cabo, cada uno de nosotros somos números en este mundo dominado por la tecnología y las redes sociales. Sería sano para nuestra sociedad, bajarse de esa práctica de dejarse llevar por un titular. No creo que sea tan complicado parar un poco, para tomar conciencia y leer las cosas. Hace falta conciencia crítica, porque sin ella, se está contribuyendo a que muchas personas hagan negocio mientras se ríen de ti y te tratan como un producto, mientras se está enterrando muchas iniciativas hechas desde los parámetros de la calidad y la profesionalidad. La conciencia crítica es tan necesaria que sin ella somos incapaces de poner barreras a informaciones -también periodísticas, por desgracia- tendenciosas, teledirigidas. Igual la solución está en ir a contracorriente y defender eso de más libros y menos Candy Crush. Te doy la bienvenida a la era del negocio de la desinformación. DIARIO Bahía de Cádiz