Hay veces que creemos que solo ellos tienen derechos. Los que enganchan la luz ilegalmente para abrigar a la marihuana, los que se meten en las casas de los demás dando una patada o los que –como el inglés- no se sabemos por dónde se han ido, después de un estropicio.
Las cuentas por pagar pueden esperar hasta que se pase la Semana Santa, porque no hay como ver los palios con los bolsillos vacíos y la frente muy alta.
No es flema, es poca vergüenza, esa que en los tiempos pretéritos la gente gastaba al darse la mano para sellar un trato.
Ahora no importa hablar de los genitales todo sea ganarlo fácil y llevárselo calentito. Que me vean y me oigan, aunque sea moviendo heces en una porqueriza.
No importa transitar la cárcel –si fuera necesario- cuando antes se ha llevado una vida padre con las comisiones ilegales, porque siempre habrá un buen abogado que nos saque.
Lo importante es prosperar aunque la gelatina de la cara se nos disuelva en el camino o se enroque formando pieza granítica con el maxilar.
A mí el inglés –ya ven- me ponía, como todo lo anecdótico y pintoresco. No sé si me creía que el barco divagara con la corriente, lo obvio es que sigue allí anclado a rocas milenarias que nos sacaran los colores viviendo más que nuestros artríticos huesos.
Podría decir que eso es muy de Cádiz, pero no, es muy de todos, de urdangarines y Torres, de gente que transitan por juzgados y no son penados, haciendo que ya no podemos hablar de ellos, porque nos lo impiden las mismas leyes que no cumplieron ni de coña.
Esta gente que nos empequeñecen las miras, nos podrían haber servido de ejemplo, pero en cambio, nos llevaron a derroteros magistrales de poca vergüenza.
Entiendo perfectamente que una familia a la que el banco eche de su casa -con tres niños a cuestas- se tenga que buscar remedio. No hay que ir tan lejos para recordar desahucios, con la policía dando leña y los despojados llorando a manteca abierta. La legislación se ha maquillado y los políticos han visto moverse la veleta, así que ahora cuando una tía carota –sola y con premeditación- se mete en un chalet que una prójima iba a alquilar a los americanos, ahí se queda apalabrada, diciéndote los numerarios que ellos no pueden hacer nada. Parece lo mismo, pero no lo es, porque son cosas muy diferentes.
Nos dan de comer basura y nos dicen que no engordemos como ganado, mientras nos hinchan de programación -con anuncios estratégicos- con neveras que nos llevan a casa lo que nosotros pidamos. No es una trampa, es el libre mercado y el ganar dinero a costa de nuestra inoperancia gástrica. No digo que nos obliguen sino que crea conciencia, como verlos dar el paseíllo en los juzgados día si y día también.
Es tan importante para un país el buen hacer de sus regidores, que sin él se pliega. Pero mientras haya circo no habrá problemas, ni nos daremos cuenta, más que si una macro-bomba nos implosiona en los adentros.
Hay veces que se nos escapa –por la puerta de atrás- un inglés identificado con barco atracado en rocas caleteras, como la ocupa carota que vivirá en un chalet de otro sin que le pase nada, porque con echarla ya cumple la legislación, cuando se declare insolvente. Mientras, las caras se vuelven asfalto, los políticos nos dan pereza y las banderas rompen astas.
El inglés está identificado como trashumante de olas, con barco despojado de peteneras levantinas, atesorador de fueles que puede derrochar con doradas y demás peces.
El barco no sabe nada porque está tan mudo como los caballos de las cuadras de Roca.
Siempre es así, porque nacimos para pagar cuentas ajenas, de vasallaje de pedanía. DIARIO Bahía de Cádiz