Sobre las últimas noticias anunciadas recientemente por el municipio isleño en el sentido de proponer y consultar a la ciudadanía 16 proyectos a ejecutar, entre ellos, la Plaza del Rey, viene oportuno centrar otra vez la atención en el ciudadano isleño, José Enrique Varela Iglesias, objeto del presente artículo.
Teóricamente se suele decir en términos políticos, que un hombre o un ciudadano en edad de decidir, representa un voto… Independientemente de su posición, inteligencia, cultura, oficio o profesión… Es decir qué, aunque no posean estos requisitos; siguen representando un voto al cual tiene derecho…
Asimismo en la política como en la vida ordinaria, un hombre equivale también a una opinión. Y varios hombres a varias opiniones, por lo general, discrepantes unas de otras como signo de la libertad, del respeto y de la pluralidad…
Por otra parte, si nos fijamos en la historia, se podrá comprobar que tanto el que la escribe como el que la lee, salvo honrosas excepciones, que cada cual la acomoda o la interpreta, acercándola quizás más favorablemente a la parcela de sus propios intereses, cuales quieran que éstos sean…
Por consiguiente cuando los pueblos, tratan de analizar su pasado y los episodios sucedidos después de transcurrir muchos años, bien en una contienda o entre dos bandos como lamentablemente lo fue ‘el nuestro’. Hay que analizarlos, en todo caso, con absoluta imparcialidad y objetivamente. Pero despojados de toda acritud y de cualquier tipo de partidismos y rencores, porque, si no, el rencor sólo consigue, que el alma de quien lo practica se corroa, haciéndolo infeliz.
Y para estudiar estos episodios sosegadamente y aprender de ambos lados, tal vez sean ésas las premisas más convenientes de hacerlo en beneficio exclusivo de nuestra salud mental. Hay que recordarlos, eso sí. Pero desde la perspectiva de que nunca más se vuelvan a repetir, ni caer en la tentación de cometer los mismos errores.
En Centro Europa por citar un solo ejemplo entre otros, todavía se conservan los campos de exterminios de judíos con la única intención de conservarlos; porque guste o no forman parte de la historia. Y no se ocultan para que hechos como aquellos, jamás sucedan. Concretamente en Auschwitz, no solamente se conservan, sino que además se visitan. ¿Hay acaso algo más grave y horroroso que este tremendo genocidio para borrarlo? Sin embargo ahí están presentes.
En definitiva, algo de lo descrito en los párrafos anteriores, es lo que en cierto modo constituye la memoria histórica. Y la memoria histórica de un pueblo no puede estar sometida ni basada principalmente a una sola idea, a un solo objetivo. Sino contemplando los hechos tal como ocurrieron en ambos lados y bajo el punto de vista de todas sus circunstancias, de todos sus aspectos y de todas sus vicisitudes. Pero sin odios, rencores ni revanchismos. Y sólo así considerado, se mostrará la madurez, la cultura y el nivel de la educación de un pueblo sabio y reconciliador. ¡Y eso, lo sabemos todos!
Y no es que lo crea, sino que desde hace mucho ha sonado ya la hora de sumar y no de restar o dividir. Y menos todavía de reabrir viejas heridas ni de volver al pasado; porque en qué familia no hay alguna víctima de aquellos nefastos y lamentables acontecimientos; porque en la mía también la hubo.
Por eso deberíamos si no olvidar del todo, sí al menos pasar páginas -han pasado ya casi ochenta años- y hay que pensar en cosas más prácticas, necesarias y más urgentes. Mirando al frente y hacia el futuro; remando todos unidos aun a pesar de nuestras diferencias tanto de vida como de ideologías.
Y trabajar codo con codo en todas las causas comunes, que mejoren a nuestra sociedad y en consecuencias a nuestras vidas y las de nuestros hijos y nietos, que bien desarrolladas, constituyen aptitudes y acciones más determinantes y eficaces, que entretenerse en asuntos irreversibles, ni en causas pasadas, que deberían estar ya más que superadas.
La política es una ciencia y como tal no sólo hay que entenderla, sino estudiarla concienzudamente. Y no todos los que la ejercen la estudian contundentemente ni con frecuencia; ignorando mucho de sus pasajes y entresijos que la misma tiene. Como tampoco en ocasiones puntuales la ejercitan con cordura y adecuadamente.
Por otra parte, los políticos según en el sector donde se encuentren instalados, no pueden convertirse ni considerarse enemigos unos de otros. Sino adversarios a los que como en un partido de fútbol entre equipos hay que vencer deportivamente, sin patadas, zancadillas ni suciedades.
