Nuestra lengua tanto hablada como escrita constituye un rico e inestimable tesoro que nos permite hablar y escribir lo que sentimos y pensamos.
A tal punto, que quizás no haya mayor riqueza terrestre que la de poseer una lengua o un idioma capaz de hacernos comunicar con nuestros semejantes.
Sin embargo a veces pienso que su uso actual se deteriora por momentos. Así, los verbos suelen emplearse incorrectamente en sus tiempos y en sus modos: como gana por ganó, cuando se habla en pasado. O cambiar letras inopinadamente de las palabras, de los textos y de los nombres propios: Karlos por Carlos por citar las más leves incidencias.
Y las frases de nuevo cuño: poner en valor, la sostenibilidad o desvirtuar morfológica y sintácticamente la dualidad de los plurales: ciudadano y ciudadana por ciudadanos.
Por otra parte la interpretación de tantas siglas: apa, ibi, impi, vip, uca y un larguísimo etcétera con el que podríamos componer algo tan irónico parecido a: vengo de un -ere- voy al -iném- luego pasaré por el -sas- para ingresar directamente en la -uci-.
Pero tal vez, lo que más incide en el deterioro del lenguaje, son los cambios procedentes de las nuevas tecnologías (móviles e internet) con la correspondiente cobertura gratuita que prestan casi todas las televisiones y algunos medios.
Los verbos: bajar, colgar, descolgar, pinchar o navegar, que se emplean en este sector, pierden todo su valor semántico y lingüístico al ser utilizando fuera de sus contextos. Además de los importados del inglés como -chatear- o el término -email- aunque se acepte como «correo» (correo electrónico).
Y qué decir de las deformaciones ortográficas de las palabras y de los textos en los mensajes, término éste, que también se desfigura por la sigla msm. Así como decir xico por chico, aun entendiendo que se utiliza por brevedad, pero sin medir los efectos y las consecuencias.
Dicho esto, debo aclarar que esta interpretación no debe confundir, ni que se deduzca por ello, que se esté en modo alguno cerrado a las nuevas tecnologías, ni al progreso, en absoluto. Pero sí contra el mal uso, las formas inadecuadas y las vaguedades. Las palabras escritas o habladas son como las flechas, que una vez lanzadas, ya no tienen retroceso, además de maltratar, herir o incluso matar al destinatario.
Por eso, creo que este hecho o mejor diría fenómeno ante una globalización imperante e imparable, resulta más difícil aún de detener, porque además sería vano solucionarlo. Pero no me impide decir en mi modesta opinión, que la lengua de Cervantes que -es la nuestra- y también la de millones de parlantes en el mundo, merece mejor tratamiento, más respeto y mayor atención.
Y -créanme- que esto en cierto modo, nos corresponden a todos. Porque pensemos ¿hay algo más hermoso que leer correctamente nuestra lengua o, oírla a través de una buena voz, hablando con nitidez y dicción, llena de encantos y ricos contenidos? DIARIO Bahía de Cádiz