Si una cosa resulta evidente es, sin duda, la impotencia del ciudadano, de este ciudadano de a pie, al que tanto defiendo, ante el poder omnímodo de aquellos que, en teoría, sólo en pura teoría, han sido designados por el pueblo, en un apoderamiento absurdo y, en cierta manera, casi suicida, para ejercer de gobernantes del país. La llamada civilización ha ido convirtiendo a toda la jauría política en cada vez más numerosa, más ávida de poder, más interesada en el aspecto crematístico, menos preparada y más cargada de ideologías en las que, en definitiva, importa menos el ciudadano (aunque sí es verdad que lo convierten en un ídolo con pies de barro), sus derechos, su independencia, su modus vivendi, lo que piensa y cómo, en realidad, desea que lo dejen vivir.
Toda esta amalgama de distintos partidos políticos, cada día más numerosos y menos necesarios, defensores de las más descabelladas ideas de cómo se ha de gobernar una nación, dispuestos a presentarse como los únicos capaces de sacar de sus dificultades a los más necesitados; críticos con los empresarios, industriales, comerciantes, entidades de crédito y cualesquiera otros que puedan haber conseguido situarse en una posición acomodada gracias a su trajo; ofreciéndose como “exterminadores” de los “explotadores” de los trabajadores y dando lecciones de lo que deben hacer, unos y otros, para que el país funcione, como ellos dicen que debe funcionar sin que, para ello, tengan un proyecto serio, viable, eficiente y ejecutable, lo que, si bien puede tener apariencia de ser bueno para los ciudadanos, cuando llega el momento de ponerlo en práctica fracasa, precisamente, porque no existe un medio de elevar el nivel de vida de un pueblo si no se parte de la iniciativa, de la formación, del trabajo, de la formación, del esfuerzo y de la constancia, como virtudes indispensables para conseguirlo.
En España, los españoles, tenemos la rara cualidad de que, cuando tenemos un periodo de estabilidad, de bonanza económica, de vientos favorables al desarrollo, de paz y de sosiego; no pasa mucho antes de que salga alguien dispuesto a acabar con él. La proliferación de partidos políticos, que se han ido creando durante los últimos años, su necesidad de buscar un hueco en el abanico de los ya existentes y sus pretensiones de conseguir una parroquia que ayude a mantenerlos y, en especial, a procurarles, a quienes los crearon, los suficientes recursos para que puedan vivir holgadamente; han conseguido crear una situación lo suficientemente confusa para que los votantes (en muchas ocasiones decepcionados por las actuaciones de los partidos tradicionales), se hayan dejado arrastrar por los cantos de sirena de aquellos que se presentan como libres de las taras habituales entre quienes han gobernado muchos años, ofreciendo esta pureza como garantía de que su gestión va a conseguir lo mejor para quienes les otorguen el voto. El resultado, previsible y gravemente perjudicial para nuestra nación, como ha quedado demostrado en lo ocurrido durante los últimos años en los que, España, ha estado parcialmente paralizada por la imposibilidad de que, los distintos partidos, se hayan puesto de acuerdo para garantizar la gobernabilidad necesaria para que el país funcionara, tanto en el aspecto interno como en el de nuestras relaciones externas.
Como muestra basta decir que, a mayo del año 2015, en el Registro departidos Políticos del Ministerio del Interior figuraban inscritos la friolera de 4.600 partidos. Un dato posterior hablaba de 4.750, la mayoría de ellos sin trascendencia pública. Aun así, resulta un número disparatado y, evidentemente, inconveniente y desestabilizador para un país, si se tiene en cuenta que la mayoría de ellos deben agruparse o integrarse en otros, porque no disponen de los medios, la estructura o el número de seguidores suficiente para que tengan un puesto destacado dentro de la política nacional. Hemos repasado las listas de partidos comunistas españoles y les aseguro que hemos contado hasta 80 distintas facciones independientes, distribuidas a lo largo y ancho de España.
