Juan es un colega y amigo con el que no pocos domingos acostumbro a tomar café en la terraza de un salón de juegos. Es una de esas esquinas en las que parece que siempre da el sol. Hasta cuando está nublado. O cuando el que está nublado soy yo. Hablamos de casi todo. Que es como decir que hablamos de nada. Son conversaciones que suelen derivar al deseo en el sentido más amplio del término, un consuelo dominguero de currelas, no es otra cosa; sirva como ejemplo, cuando tratamos de compartir la sensación que nos dejó en el paladar la última copa de Luis Felipe, cada uno con sus palabras, gestos y emociones; las de cualquiera. Al cabo de cada tema, ya sea la belleza de una mujer que pasa casualmente por nuestro lado, muestra también de nuestro hedonismo para pobres, Juan infla el pecho como un palomo, suspira y apunta a la vez: antes muerto que perder la vida.
Nada hemos hablado Juan y yo al respecto. Cinco pavos acorralan -porque acorralan, sin paños calientes- a una muchacha. Vienen de estar todo el día de fiesta. Tanto ellos como ella, probablemente, están hasta arriba de cuanto nos lleva al exceso. Pero incluso el exceso tiene sus límites. Se me ocurre, cinco pavos no pueden violar a una muchacha, por muy pasados que lleguen a un portal en el que la muchacha, por muy pasada de rosca que esté también, no ofrezca una resistencia que un tribunal considere razonable. La violaron, esa es la realidad. Violación. También lo es, realidad, que la justicia se lo ha pasado por el arco del triunfo. La sentencia es una aberración -pasen juristas y tertulianos y tuiteros de ocasión por mi propio arco del triunfo-, cuando no una ofensa para la sociedad, si no un crimen contra la especie de homínidos que nos creemos ser en este formidable mundo de occidente. Ya saben, la justicia española. De donde viene y tal, cómo se forma y tal, el modo en que la política interviene en ella y tal, el cómo la política hace uso de ella y tal. La ley es ilegal cuando no hace justicia. Ese ha sido el caso. Conste que escribe un hombre. Grabaron estos de la manada -qué lejos del concepto manada-, para añadir un gravamen desdeñable por lo visto para los de la toga, cuanto se vejó a la muchacha, desprovista ella de toda voluntad, incapaz -embriaguez o no a un lado, fresca ella al vestir o no a otro, de qué cojones estamos hablando- de la posibilidad de una defensa que, no nos quepa la menor duda, hubiera llevado el hecho al género de la tragedia. Y conste que escribe un hombre. Uno muy consciente que de haberse encontrado en situación parecida a la muchacha, tampoco habría podido hacer mucho más. Nótese la diferencia, ni siquiera podría esperar que algo así me sucediese. Si la opinión generalizada en cuanto a ética y moral no se corresponde con el código penal en algo tan básico como definir como violación lo que ha ocurrido en el caso de la manada, qué penita nos doy. Y de nada de esto hemos hablado Juan y yo en una terraza soleada y cafés con leche. Pero sé, que al final, y después de inflar el pecho y suspirar, mi amigo Juan habría sentenciado: antes muerto que perder la vida.
Juan y yo hablamos poco de política. O lo hacemos de manera muy superficial. Piensen que estamos en la terraza de un salón de juegos en una mañana siempre soleada de domingo. Pero a políticas me llevó la entrada de Javier Miranda el otro día en Facebook. Esto es, venía a defender como ejemplo el feliz auge del movimiento feminista ante las muchas luchas postergadas por la sensación de falso aburguesamiento o letargo de antes de la crisis (¿hubo un después?). Lo aplaudí, en silencio y solo. Hice algún comentario, apuntando o sumando más bien, la vía del ecologismo. Concluí para mis adentros, o emergió desde un cigoto poco desarrollado, en lo errático de mantener esto de las derechas y las izquierdas como forma de definir o de abanderarnos; me gustaría poder decir que voy a la política como feminista y ecologista, por decir. Resulta tan pedante y manido recurrir a Tomasi Di Lampedusa. Qué pobre parece como victoria el nacimiento de Podemos tras un memorable quince eme. Sobre todo cuando se piensa en el mellizo cabrón que se gestó entonces, Ciudadanos. Javi Miranda lo clavó señalando el ejemplo del movimiento feminista. Coño, qué bien estaría un reinicio de las políticas desde el sentimiento reivindicativo de tantas mujeres, de tamaña lección. Juan y yo hablamos de política sobre la superficie de una mesa de aluminio. Poco tocamos el feminismo o el ecologismo, un vuelo rasante sobre aguas someras. De hacerlo, estoy convencido, Juan acabaría inflando el pecho y suspirando, dejando caer, tal vez ya cansado, antes muerto que perder la vida.
Definitivamente mi amigo Juan y yo, y pese a que hablamos mucho de trabajo -lo hacemos demasiado y en profundidad-, en la esquina de nuestros domingos soleados, no hemos dicho ni mu del 1 de mayo, día del trabajador. Será que ese día sólo fue no laborable y nada más; también para los sindicatos, es lo suyo, después de todo el año haciendo lo que hagan hoy los sindicatos, que no estoy yo muy seguro de saber qué. Del día del trabajador no hemos hablado, porque quizá el día del trabajador ya no significa nada. Pero hagamos, improbable lector, una especie de juego. Imaginen que en la esquina del salón de juegos de un domingo soleado se nos hubiese ocurrido a estos dos currelas hastiados de precariedad tratar este tema en concreto. ¿Cómo creen que habría acabado la conversación? Yo, sinceramente, lo ignoro. DIARIO Bahía de Cádiz Eduardo Flores