El poeta y amigo Antonio Luis Baena me dijo en una ocasión que era difícil que en Sevilla se pudieran implantar unos carnavales porque es una ciudad incapaz de reírse de sí misma. Baena nació en Arcos de la Frontera en 1932 y murió en Sevilla en 2011. Desde inicios de los setenta se había asentado en la capital de Andalucía pero antes ya había sido uno de los fundadores del importante núcleo de poetas de Arcos junto a Antonio Murciano, Carlos Murciano, Julio Mariscal y otros.
Supongo que esos grupos carnavaleros procedentes de Sevilla que andan por ahí por Cádiz serán la excepción que confirma la regla aunque no conozca lo que cantan ni tenga mucho interés en saberlo. Desde luego le doy la razón a Antonio Luis Baena, a finales de los años setenta se promovieron en Sevilla unos carnavales y hasta se nombró a una “reina”, distinción que obtuvo José Pérez Ocaña, aquel actor y pintor que hacía gala de su homosexualidad, nacido en Cantillana (Sevilla), impulsor en los setenta de una movida catalana en Las Ramblas de Barcelona, que falleció en Sevilla en 1983 con 36 años.
Tuve la ocasión de entrevistar a Ocaña –cuya figura ha ido en aumento- en aquellos carnavales. Era un tipo especial, deslenguado, transgresor, que sin duda ha abierto caminos en lo social y en lo cultural. Sin embargo, los carnavales de Ocaña fueron despreciados por la ciudad y relegados al barrio de la Alameda, siendo tachados por alguna prensa de marginales y organizados por marginados, la misma prensa que sería incapaz de reírse de Sevilla, la misma prensa que representa a los sevillanos que son truenos vestidos de nazarenos, como denunció Antonio Machado.
Machado empezó a reírse de esos sevillanos a quienes Sevilla debe su provincianismo -aún bien latente- y terminó como terminó. Luis Cernuda aportó su parte y si no se llega a largar de su Sevilla hubiera corrido la misma suerte que Lorca en Granada, a quien mataron “por maricón” más que por republicano o por rojo.
No es que haya que reírse de la Semana Santa en tanto que celebración religiosa porque de ofender las creencias de la gente, nada de nada. Hasta Teresa Rodríguez –de Podemos- muestra su admiración por el evento y la mía la tiene desde siempre (mi admiración por la Semana Santa). Pero sí hay demasiados elementos humanos en esa liturgia que tienen poco que ver con lo que significa. Por más que algunos se golpeen el pecho no pueden evitar ser lo que son y servirse de una situación en pro de sus intereses, cualquier hermandad posee miles de miembros y donde hay gente hay negocio potencial e influencias.
La Feria de Sevilla también encierra mucho de lo que mofarse en unos carnavales pero no, Sevilla se ríe de sí misma de puertas para dentro y cuando suenan cornetas y tambores la gente sale corriendo a ver qué es eso aunque se trate de un pequeño o mediano grupo de personas llevando a su imagen correspondiente al tiempo que interrumpe el tránsito normal de ciudadanos y coches.
Reírse de uno mismo es condición sine qua non para divertirse pero la verdad es que tampoco estoy seguro de que Cádiz lo haga profundamente porque cuando oigo las letras de sus carnavales me doy cuenta que sus contenidos los marcan mucho no la personalidad de sus compositores e intérpretes sino la personalidad de los medios de comunicación que inspiran esas letras. Sea como fuere, los carnavales sirven de catarsis a la gente, Franco fue torpe prohibiéndolos porque como mejor se domina al personal es haciéndole creer que es libre. DIARIO Bahía de Cádiz