Estas últimas semanas se han podido leer titulares tales como “La clase obrera está rota”. O peor aún: “La clase obrera ya no existe”. Todo así, del palo catastrofista. Leía artículos y artículos, tras el tributo del clic, al reclamo de esos titulares. Realmente el paisaje era de una aridez incómoda. Los mil y un millones de engranajes que finalmente acaban en el término neoliberalismo económico se han pasado por la piedra picuda a todos y cada uno de los peatones de esa España que madruga. Otra que no puede ser la misma de la que habla Pablo Casado. Entre otras cosas porque cuando madruga no es para ponerse cara al sol en el valle que no es un valle y que tampoco es de los caídos porque es del infierno.
Tanto desierto, semejante quietud, ha sido bellamente alterado con dos fenómenos a estas alturas inesperados: #Amazonenlucha y #HuelgaRyanair.
De qué manera se llegó a la conclusión de que la Crisis nos había roto las costillas en lo laboral para llegar a los extremos de la precariedad en la que se ve inmersa la clase obrera resulta casi incomprensible. Es el Low Cost, idiotas; y Low Cost es lo que es: la distancia que separa a Pepe “el escayolista” comprándose unas Nike del niño vietnamita que las fabrica a latigazos; la distancia que hay entre el yate del empresario y los seis o siete euros/hora que cobras para que el empresario pueda tener su yate. Y hoy ya sabemos que no fue ninguna crisis. Era, sin más, el horizonte de sucesos al que un sistema descontrolado nos llevaba y al que llegamos. Es generalizada la creencia de la imposibilidad de escapar de un agujero negro. Que es donde hoy estamos los currelas. También se pensaba, hace un tiempito, que si te cruzabas en aguatapá con un tiburón blanco, ya te podías dar por jodido. Ahora es ciencia cierta que no entramos en la dieta del gran blanco. Que te puede joder bien, pero también que, lo más probable, es que se aburra en seguida de tu aterrorizado pataleo. Y te deje escapar. Tal vez ha llegado la hora de patalearle al agujero negro.
Lo que le falta en el discurso a esta izquierda remozada es lo de siempre, un destinatario. Algo que, por otro lado y desde tiempo inmemorial, ha sabido manejar con soltura hasta las derechas más extremas, “Heil, Hitler”. Albert “jovencito kennedy” lo sabe, sí, hasta él lo sabe. Lo que le falta a esta progresía de niños de papá que salieron más rojitos de la cuenta es dirigirse a los mismos que en Reino Unido dijeron, acojonados, oh, yeah, al Brexit, a los mismos que, acojonados, dieron su voto y el ejército más poderoso del mundo, así como los asideros de un sistema económico implacable, al pato Donald Trump. Lo que le falta al discurso de la izquierda, en realidad, para ser izquierda, es discurso. Porque un discurso de izquierdas viene vertebrado por una serie de pilares fundamentales en el que la clase trabajadora, una inmensísima mayoría, tiene mucho que escuchar y que hacer.
Al PSOE, está cantado, le sobran un par de siglas, ya no sé ni desde cuando. Podemos no es, pero ni de puta coña, el eco de aquel maravilloso quince eme. En Cádiz, por decir, mientras el equipo de gobierno en el Ayuntamiento se esfuerza -sí, todavía, y apuesto que lo hace- por aprender a gestionar, la fontanería podemita que se ocupa de lo subterráneo, se ha encargado de apropiarse cuanto ha podido y con éxito de todo aquello que tenía que ver con la cultura. Coño, han aprendido de los maestros en Andalucía, los mismos a los que le sobran un par de siglas. Toda esta apropiación, en vez de ser un camino para luchar aportando conocimiento a quienes lo necesitan -en Cádiz casi más que en ninguna parte, lugar de origen del desempleo y el precariado: contratos a media jornada y un millón de zapatazos al día por unos cuatrocientos y poco pavos al mes-, sólo ha servido -o esa es la intención- para un adoctrinamiento de cara a la próxima visita a las urnas.
Los trabajadores de la planta de Amazon en San Fernando de Henares nos han dado una lección. Los trabajadores de Ryanair no sólo nos están dando una master class, ya celebran sus pequeñas pero necesarias victorias. ¿Quién teme al lobo feroz, al tiburón blanco que es Michael O´Leary, presidente de Ryanair? ¿Quién teme a Jeff Bezos? Temibles enemigos, sin duda. Obviamente el sistema está de parte de estos papaítos del trabajo precario. Pero no nos olvidemos, por escasas que sean -que no lo son una vez debidamente informados-, las herramientas sindicales existen y son lo suficientemente eficaces como para que el tiburón blanco se ponga las gafas de cerca y se quiera sentar a charlar en mitad del aguatapá.
Por desgracia, en nuestro país, los sindicatos que otrora fueran enérgicos motores de lucha obrera -o al menos en un lamentable porcentaje-, están comprados, y lo que es peor, excesivamente politizados y debidamente institucionalizados. En otro tiempo llevaban al currante a la trinchera, ahora es el currante el que los empuja para que pongan sus pancartas delante de la barricada.
La clase obrera es mayoría y es diversa. Que no nos confundan. Un negro, un gay, una mujer -sirva de ejemplo cualquier colectivo sometido por la razón que sea-, si son ricos, son menos negros, menos gay y menos mujeres, en tanto en cuanto se han de enfrentar al sistema del día a día. Es la clase obrera, la verdadera España que madruga, la que ha de perder el miedo a los tiburones y los agujeros negros para empezar a patalear cuanto antes. En Amazon y en Ryanair ya lo saben. Los estibadores portuarios no sólo lo saben, sino que han mantenido ese conocimiento en un fragmento de su ADN hasta el mismo día de hoy. Tal conocimiento nos hace mirarlos -repetimos el mensaje del empresario más bien- como privilegiados, cuando se trata de currantes dispuestos a todo para no perder los derechos que tan esforzadamente se han ganado. Sin la clase obrera a los tiburones no les salen ni los dientes de leche.
Lo que le falta al discurso de la izquierda en España, entre otras cosas, es llegar al corazón de los que se gastan los días en jornales por sueldos miserables o el de quienes se matan por conseguir uno de esos sueldos miserables en las colas del paro. Mientras siga faltando esa parte del discurso, los espaldas mojadas y los manteros seguirán siendo criminales; mientras no se muestre el camino de la lucha obrera, el cambio climático no dejará de ser un recurso periodístico para llenar los vacíos; mientras no se ganen su único electorado por justicia poética, no se romperán los techos de cristal ni se alcanzará la igualdad entre hombres y mujeres. Mientras la clase obrera siga dormida, el agujero negro -como el dinosaurio del cuanto más corto de la Historia-, seguirá ahí; mientras dormimos, el tiburón blanco seguirá con su banquete. DIARIO Bahía de Cádiz Eduardo Flores