Cuentan los viejos historiadores, que era costumbre que los faraones mandasen construir sus tumbas antes de morir, no por nada en especial, solo para asegurarse que su última morada estuviera a la altura de ellos mismos, evitando así que si el nuevo faraón era un sieso eligiera una piramidilla cualquiera de poca monta como tumba de su antecesor. Junto a esto, si además mandaba construir alguna obra civil, algún templo dedicado a cualquier dios, pues ya tenía parte de su paso a los libros de historia asegurado.
Si además, el faraón tenía el ego subidito de tono, cosa bastante frecuente, tenían la tendencia de que su monumento funerario fuera el más fashion, el que más llamara la atención, el que solo al observarlo se dijera, “aqui esta enterrada la faraona”, por ejemplo.
Más recientemente hay otros ejemplos, como el de Franco, que dictó “españoles, cuando muera que me lleven al Valle de los caídos”, que, bueno, no es precisamente una pirámide, pero en su forma y su fondo resumen la personalidad del dictador.
Algo parecido debió pensar la concejala Teofila Martínez hace veinte años cuando decidió gastarse, dice la prensa local, doscientas noventa mil pesetas en el cuadro que inmortalizara su esfinge en los pasillos de San Juan de Dios, era quizás, como ya lo hacían los faraones, para asegurarse que su futuro sucesor no iba a poner una fotocopia en blanco y negro de su foto, colgada en algún pasillo de la municipal sede.
La verdad sea dicha, a mí esos pasillos con señores colgados en la pared nunca me han gustado demasiado, tan serios, tan vestidos de negro, esas miradas que siguen tus pasos de reojo, siempre con la duda si por la noche recobran la vida y son ellos mismo los que andan como zombis por esos corredores. Me los imagino hablando, pronunciando sus mejores discursos, no sé, eso me da un poco de miedo.
Pero bueno, están ahí, es como un reconocimiento institucional a los que han puesto sus munícipes traseros en el sillón del alcalde, un reconocimiento de los nuevos al anterior, menos en el caso del retrato de Teofila, que es un reconocimiento de ella, a ella, sin más, como aquellos de yo me lo guiso, yo me lo como, como si fuera una faraona, o un Franco, determinando su “ecce homo”, como el de Borja, para ser recordada.
Y puestos a recordar, sería bueno que junto a los “ecce homo” gaditanos figurara una pequeña reseña a modo de cartelito contextualizador con alguna frase con las que se les recuerde por las generaciones futuras; en este caso yo propondría “tanto Twitter, tanto Twitter, y luego piden ayudas sociales”. DIARIO Bahía de Cádiz