Cuenta el exiliado con la fortuna de mirar desde otro ángulo.
Ocurre entonces que el exiliado regresa, por un periodo muy breve, y mira. Mira demasiado.
Al exiliado le es imposible no tratar de reconciliarse. Pero el exilio, en el fondo, no deja de ser una herida. Más si cabe cuando la herida, al regresar el exiliado, se abre.
Ahí está, la reja del muelle. Al otro lado, amarrados en firme, cuatro cruceros y sus ocho mil cruceristas. No dejan ver el mar. Debe de ser algo muy bueno para la ciudad. La prensa gaditana se rompe los genitales en mostrarlo. También nos habla esa misma prensa de integración: son una serie de modelos o futuros, todo esto de jugar al urbanismo. Y ahí está, la reja del muelle, los cruceristas y el insulto a los mares que son esas moles flotantes para horteras. También el Queen Elizabeth, el Dos.
Que no dejan ver el mar.
Que tanto rollo para qué, ¿no? Es sencillo, el Puerto de Cádiz.
Las políticas en torno a la actividad portuaria en Cádiz vienen siendo desde hace demasiados años, décadas, asombrosamente autodestructivas. La historia es larga y densa, como una novela de servidor.
Quizá todo empezó cuando alguien al que llamaremos Europa se encargó de fulminar flotas de pesca, de la que no se escapó la de Cádiz. Y quizá todo acaba o está acabando en el disparate que esconde el proyecto de integración del puerto y la ciudad; sin dejar a un lado los retrasos e impedimentos que han dificultado el desarrollo de un nuevo relleno para la actividad comercial del puerto.
Para entender bien cuanto nos ha vendido la prensa gaditana en estos días debemos remontarnos a antes de la crisis, debemos saber lo que la insidia de unas instituciones han elaborado con mimo insultante, aprovechando la ocasión y como buenos políticos, esto es: la miseria y la desgracia de los ciudadanos, llenándolas de vagas esperanzas entre que se quitan y se ponen el antifaz o el capirote. Oportunidades, decía; cómo, poco a poco, han ido cargándose un puerto que puso a la ciudad en el mapa mucho antes de que existieran los mapas, siglos ha.
En realidad Cádiz es graciosa y es histórica y no es Dubrovnik ni es Malta ni tiene nada que ver con ciudades verdaderamente turísticas. En realidad Cádiz no es la Venecia que se pretende vender. No lo es. “Wellcome to Sevilla” leen en infinidad de pantallas en estos hoteles flotantes, ojos claros de piel blanca y calcetines bajo las chanclas. La sombra de San Telmo siempre fue alargada para la trimilenaria.
La historia de Cádiz yace sepultada a muchos metros. La historia nos legó al fenicio que hoy y siempre ha sido la gaviotilla gaditana. El fenicio y el cartaginés llegaron desde la mar y entendieron que para llegar a Cádiz o para salir de ella no les quedaba otra que construir navíos de valiente proa. No le vieron más sentido mirar hacia la tierra, así que no lo hicieron; se quedaron en el pedacito de isla y ya nunca jamás miraron tierra adentro. La mar les daba cuanta vida necesitaban; lo que traducido es, ni más ni menos, que comercio marítimo. Sencillamente: la vida se desarrolla mejor cuando es regada de continuo por el oleaje y sus mercadurías. El pirata lo sabía y el gaditano llegó a ser pirata por convicción, siempre en permanente navegación entre dos aguas. Fue una ciudad de todas las gentes del mundo. Sencillamente: los caminos del mar son los caminos hacia el resto del Universo. Y del Universo venían razas desde sus confines y se quedaban porque vivir en Cádiz era como una no interrupción de la navegación; y para sentir el aire marino, se asomaban a la bahía, negros y piratas, moros y romanos, todos, la gaviota de hoy, el gaditano, sometido en contra de su naturaleza marina, se asomaban para ver llegar los barcos que sí eran una verdadera oportunidad.
