En nuestra sociedad no se entiende muy bien, que existe la posibilidad de alternar prácticamente sin necesidad de tener una copa en la mano.
Y sabido es también, que todos los acontecimientos sociales, amén de las tertulias diarias, discurren alrededor de un mostrador, unos veladores, unas terrazas o unas mesitas donde la presencia del alcohol es inevitable.
Sin duda el consumo de bebidas alcohólicas es un hecho cultural y una de las costumbres más arraigadas en determinados países y de manera muy especial en el nuestro.
Desde la infancia podemos recordar cómo nuestras queridas madres, con la mejor de las intenciones, nos suministraban antes de las comidas, una copita de vino dulce o aquinado para despertarnos el apetito o tonificarnos con aquellos famosos candies, mezcla de huevo, vino y azúcar, en la época del crecimiento, desarrollo y desgaste, sin percatarse del efecto del alcohol a una edad tan prematura y tierna como incipiente.
Superada aquella época, hoy el consumo de alcohol no tanto en los niños, pero sí en los más jóvenes se ha desorbitado y su objetivo es otro muy distinto de aquel. Ahora se bebe para colocarse, para la marcha, para coger el punto, para subirse en la cresta de la ola y para no sé cuántas expresiones más o simplemente para no descolgarse del resto de los compañeros.
El tema evidencia naturalmente una preocupante y tremenda complejidad, que afecta a distintos sectores de la sociedad; padres de familias, educadores, organizadores, instituciones, legisladores, autoridades, etcétera.
En buena lógica ingerir alcohol antes o ahora, ha modificado notablemente las consecuencias de sus riesgos. Antes, un joven se emborrachaba y no pasaba a mayores; dormía la mona y ahí se acababa la historia, así considerada aparentemente con sus reparos y con sus matices. Ahora, un joven borracho es como si fuera una bomba de relojería y tiene todas las papeleteas en la mano, para poner en riesgo su vida, la de sus amigos y la de los demás en un hipotético accidente de tráfico si conduce bajo los efectos del alcohol.
Es aquí donde radica el límite entre lo razonable prudente e inteligente o lo estúpido y desafortunado. Por eso beber cosas buenas sin alcohol resulta agradable y constituye un excelente placer. Y beber vino con moderación, tal vez, también lo sea, aun sabiendo sus efectos.
Sin embargo, pasarse significa convertirse en un necio, en un pelele y facilitar el mejor camino para jugársela ante unas consecuencias, que pueden ser muy graves e imprevisibles.
Afortunadamente las medidas que penalizan con pena de cárcel al conductor ebrio o con altos índices de alcoholemia y las campañas orientadas por las escuelas y los distintos organismos, divulgando y alertando sobre los efectos y las consecuencias del alcohol en nuestra salud y en nuestros actos, son las causas, al parecer, de cierta reducción del consumo.
Evidentemente la información y la educación en esta materia son determinantes y fundamentales. Los jóvenes y adolescentes deben ser el principal objetivo de estas campañas disuasorias, sin olvidar que una buena integración familiar en este sentido, tienen incidencias definitivas en el consumo del alcohol en los menores.
Existe una ley natural que es precisamente eso -natural- la cual nos invita a disponer libremente del uso y el disfrute de todo lo creado, basada precisamente en que todo lo creado es bueno por naturaleza y está al alcance y a la disposición de todos los seres humanos, sólo que de la moderación o el exceso que se haga de su consumo, así dependerá el resultado.
Por eso, informar inteligentemente sobre el consumo del alcohol, será la mejor manera y la fórmula más sensata de combatirlo. DIARIO Bahía de Cádiz