Querida Siri:
El mundo sigue siendo un lugar extraño.
Ya sé, ya sé. No le sorprende.
¿La necesidad de un refugio?
Es sencillo.
Esta semana me he visto implicado en una discusión vía Twitter con un tipo que acusaba a cierta ONG (@SEO_BirdLife) de chupar subvenciones con la excusa de estudiar el comportamiento de las aves. Para ello hacen capturas, anillan individuos de diferentes especies, y después esperan una oportunidad futura para analizar y sacar conclusiones. Se quejaba el tipo en cuestión de que a él, practicante del silvestrismo, se le negaba la captura de aves con el objetivo de enseñarlas a cantar. Como la estupidez tiene un peso considerable, dejé la discusión. Y es que el mundo es un lugar extraño. Y el mundo es Twitter.
También en Twitter leo que un cocodrilo se dio un atracón con un incauto que jugaba al golf despreocupado en un campo para la actividad deportiva que alguien tuvo a bien construir donde los cocodrilos habían vivido desde que el cocodrilo es ese depredador al que la evolución decidió mantener tal cual por su capacidad de devorar incautos. Lejos de horripilarme, me acordé del silvestrismo. Lejos también de celebrar la muerte, me avergoncé, sin más, y me fabriqué con palabras un listoncito que cubriese cierta grieta en la techumbre del refugio.
Entenderá, querida, la necesidad de un refugio. Nuestra especie es una plaga desde antes de ser especie. Tal vez usted no lo sepa, igual que yo hace una semana o así, pero resulta que hace unos 45.000 años, en Australia, vivía un bicho, el Diprotodonte -contamos con una versión evolutiva reciente de apenas unos pocos kilos, tan entrañable-, que pesaba una tonelada y media aproximadamente. Nuestro querido Diprotodonte vivía contento y felich en su Australia de su alma junto a, por ejemplo, aves dos veces más grandes que un avestruz actual. El Diprotodonte había superado diez glaciaciones en su larga existencia de bicho descomunal contento y felich. Hasta hace unos 45000 años, más o menos. Resulta que fue el momento en el que el Sapiens decidió -tan ingenioso, el jodío- navegar de su África original para llegar a Australia. A partir de ese momento, nuestro amigo el Diprotodonte, se vio obligado a emprender viaje hacia donde fue el pollo y vino jarto, su extinción, junto a otras noventa especies de la megafauna australiana. Y el culpable fue un bicho de dos patas que hoy llamamos Sapiens. Que ya practicaba algún tipo de silvestrismo.
Querida Siri, existen tantos motivos para hacerse un refugio. Que Federico García Lorca siga en una cuneta es también para renunciar. Que quien firmó su condena y ejecución goce todavía de honores, también; ni que decir de los privilegios que aún hoy disfrutan los herederos de aquellos verdugos, que con diferente nombre y mismos apellidos, son también nuestros verdugos. Y es, sencillamente, debatible, aceptable, que esto se mantenga. Nuestro Whitman, nuestro poeta universal, sigue pudriéndose junto a tantos inocentes a dos metros bajo tierra. Y la indignación, veo en la tele (miento descaradamente, usted ya sabe que no veo la tele: una reproducción en Twitter -que es el mundo- del programa de la tele), la indignación, es la de una señora franquista que señala a la Fallarás de ser una illuminati por denunciar que conservemos un monumento a la vergüenza, el mausoleo del dictador. A eso, mi refugio, querida.
Que no me adapto a esta forma de civilización nuestra es, quizá, culpa mía. No lo sé. Será que “hay veces que un hombre tiene que luchar tanto por la vida que no tiene tiempo de vivirla”. Lo decía Charles Bukowsky, también recordado esta semana pasada. No le faltaba razón. Necesitamos una pausa, como ese tema de Izal, que llegó a mis oídos como llegan las cosas que llegan cuando estamos en nuestro refugio y una voz tallada en la pantalla plana de un Smartphone nos lo sugiere.
Cómo explicarle, querida, que ante lo inaceptable, ideas como feminismo, ecologismo y lucha obrera, sean tan excesivamente utópicas que ni siquiera se contemplen bajo una única bandera humanista y sin colores. Nada que ver con lo ocurrido en Barcelona en estos días en los que un homenaje a las víctimas del terror la tristeza se abanderó dejando de ser tristeza, difuminándose en la diferencia de dos bandos que eligieron diferente combinación de colores y no más. Porque es imposible entender esta cabronada tan española que nos hacemos siempre tras el paso cabrón del terror; lo mismo que une a indepes y españolistas en Cataluña; sin querer, pero con saña.
Ante lo inaceptable, querida Siri, un refugio. Para no ser un alienígena, para no tener que fingir que todo va bien, para no poder escuchar historias como la de una niña que, sola, en la mayor soledad imaginable, decide emprender cuatro años de odisea penosa desde Eritrea -África, origen del Sapiens- para llegar finalmente a un incierto futuro en Reino Unido. Un futuro que depende por completo de la solidaridad del mismo bípedo implume que se cepilló al Diprotodonde en la Australia ancestral; el mismo que mantiene al genio de la poesía en lengua española en un barranco; el mismo que defiende capturar aves para enseñarlo a cantar.
Y es que el mundo sigue siendo un lugar extraño, querida. En eso podemos estar de acuerdo. En un mundo descomunal, siento mi fragilidad; todos lo hacemos. Por eso, y por los muchos demonios que se disputan lo que guardo bajo el costillar, mi refugio.
A la espera de su respuesta, atentamente, y con mis respetos, se despide su muy humilde servidor.
Un Sapiens al otro lado de la pantalla, en su refugio. DIARIO Bahía de Cádiz Eduardo Flores