Es posible que los 194 países, que han asistido a la cumbre contra el cambio climático, lo hayan hecho, al menos en una gran mayoría, con el sano propósito de acabar con las emisiones de gases contaminantes a la atmósfera de este maltratado planeta. No dudamos de las buenas intenciones de los negociadores y estamos seguros que, muchos de ellos, de buena fe, han llegado a creerse que lo que se ha conseguido ha sido un gran hito para la humanidad y un importante paso adelante en la conservación de la vida animal que, al parecer, según las informaciones más alarmistas corre peligro de desaparecer de la capa de la tierra si no se consigue que las naciones pongan coto al consumo de materias de por sí contaminantes.
Lo que sucede es que, a los que nos cuesta creer hasta en aquellos acuerdos en los que se establecen compromisos firmes obligatorios para todas las partes, que se imponen fuertes sanciones para el caso de ser incumplidos, de modo que todos los implicados en el compromiso establecen medios eficaces de control, vigilancia y actuación inmediata en contra de aquellas partes que no los cumplan; vemos con sumo escepticismo unos acuerdos en los que se fijan periodos excesivamente largos (hasta el 2050) para poder desarrollarlos; se utilizan frases de buenas intenciones como “lo antes posible” que se basan, únicamente, en la buena fe de quienes se han comprometido a reducir las emisiones contaminantes a niveles no perjudiciales para los seres vivientes y que, por añadidura, no prevén medios coercitivos eficaces para conseguir que, aquellos que, en los plazos establecidos, no hayan cumplido con lo firmado, puedan ser sancionados de forma que ello suponga graves perjuicios para los infractores.
Resulta llamativa la pompa con la que se recibido este acuerdo de mínimos que se ha conseguido en el que, por cierto, las principales naciones contaminantes, las mayores causantes de los graves índices de contaminación en la atmósfera de los últimos años, EE.UU y China, son las que más se han venido oponiendo a cualquier tipo de obligación formal y, todavía menos, al establecimiento de severos correctivos a aquel país que no cumpla con lo acordado. A los ciudadanos de a pie nos da la, poco reconfortante, sensación de que no ha sido más que una de estas aparatosas reuniones en las que, como siempre suele suceder, el pez gordo se come al chico con la especial particularidad que, en esta ocasión, parece que el pez chico se ha dejado engullir a gusto. La sensibilización de una parte importante de los ciudadanos del mundo y sus manifestaciones, sus estudios, sus propuestas multitudinarias y sus presiones ante la ONU es posible que hayan sido las que han conseguido convocar esta cumbre de naciones que parece que ha servido de placebo para que, esta queja mundial en contra de la contaminación global, haya quedado amortiguada, pero nada más.
No nos queda otro remedio que dejar que sea el tiempo el juez de lo que, en realidad, se ha conseguido en esta conferencia de 194 países, efectivamente muy numerosa, pero de la que, a pesar de los esfuerzos puestos en ello, no ha sido posible implicar de una forma eficaz y obligatoria a las principales naciones cuyas industrias son las causantes de la mayor parte de la polución que hoy existe en nuestra atmósfera. Luego hay la cuestión de los países emergentes que, al haberse incorporado más tarde a las economías productivas industriales, reclaman su derecho a poder usar combustibles tradicionales como lo han hecho las ya industrializadas durante los años pasados. En fin, un tema de difícil solución que, sin embargo, no debiera dejarse en punto muerto porque la naturaleza no sabe de pausas ni de intereses políticos y seguirá degradándose cada día más.
Dejando aparte el tema catalán, la incapacidad de sus políticos para formar gobierno y el peligro evidente de que Cataluña acabe siendo el reducto de yihadistas más importante de Europa y que, la deriva hacia administraciones comunistas, acabe consolidándose de modo que acabemos siendo una sucursal del Kominform ruso, con gobernantes de tan escasa talla de la señora Colau incapaz de entender que, con sus inventos y sus errores, lo que está haciendo es convertir a Barcelona en una ciudad tercermundista de la que, de seguir así, pronto van acabar con el prestigio que ha conseguido, como ciudad cosmopolita, a través de muchos años de trabajo. Lo curioso es que, el señor Iglesias de Podemos, quiere que las alcaldías de Madrid, con Manuela Carmena y las de Barcelona le sirvan de señuelo para captar los votos que le aupen en las encuestas. Bueno, la verdad es que hay quienes estudian mucho con pocos efectos.