Nada sabe hoy el gaditano de los beneficios que puede llegar a generar un puerto comercial, el tejido industrial que se genera a su alrededor, los puestos de trabajo que tanto escasean en Cádiz.
Se parten el pecho estos políticos cuando hablan de crear empleo. No dar trabajo, no, sino crear empleo -que lo uno no es lo otro y lo otro no es lo uno según impone la neolengua y el discurso y lo cerca o lejos que estemos de unas elecciones o los datos del desempleo-. En este empeño de convertir la ciudad de Cádiz en un bonito expositor, una exótica antesala de la capital andaluza para cruceristas -la APBC (Autoridad Portuaria Bahía de Cádiz), la Junta y la cretina de pelo rubio se cargaron no poco empleo en el puerto de Cádiz-, el equipo de gobierno actual anda cazando moscas al respecto; cuanto han acordado con el presidente de la APBC, José Luis Blanco, en una estúpida hemorragia de dinero público, no ha quedado más que en un ridículo insulto a la inteligencia del ciudadano en forma de proyectos inasumibles.
Las instituciones implicadas asfixiaron los ya escasos tráficos que frecuentaban los muelles ahora arrebatados y que generaban auténtica riqueza en forma de puestos de trabajo, directos a estibadores portuarios, amarradores y demás; e indirectos, a las empresas estibadoras y consignatarias, por decir, en favor de un Plan Estratégico al que no se le sospecha estrategia alguna, si no es la de dar más espacio a los tráficos limpios: atraques y aquellos cuyos ingresos pasan a manos de las instituciones sin pasar por uno solo gaditano: un muelle hasta la bola de cruceros. Ante la marcha de la MSC, que operaba en la terminal de contenedores de Concasa, en una cabronada inesperada en forma de tren que moverá los contenedores directamente entre Sines y Sevilla, Blanco puso cara de póker y miró hacia otro lado. Al director de la APBC tal vez, Agustín Romero, a quien por lo visto también le importa un carajo si los barcos vienen, van o residen.
Mientras tanto se le marea la perdiz a una plantilla cada vez más mermada de estibadores portuarios que temen por la pérdida probable de sus puestos de trabajo en el medio plazo. Con dos frentes abiertos, pero guerreando sin dar un paso atrás -con el apoyo del que es el único sindicato digno de llamarse así, Coordinadora Estatal de Trabajadores del Mar-, el estibador gaditano contempla un futuro en el que no se podrán amarrar los barcos que les ha de llevar el pan a casa. Con derechos, no privilegios: harina de otro costal. Se ha descuidado el Puerto de Cádiz en una larga pero exitosa maniobra de abandono sistemático, se ha quedado antiguo, es decir: sin tren: sin tiempo para tenerlo, y me atrevería a decir que casi sin voluntad.
Ahora, a José Luis Blanco (PSOE), presidente de la APBC -a quien recientemente en una entrevista puso la cara colorada el mismísimo presidente de Puertos del Estado, José Llorca Ortega (PP), Blanco, que lo más parecido que ha visto a un barco en su vida ha sido un pelícano, de actividad portuaria ya ni hablamos-, en avanzado estado de descomposición política el hombre -que ya se sabe cómo se llega a ocupar tal puesto en Cádiz-, se le llena la boca con una desgracia generalizada hecha oportunidad y baza, quién sabe, para futuras bazas y oportunidades de partido. Y claro, Diario de Cádiz y La Voz nos la intentan colar, qué pillines. Nos venden puestos de trabajos donde no se ven más que puestos para vender postales y guías. De Sevilla, claro, de Sevilla, que es adonde responden que van los cruceristas cuando son preguntados por los siempre incómodos estibadores portuarios, ya con sal y mosqueo de siglos pegados a las escamas.
El proyecto de integración puerto-ciudad se lo pueden meter bien por el culo, a quienes corresponda. Lo mismo podrían hacer algo al respecto las grandes plumas de los grandes medios de la ciudad. Ahí tienen un temita. No tengan tanto miedo a la sombra de San Telmo. DIARIO Bahía de Cádiz Eduardo Flores