Desde tiempos inmemoriales el ámbito familiar ha sido catalogado como la primera escuela donde realmente se enseñan los auténticos principios y valores humanos; el lugar en el que no solo se aprende a cultivar y a dejarse cautivar por el auténtico amor, también se reprende, al ser en formación, cuando no hace un buen uso de la libertad. Esto siempre es fructífero. Por desgracia, vivimos en una sociedad en la que todo se disgrega, obviando algo tan natural como que el ser humano es un ser social por naturaleza; y, por consiguiente, con mayor cognición, se puede decir que es un ser de vínculos y pertenencias. De manera, que la maternidad implica necesariamente la paternidad y viceversa, confirmación del amor e innata genealogía del ser humano, que recibe su propia naturaleza comunitaria prolongada a través de los descendientes, a los que han de instruir en ser dueños de sí mismos y no al vicio tan extendido del “codicio y poseo”. Indudablemente, la tarea educadora de los antecesores tiene que despertar el sentimiento natural de la especie como hogar, con el que hay que convivir, respetar, ayudar, entenderse, para en suma saber habitar compartiendo. En consecuencia, considero de justicia que la Asamblea General de Naciones Unidas decidiese proclamar el uno de junio como Día Mundial de las Madres y los Padres, máxime en un momento en el que hay que volver a recuperar la buena vecindad, el cuidado de unos y de otros, la estima por nuestros ascendientes de los que provenimos y somos lo que somos.
Los hijos, por tanto, jamás se divorcian de los padres; aunque sólo sea por el principio congénito de comunión y fecundidad. El encuentro siempre hay que facilitarlo. Las mismas tecnologías pueden ser útiles, cuando son bien utilizadas, sobre todo para conectarse a pesar de la distancia, pues también tienen por delante su propio camino de vida. Precisamente, en su resolución la Asamblea General de Naciones Unidas, apuntó a la familia como el responsable primordial de la crianza y protección de los hijos, para el pleno y armonioso impulso de su personalidad, siempre que el entorno familiar sea un ambiente de felicidad, amor y comprensión. El referente de matrimonios que no sólo han perdurado en tiempo, sino que siguen sosteniendo un proyecto común y conservan el afecto, pueden ayudar a otros a descubrir que los padres son los pilares de la estructura familiar, de las comunidades y de la sociedad. Deberíamos pensar más en esto y afrontar de una manera más profunda las crisis de los esposos, mediante un diálogo sincero reconciliador, puesto que cuando las familias se desestabilizan perdemos todos. A veces no nos damos cuenta, pero es en la familia, entre hermanos, donde verdaderamente se aprende a convivir. De ahí la importancia de las escuelas de padres en los centros educativos o los talleres de formación para progenitores con hijos problemáticos, como medio para fortalecer al matrimonio y hacerlo crecer, cuando menos en comunicación entre ambos. Desde luego, sentirse perdonado y saber perdonar es fundamental en toda familia; donde a medida que aumenta nuestra comprensión del significado de la paternidad o de la maternidad, se plantea la oportunidad de que las personas recapaciten, abandonen viejas punzadas, y maduren la manera de convivir, de relacionarse, de sentir en definitiva.
Téngase en cuenta que ambos predecesores han de acordar algo tan importante como fortalecer la educación de su prole, para bien o para mal. Por ello, los padres más que ser meros controladores de sus hijos, han de contribuir, no sólo con amor, también con una fuerte dosis de paciencia, al proceso de maduración de sus retoños, para conseguir una crianza progresiva, mediante una libertad responsable, de ascenso integral de labranza de la auténtica autonomía. Naturalmente, más allá del contenido genético de la madurez, nuestros hijos han de saber tomar el camino preciso con sentido e inteligencia, pues la vida de cada cual nace cada día en nuestras manos, para vivirla cada uno consigo mismo junto a los demás, con el don inmenso de la voluntad. Los padres no pueden delegar en nadie la formación ética de los hijos, su desarrollo afectivo será vital para su crecimiento posterior. Es público y notorio que el abandono afectivo, por parte de los padres, provoca en los hijos un dolor tan hondo que va a ser difícil olvidarlo. Las heridas van a ser profundas, tanto si son causadas por la madre, que tienen un rol decisivo en las familias al ser una fuente potente de cohesión social e integración, como si son originadas por el padre dispuesto siempre a participar plenamente en los aspectos emocionales y prácticos de la crianza de los hijos. Un niño corregido con afecto se siente tenido en cuenta por sus padres, percibe que es alguien que interesa, advierte que sus padres reconocen sus facultades y percibe además la sanción como un estímulo. O sea, que le ayudará a mejorar como persona.
Es evidente, por ende, que un progenitor no es únicamente el que da la vida, eso sería demasiado fácil, unos verdaderos padres son aquellos que imprimen amor en todo lo que dicen y hacen. A propósito, sabemos que los investigadores siguen estudiando de qué manera la presencia o ausencia de los progenitores afecta a sus descendientes en esferas tales como el rendimiento escolar y la delincuencia. Ciertamente, las estadísticas nos sobrecogen, son muchos los padres que cometen actos de violencia doméstica o incluso de abuso sexual, lo cual es devastador para las familias, -tal y como reconoce Naciones Unidas-, y deja en los hijos hondas cicatrices físicas y emocionales. Otros sencillamente les abandonan y no les proporcionan sustento alguno. A mi juicio, estas realidades son gravísimas, por la irresponsabilidad que conlleva, a la vez que genera una forma concreta de salvajismo, destruyendo algo tan níveo como el amor verdadero, que no entiende de odios y mucho menos de venganzas. Por desgracia, hoy son muchas las familias disgregadas en permanente lucha, con una actitud esencialmente interesada, donde lo que menos importa es crear un ámbito comunitario de respeto y consideración hacia el otro. Sólo hay que analizar los datos. En España, por ejemplo, han aumentado las rupturas matrimoniales por la salida de la crisis. En realidad esto pasa cuando todo lo supeditamos al dinero. Tantas veces olvidamos que únicamente es el amor lo que en verdad nos une, nos hace familia.
Sirva, pues, este día de reconocimiento y homenaje a los padres y madres de todo el mundo para avivar la gran responsabilidad de serlo, y de reconocer la importancia que tiene la orientación familiar y todo lo que contribuye a ayudar a los padres en su tarea. No puedo por menos que aplaudir el establecimiento mundial de esta onomástica, en un momento de tantas fuerzas contrarias contra la familia y lo que ello supone de civilización y humanidad. Sin duda, hay que brindar por aquellas políticas que apuestan por el equilibrio entre trabajo y familia para los padres, pues son ellos; los progenitores, con su ternura, los que acrecientan los vínculos humanitarios. Es una lástima que a muchos jóvenes se les prive de formar una familia por falta de oportunidades de futuro. También es una pena que muchas personas maduras opten por separarse y rechacen el ideal de envejecer juntos. Sea como fuere, son muchas las contradicciones que nos invaden para desdicha nuestra. Con razón, un pueblo que no escucha a los abuelos es un pueblo que muere. Además de que las dificultades son más duras de sobrellevar sin una familia que te sonría. Al fin y al cabo, aquellos que activan las espadas contra la familia no saben lo que hacen, quizás no entiendan lo mucho que deshacen y desvirtúan, con sus necias ideologías, llámense de género o de mezquindad. DIARIO Bahía de Cádiz