Sin embargo cuando estos mismos futbolistas juegan juntos en su selección representando a su país, actúan en una misma causa común, cuyo único objetivo es trabajar en equipo y todos unidos, ganar y obtener la deseada victoria, tal como ocurrió en el mundial de Sudáfrica, en donde la selección española se proclamó campeona del mundo.
Todo este largo preámbulo pero en mi opinión necesario, me lleva ya a introducirme en el título del presente artículo. Ahora, que al parecer, otra vez se viene planteando modificar la Plaza del Rey. Y con ello surge la inevitable idea -tantas veces intentada- de hacer desaparecer de dicha plaza la estatua de Varela.
Y sin entrar en ningún matiz partidista ni político como bien se puede apreciar en todo el contenido de este largo relato, cuyos argumentos no son otros que los basados en la coherencia, el sentido común y la razón. He de manifestar lo siguiente, porque seguramente hay quienes pueden ignorarlo:
José Enríquez Varela Iglesias, nació en La Isla, el 17 de abril de 1981. Y según cuentan los ciudadanos más antiguo del lugar. Procedía de una familia modesta. Vivía en el patio de vecinos nº 6 de la Maestranza en la Glorieta, hoy Paseo del General Lobo, cerca de la Estación de Ferrocarril convertida actualmente en un Apeadero. Patio que fue derribado y sustituido por una edificación moderna de tres plantas.
Su padre, Juan, fue Sargento músico de la Infantería de Marina. Y su madre, Carmen, a la que adoraba ‘varelita’, como así le llamaban cariñosamente en familia, se dedicaba al parecer, a atender las ropas de los soldados para ayudarse a sostener su hogar en aquellos años difíciles.
Varela tuvo dos hijos, José Enríquez y Casilda; José Enríquez (ya fallecido) estuvo muy vinculado a nuestra ciudad. Heredó de su padre el título de Marqués de Varela, nombre con el que se sustituyó el Campo de Deportes de Madariaga del CD San Fernando del que tuvo el honor de presidir. Y fue también hermano mayor honorario de la hermandad de la Soledad. Y su hermana Casilda, a la que quería profundamente, se casó con el famoso y genial guitarrista gaditano de la ciudad de Algeciras, Paco de Lucía, íntimo de Camarón de la Isla.
El ciudadano, José Enríquez Varela Iglesias, ingresó cuando era adolescente como educando de corneta en la misma banda a la que pertenecía su padre. Y llegó a capitán general y ministro del Ejército.
Fue siendo aún muy joven -a los 29/30 años de edad- destinado con el grado de teniente a las fuerzas de lo regulares de Melilla, Laureado dos veces por su valor y sus méritos contraídos, en las batallas de Muires y Román el 20 de septiembre de 1920 y en la de Adama el 12 de mayo de 1921. Y actúo tanto allí como en donde sus mandos superiores lo enviaban.
El Ayuntamiento de San Fernando, por este motivo, le concedió el título de hijo predilecto. Y sus ciudadanos mediante una ‘suscripción popular’ obtuvieron el dinero necesario para dedicarle la estatua, que conocemos hasta hoy y que ahora como en tantas otras ocasiones se quiere obviar.
No sé cuál será el futuro de la citada estatua, pero con este artículo, pretendo solamente informar a los que no conocen los antecedentes ni esta otra historia doméstica de Varela como simple ‘ciudadano isleño de a pie’. Y cuál fue el objetivo y la ejecución de la tan comentada como controvertida tristemente estatua.
Seguramente la Estatua de Varela, es posible que se quite para satisfacer a los que demandan su desaparición. En cuyo caso tal vez, debería trasladarse a otro lugar significativo para satisfacer también a los que piensan lo contrario.
O en todo caso, someterla a una consulta popular, como popular fue la suscripción para colocarla donde se encuentra hoy. Aunque dicha estatua esté fuera de todo comentario en cuanto al rigor y el matiz, militar y político que únicamente se intenta resaltar de ella, sin considerar siquiera, que su desaparición ’cercenaría la voluntad’ de aquellos paisanos contemporáneos suyos y antepasados nuestros, que con este monumento construido -con sus propios recursos dinerarios- quisieron homenajear y perpetuar para la posteridad, la trayectoria y el valor de éste que fue humilde ciudadano isleño, pero grande por su valor. Y fue ¡laureado dos veces por Alfonso XIII, con el más alto rango que se le puede otorgar a un militar: la Gran Cruz de San Fernando!
Finalmente citar como un hecho natural e irreversible, que los restos de Varela reposan hace 64 años en nuestro cementerio municipal. Y como cualquier mortal, está sepultado en el cementerio de su ciudad natal. ¡Y esto, señoras y señores, sí que no se puede obviar! DIARIO Bahía de Cádiz