Los mensajes de los políticos suelen ser bastante simples y ello es lógico, puesto que deben resultar comprensibles por igual para todo el mundo. Tienen que formularse buscando captar al máximo número de electores, que van desde los más ilustrados e inteligentes hasta los más torpes e incultos, pues los votos, en una democracia, valen lo mismo los de unos que los de otros. Es por eso que lo que dicen los políticos en campaña electoral —y fuera de ella— resulta, por su simpleza, tan aburrido. Otra razón de peso podría encontrarse, seguramente, en la mediocridad de una buena parte de aquellos compatriotas nuestros que han decidido dedicarse a la política.
Para ser universalmente entendidos, por tanto, los mensajes de los políticos deben tener un significado literal, unívoco. No pueden dedicarse al empleo de la metáfora y de los juegos de palabras —sólo conozco una excepción a esta regla y es la de Julio Anguita—; entre otras cosas porque, en cuanto los políticos se salen de la literalidad y la claridad más llana, distintos receptores entenderán distintas cosas. En un programa de televisión, refiriéndose al uso de la guillotina, Pablo Iglesias ha dicho —cito literalmente—: “¿Cuántos horrores nos habríamos evitado los españoles de haber contado a tiempo con los instrumentos de la justicia democrática?” Resulta difícil de creer que, en el siglo XXI, haya aún gente que defienda que se le deba cortar la cabeza a otro ser humano, por malo que haya resultado —y en eso podemos estar de acuerdo— para la sociedad. En este sentido es lógico que, escuchando sus palabras, haya quien pueda sentirse escandalizado, horrorizado; habría que recordarle a Iglesias que uno de los últimos que empleó la guillotina en Europa, como una medida necesaria para llevar a cabo su propia revolución nacionalsocialista —y su asalto al poder— fue, precisamente, Adolf Hitler.
Habrá quien defienda a Iglesias, por otro lado, en el sentido de que este sólo hablaba metafóricamente. “La guillotina” puede simbolizar la necesidad actual de cortarles el chollo a aquellos que están parasitando nuestro país, entre los que se encuentran, todos a una, Fuenteovejuna, los políticos, los empresarios, los banqueros y los sindicatos; la necesidad de cortar de raíz el despilfarro, etc. ¿Cómo hay que entender a Pablo Iglesias? ¿En sentido literal o metafórico? Creo que, con este ejemplo, queda claro por qué los políticos no deben emplear florilegios y metáforas en sus discursos y en sus intervenciones públicas —con la salvedad de Anguita— pues lo que digan puede malinterpretarse fácilmente.
No estoy de acuerdo, por otro lado, con esa opinión frecuente acerca de que Pablo Iglesias representa el populismo. A ver: puedo estar de acuerdo en que Iglesias sea populista, pero, ¿acaso no lo fue también Felipe González prometiendo ochocientos mil puestos de trabajo? ¿Es que no fue populista Rajoy al prometer que bajaría los impuestos? ¿Y no hace populismo Pedro Sánchez cuando habla de eliminar el Ministerio de Defensa? En fin, no tengo intención de hacer de abogado del diablo, pero quien esté libre de pecados, que tire la primera piedra.
El lenguaje de los gestos también es muy importante; de eso podemos hablar otro día, e incluso acudiendo, otra vez, al ejemplo que dio Hitler de su uso político. Pero con respecto al lenguaje oral, que es el asunto principal de este artículo, querría comentar otra frase de Pablo Iglesias: “El cielo no se toma por consenso, se toma por asalto”. Aparte de constituir un aviso para navegantes, en el sentido de recordar al auditorio que el líder de Podemos encuentra su inspiración política en la retórica marxista y comunista, ¿quiere decir esta frase realmente algo? Porque aquí también nos encontramos con la metáfora, que, como ya se sabe, es un tropo que consiste en darles a las palabras un sentido figurado en lugar del literal. ¿Con la palabra “cielo” se refiere al “poder”? ¿Y eso de “tomarlo al asalto” cómo cabe interpretarlo? Porque, a fin de cuentas, si Podemos va a presentarse a las próximas elecciones generales como un partido más del arco parlamentario, es decir, legalmente, ¿a qué viene eso del “asalto”? Parece entonces que no hay aquí más que un eslogan, una frase vacía de contenido, en la que resulta más elegante referirse al poder como “cielo”, ya que hacerlo de forma directa quedaría feo; y es que la expresión “asalto al poder” podría acabar en el imaginario colectivo relacionando al líder de Podemos con el cine de gánsteres.
Para triunfar, Pablo Iglesias tendría que tener, a mi juicio, más cuidado con el lenguaje. Por el momento, todo son “palabras, palabras, palabras”, como podría decir Hamlet. La corrupción intolerable que campea a sus anchas en los dos principales partidos, PP y PSOE —el último episodio de la cual lo constituye por ahora el escándalo de las tarjetas black de Caja Madrid— no hace más que ponerle a Pablo Iglesias una alfombra roja (nunca mejor dicho) en su camino hacia la Moncloa. Pero Iglesias debería ser más cauto cuando emplea palabras como guillotina, asalto o cielo, no vaya a ser que en las próximas elecciones le acaben recordando el título de aquella antigua comedia de Warren Beatty: El Cielo Puede Esperar. DIARIO Bahía de Cádiz