Choca esta atomización de partidos y, todavía más, si muchos de ellos deben ser meramente testimoniales, porque apostaría que hay alguno de ellos que, salvo los pocos que lo deben integrar, nadie en absoluto tiene conocimiento de su existencia. Lo cierto es que hay algunos partidos, dentro de los que actualmente parten el bacalao, que se constituyeron para un fin determinado y que, luego han derivado hacia otros objetivos, que poco tienen que ver con los motivos de su fundación. Uno de ellos es, sin duda, el de Ciudadanos del señor Rivera. Se constituyó como una reacción en Cataluña a la creciente ola de separatismo, que se fue incrementando a medida que el señor Mas y sus secuaces, decidieron intentar salvarse a costa de fomentar el espíritu independentista del pueblo catalán. Al ser el único de los partidos catalanes, aparte del PP, siempre en horas bajas en un territorio que les ha sido hostil, Ciudadanos tuvieron el acierto de surgir en unos momentos en los que nadie se venía oponiendo, en el Parlament catalán, a la prácticamente única dominadora del hemiciclo, la entente separatista de CDC y ERC.
Todos sabemos que Ciudadanos y su reforzado líder Albert Rivera, ahora tienen aspiraciones a entrar en el número de los que optan a gobernar España. Sin embargo, la irrupción del comunismo bolivariano traído por Podemos ha venido a desequilibrar la balanza entre derechas, centro, e izquierdas. Sujetos tan peligrosos, desde el punto de vista de la agitación política, como el señor Pablo Iglesias o el señor Iñigo Errejón, han traído nuevos vientos revolucionarios desde Venezuela que, curiosamente, han conseguido enraizar en muchos españoles que, seguramente desencantados por lo sucedido durante los largos años de crisis y las consecuencias económicas de la misma; decidieron confiar en este neo-comunismo que ha venido a sustituir al que, apenas conseguía seguir vegetando, de señores como Anguita o el mismo señor Llamazares, de modo que sorprendieron a todos los españoles con una irrupción en el Parlamento de la nación, avalada por cinco millones de votos.
Todas estas vicisitudes políticas han traído como consecuencia que, el pueblo español, ya sorprendido por los intentos catalanes de destruir la unidad de la nación, ha tenido que ir asimilando estos cambios que, en el 2007, pocos podían esperar que se iban a producir como, tampoco, se creía que aquella crisis de Herman Brothers y las hipotecas basura, iba a producir un efecto tan desastroso en toda la economía mundial como, en realidad, ocurrió. Sin embargo, debemos reconocer que el verdadero perjudicado, la víctima principal, los que han tenido que apechugar con la parte mayor del “marrón” y los que más han notado los efectos de la crisis, ha sido el pueblo.
Lo que no se esperaba era que, cuando ya aparecían los primeros síntomas alentadores de recuperación, cuando, mes tras mes, los informes sobre el paro iban mejorando, las empresas exportaban más, Europa empezaba a creer en nosotros y la situación de la banca (en realidad de las Cajas de ahorro) se iba normalizando, aunque a costa de acudir a Europa para que nos dejara 40.000 millones de euros para estabilizarlas; estos partidos, dispuestos a evitar que España se recuperara, que se restableciera la paz y que los españoles recuperaran la tranquilidad, de la que habían venido gozando durante los años de prosperidad anteriores a la crisis; irrumpieron en la arena política gracias a que, determinadas cadenas de TV, inconscientes de lo que estaban a punto de desencadenar o, todavía peor, con el propósito de ir en contra del gobierno del PP, iniciaron la ofensiva populista que, en un momento en el que todavía predominaba el descontento por los efectos de la hecatombe económica, consiguió atraer a muchas personas, de izquierdas y derechas, que no le perdonaron al PP el que no cumpliera con sus promesas electorales (algo que todavía le reprochamos) o que se viera obligado a desdecirse de sus ofrecimientos cuando tuvo que mantener y aumentar ciertos impuestos.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos que lamentarnos de que, los partidos políticos nos hayan manejado, a los ciudadanos, a su antojo; nos hayan engañado sin el menor pudor y sigan en la brecha, intentando arrimar el ascua a su sardina, cuando la situación internacional y el problema catalán siguen amenazando que, al menor descuido, a la más mínima imprudencia o ante alguna de las exigencias de la CE, nuestra nación vuelva a caer en aquellos errores garrafales que, en otra ocasión, la llevaron a poner las vidas de los ciudadanos en peligro y, a la misma patria, a punto de ser invadida por los soviets de Moscú. En este caso los invasores ya los tenemos dentro y se llaman Podemos. DIARIO Bahía de Cádiz