Restos de un esqueleto humano han sido descubiertos cerca de la isla griega de Anticitera. Ya tiene años la cosa, pues el naufragio al que pertenecían dichos restos fue hallado en 1900 y desde entonces muchos exploradores y aventureros han ido esquilmando las arenas.
Ahora se plantean si el hierro adherido a los huesos era de cadenas, también si podrán datar la antigüedad por el análisis del ADN y hasta los muchos avances que nos traerá provenientes de la reconstrucción de la época de los viajes marítimos por el Mediterráneo.
Parece que los que iban a bordo, eran acaudalados comerciantes que tuvieron la desgracia de chocar contra los acantilados de las costas aledañas, salvándose unos quince que estarían en la cubierta superior, ahogándose en cambio los esclavos de las cubiertas inferiores, atados a sus cadenas como Ben Hur.
Si se dan cuenta la humanidad no ha cambiado mucho, cargando siempre los más desventurados con lastres que los arrastran hasta la desesperación y la muerte. Un delfín de guerra ha sido encontrado cerca de un gran ancla en el mismo naufragio. Aquél era un peso de plomo en forma de lágrima que lograba penetrar en el casco de naves hostiles partiéndoles la quijada.
Es un nombre oscuro que nos asimila al tiempo en que los delfines amaestrados portaban bombas, tan silenciosas y mortíferas como su homónimo griego.
Los científicos persisten embutidos en neopreno para investigar cómo era el individuo, de dónde procedía o hasta qué le llevó a ahogarse en ese pecio comercial, cuando ante nuestros ojos se ahogan cada día humanos con el ADN intacto, sin grandes tesoros en sus pateras más que hijos, hermanos o esperanza.
Son gente desconocida que cruza fronteras amarrados a una cadena invisible e insana que es la necedad, la economía con mayúsculas y los discursos rimbombantes.
Qué le importa el delfín de guerra a un mileurista que acaba de recibir el despido, qué a un pensionista al que le han diagnosticado un cáncer, qué a una madre de familia que no consigue llegar a final de mes por más vueltas que da la ruleta.
Y aun así son noticias esquilmadas, que dan vueltas sin parar porque lo único importante es saber de dónde venimos y no adónde llegamos con nuestras idioteces.
Esperemos que dentro de dos mil años, nuestros venideros no rebusquen de nuevo el Mediterráneo porque va a estar sembrado de huesos, cartílagos fosilizados y dientes de infantes ahogados. No todo retorna a puerto seguro, no todo llega a puertas abiertas, ni hay caldo de pollo para tantas gargantas sedientas. Los más como el esclavo generador de ADN estudiado, rezuman sal y acritud, desesperanza y hastío de esta tierra, tan ingrata. Los más se perderán en el olvido, no retornarán, ni prosperarán, sino que la arena del fondo cubrirá sus cadáveres, aviadero de peces y refrescadores de algas. Con corrientes marinas apalabradas por la necedad de muchos que gustan de mirar para otra parte cuando tienes el alma encadenada. DIARIO Bahía de Cádiz