Al final no era más que lo que en el fondo imaginé toda mi vida, una secta. Descerebrados en una edad susceptible de caer en cualquier extremismo. Eran vascos, eran de ETA; pero podían haber sido de las juventudes nazis, del Kukuxklán o de Sendero luminoso. Da igual. Cambia el lugar, el caldo de cultivo, las fechas y el “conflicto”.
No lo estoy simplificando, es simple. Una mafia. Un tipo en Francia dando órdenes a niñatos que no conocen ni la historia de su propio pueblo. Proporcionándoles armas y objetivos reales, con las que jugaron como juegan el resto de los chavales a pegar tiros en la Play Station. Un tipo que, según reconocía ayer un etarra, no sabe ni conducir su propia vida. Aún tengo la sangre helada en las venas tras ver el programa de ayer de Salvados.
La descarnada sinceridad del entrevistado (yo tampoco recuerdo tu nombre como tú no recuerdas el de tus víctimas) nos permite comprender mucho mejor el tema, que las mil y una explicaciones sesudas y recurrentes sobre el denominado eufemísticamente “conflicto vasco”.
La represión franquista la sufrimos en todos los puntos de este país –por lo de las justificaciones y argumentos varios-, y si me quieren hablar de gudariak, cuéntenselo a los maquis asturianos y leoneses, por poner un solo ejemplo.
Con un ejército fascista en contra y unas estructuras de poder podridas, este país consiguió darse una oportunidad y salir adelante. Eso sí, a pesar de los mil muertos de ETA. A pesar de los ríos de sangre, de la extorsión y los secuestros más crueles; que proporcionaban a los canallas la más perfecta y sólida de las excusas.
Fueron mil muertos pero podían haber sido muchos más. Apretamos los dientes y tragamos saliva todos; menos ellos. Menos ellos y toda la sociedad que los amparó. Menos ellos y todos y los que miraron hacia otro lado.
Ahora se sientan juntos y tratan de comprender. Víctimas y verdugos. Perdonan. Todos reconocen haber salido perdiendo. Las victimas comprenden a los pobres chavales que destrozaron su vida por culpa de las circunstancias que les tocó vivir. Los verdugos se reconcilian con las víctimas a las que ahora ponen cara y también comprenden. Un gran paso. Nos equivocamos. Lo siento.
Pero se les olvida algo importante, muy importante: pedirnos perdón al resto de los españoles. A los que sufrimos su “guerra” sin sentido. A los hijos, padres y esposas de los muertos andaluces, extremeños, asturianos, gallegos, cántabros, catalanes, aragoneses, valencianos, castellanos, murcianos, madrileños, canarios, baleares, riojanos y navarros.
Yo no perdono, lo siento.
Entiendo, pero no comprendo. DIARIO Bahía de Cádiz