No obstante si que hemos observado, durante estos últimos debates televisivos, algo que no deja de sorprendernos y que nos puede hacer cambiar de opinión sobre las propuestas de Ciudadanos y de su líder el señor Rivera. Parece que, entre el señor Iglesias de Podemos y el señor Rivera de Ciudadanos existe una táctica de no herirse demasiado entre ellos. Esto tiene que ver, seguramente, con una cierta faceta del partido de Ciudadanos que quizá haya pasado por alto debido a que, en Cataluña, siempre han sido los que más han salido, junto con el PP, en defensa de la unidad de España y radicalmente en contra de los grupos separatistas de CDC, ERC, ANC y el Omnium Cultural. En todo caso, no podemos perder de vista que se trata y así se han declarado con anterioridad, de un partido de centro izquierda moderada que, como ha dicho recientemente el mismo Rivera, no parece muy dispuesto a establecer alianzas, en el caso de que saliera ganador el PP por mayoría, sólo se comprometían a ayudar, esporádicamente, en determinadas cuestiones, desde los escaños de la oposición.
Este es el peligro que, en otro de mis comentarios mencioné, podría surgir de votar a partidos de los que no se sabe cual va a ser su comportamiento si no ganan, existiendo la posibilidad de que acaben favoreciendo a tendencias de izquierdas, no tanto al propio PSOE del señor Sánchez, sino que tuvieran la tentación de coaligarse con partidos emergentes, como es el caso de Podemos, si el señor Iglesias le ofreciera a Rivera la presidencia del gobierno a cambio de determinados ministerios. Es evidente que España no es una simple autonomía, como Cataluña, ni puede ser gobernada sin tener la preparación y experiencia para hacerlo y hacerlo con la eficacia y la seriedad que dan el haber ostentado antes un cargo público de importancia, en el que se haya aprendido a solucionar los problemas e imprevistos de cada día, para lo cual se requiere una agilidad especial y un temple que no todos los aspirantes a gobernar disponen en su currículo.
No creemos que fuera una buena idea, una idea apropiada para gobernar el pueblo español el que, quienes han introducido de nuevo en nuestro país las ideas estalinianas del comunismo soviético, que nos han traído desde Venezuela los vientos de la discordia, que han llevado a aquel país a los bordes de la miseria, gracias a un gobernante, como Maduro, que ha sido incapaz de saber sacar provecho a las grandes riquezas del país para mejorar la vida de sus ciudadanos, a pesar de tenerlos bajo la bota de la tiranía dictatorial y el terror a expresar su disconformidad con el régimen –algo que, felizmente, han conseguido superar gracias al valor y el sacrificio de unos ciudadanos que nunca se dejaron achantar por el miedo ni las amenazas –; fueran los que acabaran por tener el poder en sus manos que les permitiera repetir, en España, la experiencia venezolana. El señor Rivera no debiera de jugar a este juego, pensando que es lo suficientemente experto para poder sacar provecho de él. Con los comunistas nunca se es lo suficientemente precavido y prudente ya que, de entre sus conocidas habilidades y triquiñuelas, sus peligrosas trampas y sus experiencias en socavar las instituciones y en conseguir adeptos a su causa; han acabado surgiendo las revoluciones que han sido capaces de tumbar muchos gobiernos solidamente establecidos.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos el temor de que, aparte de la consolidación de Podemos en la ciudad condal, algo que hace sólo unos meses hubiera sido impensable, tengamos que enfrentarnos a alianzas con las que no se contaba que quizá acabaran con un nuevo tripartito como aquel con el que nos amenazaba Pedro Sánchez sólo que, en lugar de apoyar su candidatura a Presidente del Gobierno, se le atribuyera el papel de segundón o tercero en el mando, mientras Rivera y el hábil Iglesias se repartían el pastel. No olvidemos que: torres más altas cayeron. DIARIO Bahía de Cádiz