Este año he frecuentado poco la Feria del Libro de Cádiz.
El único día que acudí, aproveché para asistir a la presentación, a cargo de Juan José Téllez, del primer libro de mi amiga María Ángeles Robles, “Una senda en la penumbra. Hacia el corazón de Japón”, editado por Ediciones de la Isla de Siltolá, y a la firma de mis propios libros que tuvo a bien organizar el también amigo Juan Manuel de la Librería Manuel de Falla (a él, y al resto de libreros y librerías de Cádiz, les debemos mucho).
Si les digo la verdad, me habría encantado poder tener mucho tiempo, y así acercarme a ver a Miguel Ríos, a Luis García Montero y a Felipe Benítez Reyes haciendo doblete presentando a ambos. Me habría asomado a saludar a Miguel Albandoz, también. Podría haberme escapado quizás también a conocer a los dos flamantes autores de Alumbre.
Pero mis obligaciones familiares y laborales me impidieron sucumbir al impulso de casi vivir en una casamata, a pesar de la brisa marina cabreada, la levantera o el biruji que hace cuando se va el sol (será mi tendencia a estar ahí, en medio de las corrientes).
A pesar de la brevedad, mi paso por la cita anual con los libros, los librescos y los libreros de Cádiz ha sido muy nutritivo, como siempre me gusta afirmar, cuando hay encuentros con amigos que lo son. Ha sido muy placentero, también, conocer a gente agradable que se acerca a verme y que desean amablemente que les garabatee mi humilde nombre. Ha sido genial sentir el cariño, y aún más, cuando el cariño se expresa con chocolates Pancracio (gracias J.L. Paramio y Marta).
Y es que, ¿para qué escribe una si no es para eso? En mi caso, absolutamente para nada.
Será que en mi actual momento vital, he perdido esa “ansiedad” de poder y de gloria, esa persecución de la fama siendo cabeza de lista de los más vendidos en El Corte Inglés.
Será (y no me malinterpreten, no quiero dar la impresión de creer estar por encima del bien y del mal), que ya no, que ya no me apetece competir en esa extraña carrera hacia el podio, ni estar en ningún ranking. Qué va, los odio profundamente.
Será que he comprendido, por fin (fuerza obliga), que escribir es una tarea complicada, y que estar en todos los saraos resta tiempo a la lectura, a la búsqueda interior. Y en mi caso, ahora que tengo tan poco tiempo para nada, busco esos momentos de introspección, de reflexión, el ambiente propicio para que algunas líneas surjan.
Es necesario que existan estos mercadillos culturales, no digo que no, pero siento que cada vez se alejan más de los escritores. Y no es una percepción solo mía.
Verán, esta preocupación por lo que está ocurriendo ahora mismo con la literatura (mejor dicho, el mercado de los libros) se manifestó en una conversación que mantuve con dos buenos amigos. Los dos leen. Uno de ellos se ha lanzado hace muy poco a mostrarle a los demás que también escribe. El otro, lleva ya muchos años escribiendo, en la sombra, construyéndose paso a paso, con esfuerzo y tesón, una discretísima carrera literaria. Ha publicado muy poco, o casi nada. Apenas se deja ver en los círculos del mundillo, ni acapara las redes sociales con autopromoción, ni tiene página de seguidores. Mi amigo es escritor. Solo eso. Él lee y escribe. Y su pudor lo coloca justo en el camino correcto.
Él ha visitado la cita institucional todos los años. Ha ido a admirar a aquellos autores que venían de visita, y a los escritores locales. Admirar, sí. Esa es la palabra. Él, ha visto como se ha ido desvirtuando año a año la figura del escritor (de la desmitificación de los escritores, y el origen de este fenómeno, hablaré en otro artículo). Ahora, todo es confuso. Y es complicado encontrar a lo que se supone que debe ser un autor, un pensador, un intelectual en definitiva.
No busquen culpables, porque no los hay. Supongo que la confusión está más que extendida en todos los ámbitos de la vida, no importa que hablemos de literatura, deporte o política. Todo vale, todo se sobredimensiona, se comparte, se desecha en las redes de forma feroz, y da igual el contenido, el fondo de las cosas y de las personas.
Y sé que mi amigo, mis amigos (y es un orgullo para mí contar con ellos), los que piensan como yo, a pesar de haber participado en este mercadeo, en este ridículo photocall, libro cualquiera en mano, saben (sabemos), que seguir el juego a esto puede ser alienante y peligroso.
Me queda pensar, y esa conclusión llegamos, que todas las modas pasan, y que los castillos de arena (y de papel), duran muy poco. No sé ustedes, pero una servidora siempre ha preferido la piedra, y si es ostionera mejor, para construir un refugio perdurable.