“La recuperación es algo que se tiene que trabajar en todos los días y es algo que no consigue un día libre”. Demi Lovato.
Dos modos de ver la realidad española se están confrontando entre lo que intenta vendernos la izquierda, capitaneada por el PSOE, referente a la actual situación económica y social de nuestro país y lo que alega el Gobierno de derechas, presidido por don Mariano Rajoy. Los primeros insisten en que la nación va mal, que no hay trabajo digno ni estable, que el que hay es trabajo temporal que no inspira seguridad en quienes lo tienen, que sigue habiendo muchos parados y que se precisa una política distinta, de más ayudas, de modo que los trabajadores gocen de trabajos indefinidos y recuperen los salarios que venían percibiendo al inicio de la crisis del año 2008. El Gobierno se defiende argumentando que recibió un país al borde de la quiebra, que ha conseguido estabilizarlo, recuperar la confianza de los inversores foráneos y que, sus relaciones con el resto de países de la UE, es correcta y estamos en la senda que nos viene marcando Bruselas que, hasta este momento, especialmente con la reforma laboral, viene dando resultados fructíferos que nos han permitido entrar en la senda de la recuperación, aunque es cierto que se va a precisar más tiempo para acabar con el exceso de desempleo.
En realidad, basta echar un vistazo a nuestro entorno para darnos cuenta de que la situación ha cambiado, quizá no tanto ni con el optimismo con que el Gobierno intenta demostrarlo, pero si, y eso resulta evidente, con la suficiente claridad para ver la diferencia entre una ciudadanía hundida en el pesimismo, con los restaurantes vacíos, los hoteles bordeando el cierre y el chorro diario de nuevos ingresos en las oficinas del INEM, que denotaba que la situación general del pueblo español había llegado a ser verdaderamente grave. Las carreteras repletas de coches, las agencias de viaje en plena euforia, las líneas aéreas aumentando sus vuelos y las playas y demás centros de ocio y entretenimiento abarrotados de turistas, tanto extranjeros como oriundos. No es un espejismo es una realidad que, por si sola ya demuestra que la marcha de nuestra economía, a pesar de los graves problemas políticos que nos están afectando, sigue mejorando, las empresas recobrando su pulso y las industrias recuperando el impulso, la competitividad y las exportaciones el resto de países de todo el mundo.
El azote del desempleo, si bien todavía quedan muchos trabajadores que no han podido recuperar el trabajo, es cierto que cada día son varios miles los que, a diferencia del tiempo de crisis, van consiguiendo empleo y son muchos miles los nuevos cotizantes que se registran en la Seguridad Social, contribuyendo con sus cotizaciones a que los endémicos números rojos de los últimos años, empiecen a desaparecer siendo sustituidos por esperanzadoras cifras verdes. Resulta inconcebible y da fe de, hasta qué punto, la demagogia de algunos, el interés en desprestigiar al gobierno y el afán en conseguir el poder a cualquier precio, despreciando la ética, la moral y el interés de los ciudadanos españoles; les impulsa a negar la evidencia, a criticar las políticas que están dando resultados y buscando instaurar un ambiente enrarecido y de enfrentamiento, que sólo puede traer consecuencias desagradables, que nos conduzcan a situaciones extremas de las que, finalmente, nos vamos a tener que lamentar.
Recientemente, no obstante, hemos podido leer en la prensa dos noticias que, en un principio no son buenas, que no deberían alegrarnos pero que son muy significativas de la verdadera situación de nuestra nación y de lo esperanzador que puede ser el futuro que nos espera, si los políticos son capaces de mantenerse quietos para no impedir, con sus marramachadas, estropear las perspectivas optimistas que, sin duda, parecen anunciarse. La primera de ellas hace alusión al aumento del absentismo, una circunstancia que, durante años, los de la crisis, prácticamente había desaparecido de las empresas, cuando el trabajo escaseaba, existía peligro de despidos inmediatos y las perspectivas de encontrar un nuevo empleo se podía afirmar que eran nulas.
Hubo épocas en las que, el tema del absentismo en las empresas, constituyó uno de los problemas mayores a los que debían enfrentarse los encargados de las relaciones laborales. Tipos de 7, 8 y hasta el 12% de ausencias al trabajo, llegaron a ser normales en muchas empresas lo que, especialmente en las industrias de trabajo continuo, donde por causas técnicas no se podía interrumpir el proceso de fabricación, provocaba desfases importantes, obligando a mantener una plantilla sobredimensionada para poder cubrir aquellas ausencias. La dificultad de determinar quiénes faltaban al trabajo justificadamente o quienes lo hacían por otras razones, siempre tropezaba con las llamadas bajas de complacencia (los médicos no querían enfrentarse a los trabajadores) y el apoyo de los sindicatos. El coste que tenía, para muchas empresas, el mantener una situación semejante, llegaba a constituir una verdadera preocupación para quienes tenían que luchar con una competencia agresiva.
Ahora, de nuevo, el absentismo empieza a aumentar, llegando a rozar el 5%, una cifra preocupante, pero, a la vez, que denota la confianza que los trabajadores sienten al no verse tan agobiados, pensando que podrían ser los próximos en perder su trabajo si la empresa precisaba reducir la plantilla y tenía que escoger a aquellos de quienes podía prescindir. La otra noticia, de la que hemos hablado, hace referencia a un dato procedente del Consejo General del Poder Judicial. Se trata de que el número de demandas de divorcio y separación aumentaron durante el primer trimestre de este año 2017, en un 4´8%. Destaca esta noticia por la particularidad de que, este dato, rompe la tendencia de los últimos tres años, en los que hubo un descenso significativo y continuado de este tipo de demandas. La explicación es obvia. Los divorcios reportan una serie de gastos y complicaciones para ambas partes. En tiempos de escasez de trabajo, de dificultades económicas, de restricciones etc. el proceder a separarse entraña que una parte debe abandonar el domicilio conyugal; si van por el juzgado puede haber obligación de pagar ayudas y pensiones para estudios, alimentación, etc. de los hijos, una carga que, muy frecuentemente, no se estaba en condiciones de asumir.
La solución más adecuada era permanecer unidos, al menos oficialmente, y esperar tiempos mejores para embarcarse en semejante aventura. Como en el caso citado de absentismo, el hecho de que el desempleo haya descendido, de que ya existen unas mejores perspectivas de encontrar un trabajo, de que la normalidad, aunque sea lentamente, se esté restableciendo y de que existe un ambiente más relajado y más optimista; contribuye, como es natural, a que los divorcios que quedaron en suspenso, debido a la situación del país, ahora vuelvan a adquirir su frecuencia normal. Evidentemente que sería preferible que no se produjeran tantos, que los matrimonios se entendieran mejor y que las parejas se lo pensaran más antes de comprometerse, pero esto no es lo que quiero tratar en este comentario.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, nos reafirma en que, aparte de los rifirrafes entre los partidos políticos, que constituyen las distintas representaciones elegidas por los ciudadanos para formar las cámaras de representación popular; la situación real, lo que detecta el verdadero pulso de los españoles y marca la tendencia al restablecimiento de la normalidad, alterada por la irrupción salvaje de la crisis de las hipotecas basura, tenemos la percepción de que se están dando las señales precursoras de un retorno a aquellos añorados tiempos de bonanza. DIARIO Bahía de Cádiz