Hubo un periodo de la historia de Europa en que la paz y la seguridad eran la norma. Florecían la cultura y las artes propiciadas por un ambiente de esperanza y confianza.
Stefan Zweig nos lo narra en su libro ‘El Mundo de Ayer. Memorias de un Europeo’, escrito en 1940, apenas un par de años antes de su suicidio. Autor de obras deliciosas como ‘Carta de una desconocida’ o el ‘Libro de Ajedrez’, Zweig plasma en ‘El Mundo de Ayer’ sus recuerdos de la Europa anterior a la Gran Guerra.
Lo escribe desde el exilio forzoso al que le condenó su condición de judío y desde el que ve como su obra se prohíbe y censura en gran parte del continente europeo.
De las causas de la transformación de aquella Europa en la que no existían los pasaportes, a la Europa que le expulsa, destaca una sobre todas las demás la maldición de los nacionalismos a los que achaca la destrucción de la libertad individual como logro europeo.
Sería pueril hacer un análisis simple de nuestra historia contemporánea. Las causas y los conflictos que desangraron nuestro continente a lo largo del siglo pasado son múltiples, por supuesto, pero no he podido dejar de sentir un especie de dejà vu al leer sobre esa Europa que describe Zweig. Da miedo comprobar como una y otra vez las lecciones de la historia caen en saco roto. Da pena constatar la escasez de políticos a la altura del momento que nos ha tocado vivir.
Pero nosotros, la sociedad civil, tampoco estamos a la altura. La propaganda prima sobre el juicio sensato de la realidad. Nos perdemos en discusiones bizantinas y en filias y fobias exentas de la más mínima racionalidad. Un repaso sosegado de redes sociales, prensa y tertulias varias da como resultado la desazón más absoluta y el más negro de los pesimismos sobre nuestro futuro. Jugamos a la política, no buscamos opciones y soluciones sensatas a los problemas.
Lamentablemente creo que somos un país mediocre en el que en ocasiones han despuntado, siempre a nivel individual, artistas, pensadores y algún político. Nuestra historia como comunidad es bastante lamentable y nuestros momentos dorados se han circunscrito a las letras, las artes, y últimamente a lo único que nos mueve como sociedad: el deporte.
Se nos da divinamente destruir, criticar y exigir. No sabemos ni queremos construir, edificar o asumir responsabilidad alguna. Somos víctimas, todos víctimas.
Al igual que Stefan Zweig pensaba sobre la Europa anterior a la Primera Guerra Mundial, considero que este país ha vivido una de sus mejores épocas durante estos años de democracia. Joven e imperfecta democracia que deberíamos corregir y cuidar como oro en paño y que terminaremos dilapidando.
Desengañemos, como antes, como ahora, como siempre, seremos el país de charanga y pandereta que siempre hemos sido porque como nos dijo el cantor y conviene aceptar de una vez: nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio. DIARIO Bahía de Cádiz