Dicen que sólo existen dos tipos de personas que pueden gozar exhibiendo grosería y mal gusto. Una es el tirano, ya que lo tiene todo. La otra es el bufón, porque no tiene nada. Y en medio, añado yo, estamos el resto que aún creemos que Dios perdona. Traduzcamos.
En los últimos tiempos está habiendo una especie de fetiche de masas en carrera por la pauperización de la política, es decir: que cada vez más estamos convencidos de que gastar dinero en las instituciones públicas, y aquí añado partidos y sindicatos, es catastrófico. Podría parecer justificable teniendo en cuenta los escándalos por corrupción de los últimos tiempos y por el alarmante tono rojo sangre que adopta la letra de nuestros presupuestos. La sociedad entiende que gastar dinero en cualquier aspecto puede ser problemático y más si está a cargo de una pandilla de corruptos. Nada más alejado de la realidad y, para más inri, más acorde con los intereses de la clase que nos pisotea. Lo explicaré en un momento.
Con esto, los partidos y formaciones de nuevo cuño intentan investirse de esa falsa austeridad que tan repetida está en los medios de comunicación. Todos compiten estúpidamente por recortar gastos, eliminar instancias públicas y mostrarse en los actos como un ciudadano más. Es peligroso y patético continuar por esta senda porque, además de malentendida, está siendo mal practicada. No sirve, no es conveniente, recortar en capacidad de movimiento a partidos y sindicatos, por mucho que ladren los voceros progresistas. Recordemos las enseñanzas sobre la democracia, desde la Grecia clásica hasta los movimientos obreros del s. XX: no existe la libertad política sin la libertad económica. Y tan perjudicial es la deuda bancaria como las arcas vacías de un sindicato, ya que ambas opciones matan de hambre al sujeto transformador, que no entiende de matemáticas sino de tiempo de vida.
A lo largo de la Transición uno de los hechos más destacables ha sido el aumento de la capacidad de movilización de la ciudadanía. Los grupúsculos políticos dominantes —Partido Popular, Socialista y nacionalistas— acomodaron durante muchos años sus culos al asiento del presupuesto público, tan ancho como Castilla. Esto les ha permitido ampliar sus competencias, pero a remolde de ellos también cientos de plataformas en cualquiera de sus formas, que han continuado las luchas ahora en un escenario más cómodo. Llegada la crisis y esta de-construcción del sistema político, está bien visto dar retroceso a esos excesos, pero recordemos aquí las palabras del esloveno Slavoj Žižek: «¿qué hacer con un hombre que no puede ser sobornado […] puesto que es co-propietario de las grandes corporaciones? ¿[…] que expresa con sinceridad su opinión puesto que es tan poderoso que puede permitírselo […]?» ¿Qué hacer contra el tirano y su mala educación?
Pues lo que hemos hecho desde la izquierda es adoptar su discurso, su engañifa. Y el bufón, que es grosero porque no tiene nada, ahora rechaza tenerlo todo. Y a mí personalmente me resulta deshonesto dar marcha atrás a las luchas de generaciones pasadas que reclamaron su derecho a tener sedes con tinta de impresora, a tener medios suficientes para dar rienda a su propaganda política, a poder llevar su mensaje sin contar las monedas hechas de cobre que rascan del bolsillo. No nos engañemos, claro que tenemos que reivindicar que el dinero no se gaste: en ellos. En su estrategia de marketing, en sus privilegios corporativistas y en sus redes de clientes sinvergüenzas. Como dice el anarquista Lucio Urtubia, varias veces millonario, la clave está en apropiarnos de riquezas expropiadas.
Hablar de sobresueldos y coches oficiales es centrarnos en un porcentaje tan ínfimo como insultante, y es propia de quienes quieren rechazarlo todo. Es sólo la punta del iceberg, y todo el iceberg es importante. Hacer una nueva política cuyo discurso sea la austeridad es engañar descaradamente al contribuyente, cuyo dinero, en vez de invertirse en pedagogía política y organizaciones con gente trabajadora, sigue gastándose en burocracia formal, aparato militar y multinacionales que manejan nuestros bienes como la luz y el agua: es una política propia de jueces verdugos y políticos sin dignidad.
Y si usted no es ninguna de las dos cosas, entenderé que no es más que un bufón que quiere seguir siéndolo, porque cuando no se tiene nada que gastar no hay que dar explicaciones. Termino respondiendo con las palabras de Roberspierre a los detractores del Terror de la Revolución Francesa: «no agitéis frente a mí el manto ensangrentado del tirano, o pensaré que deseáis encadenarme a Roma.» O dicho en otras palabras: no agitéis ante mi billetes ardiendo, o pensaré que no sabéis utilizarlos. Y en medio, retomando el comienzo, estamos los que creemos que Dios aún puede perdonar. DIARIO Bahía de Cádiz