Las lamparillas, o mariposas, encendidas -pequeños círculos recortados de cartas de barajas con mecha, sobre una mezcla de agua y aceite- proyectan en las paredes del baño sombras chinescas, un olor a cera quemada y a fritanga inunda el pequeño habitáculo, recordándonos la noche del uno al dos de noviembre que hoy es el día de todos los difuntos. Como diría Mariano, los difuntos están todos muy y mucho muertos, de ahí su nombre y su circunstancia de estar fiambres. Esas pequeñas luces siempre me dijeron que estaban ahí para que las ánimas no se pierdan por la casa, y pudieran así encontrar sus caminos sin chocarse con los muebles.
Ayer celebrábamos a todos los santos, en el fondo una manera de diferenciar los muertos de clase A, a los que normalmente antes o después de fallecer los decapitan, los queman, les cortan brazos y piernas para que sirvan de amuletos y reliquias. Hoy, dos de noviembre nos acordamos y recordamos a todos los muertos -espero que no estén incluidos los santos, ya que esto sería hacer doblete y jugar dos veces en el recuerdo-.
Oficialmente es el día de ‘todos los difuntos’, y aunque quiero recordar que estaban excluidos los infieles, ateos, agnósticos, moros y gente de mal vivir, cada uno recuerda, celebra y honra a sus propios muertos, que sí, que de vez en cuando también me acuerdo de sus muertos, pero recordar no es acordar.
Y hoy, dos de noviembre, quiero recordar a los cientos, miles de muertos, nuestros muertos, que siguen en cunetas, o en fosas comunes sin identificar, en el cementerio de San José de Cádiz también, una mariposa va por ellos.
Otra mariposa la enciendo frente a las costas del Estrecho, para recordar a los que están allí, bajo las aguas que nos separan y unen con África. Solo querían una vida mejor, y el mar, con la colaboración inestimable de la autoridad, les segó la vida.
La tercera luce entre los muertos que nos quieren hacer creer que son diferentes y les dan el título de refugiados, pero les matan, o dejan morir con una frialdad calculada, que es lo mismo, en su huida de la guerra. Les humillan, apalean, ponen vallas y concertinas, incluso algún piadoso obispo nos recuerda que no son cristianos, ni apostólicos, ni romanos, que estarían mejor siendo objeto de campañas del Domund, pero allí, entre bombas. Y esta lamparilla me recuerda que la culpable no es Europa, que los responsables tienen nombres y apellidos, y forman parte de gobiernos e instituciones, aunque sean europeos.
Tres mariposas para los que no tienen certificado de defunción ni de enterramiento, para los que por una u otra razón iniciaron un viaje sin pasaje en el que figurara su nombre y hoy son ánimas sin identificar, solo muertos, difuntos.
Tres lamparillas que solo pretenden iluminar su deambular por nuestras conciencias, al menos por mi conciencia, y evitar que tropiecen con otros recuerdos.
Tres luces flotando en una mezcla de agua y aceite en el baño de mi casa para mis muertos, para que no se me olviden. DIARIO Bahía de Cádiz