“La imprudencia suele preceder casi siempre a la calamidad”. Appiano.
Hace unos pocos días, el 13 de este mismo mes, hice referencia en un artículo al peligro que representaba, para el país, el hecho de que las fronteras de Ceuta y Melilla fueran asaltadas de una manera intermitente por personas de ignorada procedencia; de modo que, a pesar de las nuevas medidas adoptadas por las autoridades españolas ( redes de protección), muchas de ellas conseguían atravesar la frontera y pasar a formar parte de las acogidas en los distintos centros de internamiento de los que disponen nuestras ciudades africanas. Ahora, resulta que no sólo estas invasiones tienen lugar en Ceuta y Melilla, sino que aprovechándose de la bonanza del tiempo parece que numerosas embarcaciones, algunas meras balsas de juguete, se han atrevido a atravesar el estrecho para intentar arribar a las costas de Cádiz o de Tarifa.
Entonces ya hicimos mención del contrasentido que representa el que, para traerse al sacerdote Miguel Pajares se organizase un convoy especial, con todas las medidas de seguridad imaginables y una parafernalia ( de cara a tranquilizar a la ciudadanía española, a todas luces exagerada) desorbitada, como fue el acompañamiento de unas motos de la policía dirigiendo la comitiva desde el aeropuerto hasta el hospital Carlos III; cuando, al mismo tiempo, vienen entrando africanos, a oleadas y sin ningún control específico, por nuestras fronteras africanas poniendo en peligro de contagio del ébola a guardia civiles, médicos y empleados de la Cruz Roja que, sin trajes protectores, corren el albur de ser contagiados por cualquiera de dichos inmigrantes.
Entonces pensamos que lo evidente del peligro ya habría puesto sobre aviso a nuestras autoridades responsables de la Sanidad Pública, para que tomara todas las medidas para que los inmigrantes que lograran cruzar las vallas de seguridad y los que desembarcasen en las costas andaluzas, fueran inmediatamente sometidos a las pruebas de detección de tan maligna dolencia; todo ello para evitar el peligro, nada imaginario, de que esta enfermedad (de la que aún no se conoce el medio para curarla), pudiera trasmitirse al resto de españoles de modo que pudiera llegar a convertirse en una epidemia nacional. No obstante y, dada la poca acogida que parece que tuvo dicho artículo, seguramente porque la ciudadanía española ya daba por descontado que, en nuestras fronteras, se tomaban todas las medidas necesarias para evitar un posible contagio; hoy hemos visto que, el peligro que delatábamos, también preocupa a los propios policías de fronteras que por medio de su sindicato el SUP está exigiendo, con toda razón, un “protocolo” claro para “enfrentarse al ébola en la frontera”.
Lo cierto es que, ni los detectores de fiebre que parece se usan e para controlar a los viajeros que vienen de fuera de nuestras fronteras, en los aeropuertos, ni las voces de los “expertos” afirmando que es difícil contagiarse si no es por contacto con los fluidos ( salivas, sudores, sangre, y demás humores) y también, algo a lo que no se había hecho mención, por el contagio sexual; parece que es tan sencillo de controlar porque, en las luchas por detener a los que se cuelan por las vallas de nuestras ciudades africanas, nuestros policías es muy difícil que puedan evitar tener contacto directo con los fugitivos algo que, sin duda, pueda trasmitirles la cepa de la enfermedad. Una enfermedad que la OMS ha reconocido que no se puede controlar, que no se tiene un remedio eficaz para evitar el contagio y que todavía no tiene una cura efectiva; no puede tomarse a beneficio de inventario y confiar en que las posibilidades del contagio sean más o menos remotas, sino que un gobierno sensato y diligente tiene la obligación inexcusable de poner de su parte todos los medios de la clase que fueren, incluso cerrar las fronteras con África, si con ello se consigue taponarle todas las puertas de acceso a la epidemia del ébola en la península.
Los policías parece que se limitan a pedir guantes y mascarillas para protegerse contra el contagio pero, en realidad, ¿serían estas precauciones suficiente para protegerles contra una enfermedad que , según se ha demostrado en el caso fallido del religioso Miguel Pajares, se tuvo que habilitar cámaras estancas, trajes completos de material aislante para médicos y enfermeras y aislamiento en una planta reservada para los infectados, en la que nada más podían estar los enfermos y los asistentes que los atendían?. ¿Qué pasa con los centros de internamiento donde esperan el destino que las autoridades de inmigración les tienen reservado, en tanto la justicia determina si deben quedarse en España o ser devueltos a sus lugares de origen?
Sabemos que, para desalojar los supersaturados centros de Ceuta y Melilla se han tomado decisiones de trasportar grupos de ellos a Madrid y Barcelona, dos ciudades que se pueden calificar de populosas y en las cuales cualquier descuido, cualquier imprudencia o accidente pudiera dar lugar a que, fácilmente, un simple contagio de una persona pudiera dejar de ser controlable antes de que la infección se hubiera propalado entre más ciudadanos anónimos. ¿Puede los ministerios de Sanidad, Trabajo e Inmigración y de Interior, garantizar que, con las actuales prevenciones y tal como se encuentran nuestras fronteras africanas, los ciudadanos españoles están a salvo de contraer tan maligna epidemia? ¿Se han valorado las consecuencias de una propagación, a nivel de epidemia del ébola, en España, cuando no se conocen vacunas para protegerse de él ni, tampoco, medicamentos que sean capaces de controlarla?
Cuando existe un caso de posible fuerza mayor, como sería el de detener, a toda costa, posibles contagios en España; si la OMS o el Parlamento de Bruselas o el mismo Tribunal Internacional de Estrasburgo o quien fuera, opinaran lo contrario se debe hacer caso omiso y, si es preciso, cerrar a cal y canto la entrada a quienes puedan ser peligrosos de portar un virus que, no olvidemos, puede incubarse durante 21 días y que, cuando empieza a manifestarse y aparecer los síntomas, es muy probable que ya no haya nada que hacer. No estamos ante una novela de ficción de un literato que desea crear un ambiente que le de interés al tema, no señores, no se trata ni de un juego ni de un simulacro; estamos en la frontera de un mal que se va extendiendo, hasta ahora, de una manera incontrolada, a través de varios países africanos y lo hace sin respetar fronteras ni aduanas ni, tan siquiera, etnias o lugares dominados por terroristas, todos, absolutamente todos, están expuestos a ser contagiados si no se toman las medidas de higiene, salubridad, control, inspecciones sanitarias y cuarentenas ( precauciones que, muchas de las naciones afectadas por la epidemia, no están en condiciones de aplicar y, mucho menos, de poder asegurar que, los ciudadanos que las abandonan para emigrar, están sanos y limpios de la cepa maligna.
El Gobierno está obligado a tomarse en serio la amenaza y, en consecuencia, a responsabilizar y pedir ayuda a Bruselas y a la OMS o a quien pudiera corresponderle, para que se dejen de majaderías y nos ayudan a sofocar el peligro que nos amenaza a través de una inmigración que, tanto a España como a Italia, las están superando y poniendo en un peligro verdadero de que, por cualquiera de nuestras fronteras, se nos pudiera colar, Dios no lo quiera, una persona infectada que, antes de que la hubiera podido detectar ya hubiera contagiado a otras personas sin identificar. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadanos de a pie, vemos con temor el peligro de que España sufriera la terrible epidemia. DIARIO Bahía de Cádiz