Si eres una criatura obediente y pacífica ya tienes avalada la consideración del profesorado, pero pobre, si eres una persona nerviosa o por tu inmadurez te cuesta centrarte en las actividades. Cuando comenté casualmente con la médico de uno de mis hijos la cantidad de casos que eran llevados a psicólogos infantiles por prescripción de su profesorado, pensé que alucinaría, pero no, porque dijo que esa era una práctica común ahora. No debemos asustarnos, pues, si al tomar contacto con tutoría nos preguntan qué tal nos va en casa, que puede entenderse como que el ambiente afecta al niño y es cierto, pero que no deja de ser una intromisión en la vida privada que tan bien protege nuestra constitución del 78.
Hay un marujismo pueril y patrio, en saber cosas de los demás para quedar por lo alto, para dar un mensaje claro de” yo soy mejor que tú, porque tengo menos piernas rotas o menos ojos tuertos”. Las criaturas lo maman, igual que las teleseries, los juegos electrónicos y las rencillas. “Espero que no se peleen en casa”, rezaba en una carta escrita en una clase de primaria, como dando a entender que las familias se pelean y sí se pelean y se divorcian y si el marido es un perro, hasta las matan, pero no es lo que se le pide a la familia como idóneo en Navidad, ni en ninguna otra fecha y menos con la facturación del colegio incluida.
Es tiempo de felicidad, de gastar, de comer, de beber y coger el coche hasta arriba de yerba y darle un buen empellón a una señora que va de compras con los niños a cuestas, que te manda a freír espárragos, pero en arameo palatino, que para eso fue a un colegio de monjas, cerca de la plaza España.
Ahora, igual que ayer no importa lo que piensen los niños y se sigue dando lo que dictaminan los padres, llámese religión en la pública vía obispado. Es curioso, porque con todos los escándalos de la Iglesia, son como el Decamerón y el cuento del judío que después de ver las pocilgas de Roma, al volver se hizo católico. No lo entendí nunca, porque no hay regalo más grande que el abrirte los ojos a la realidad, aunque te lloren, ni logro más importante que sacarte un trabajo, apostando por el esfuerzo y el estudio en vez de las recomendaciones de la Diócesis. Ahora se plantea la reducción de horarios en muchos públicos de las horas de los profes de religiones y andan a la mata la pata pidiendo firmas a padres divorciados, que quieren que sus vástagos lleven el traje bonito y den un convite fabuloso, para no ser menos que las demás criaturitas. Después pasan las fechas y los que profesan la fe a su manera, ya están pensado en ponerle a la niña la vacuna del papiloma por si los coitos y darse un buen atracón con el segundo o tercer novio, después del divorcio por impotencia.
De impotencia, se nos queda la cara cuando no entendemos la forma como pueden bordar los rebordes de las cosas, de las estupideces y gastar unos euros en tabaco, en gafas de imitación de la Herrera o de zapatos de los chinos para ir de fiesta y después para que gente, buena, como el Libi tenga que gastarse las manos llenas en buscar para dar de comer a quien de verdad cuenta.
No entendemos que haya males que no curen cien años de conciencia, que haya imbéciles amarrados a la pandereta, con caridades menguadas, porque lo que en verdad se aprecia es que dirán y la fiesta, que siempre hemos sido un país de pamplinas y volteretas. No tenemos los políticos que nos merecemos, tenemos los vecinos que no nos podemos quitar de encima, lo que las urnas regurgitan, los divorciados más capillitas y los lujuriosos que pagan a una vedette de los sesenta por verle los pechos lacios en una fiesta de alta empresa. Somos esperpénticos y picassianos, jilipollas de gama alta, con profesores contratados y sin oposiciones a la zaga, con gente preparada a manos quietas y enchufados manifestándose, exigiendo puestos de trabajo, con condiciones iguales a los que han sudado la plaza, opositado y llegado a meta, sin padrino, ni Nicolasidades. DIARIO Bahía de Cádiz