Muchas tardes como esta pienso en ella. La imagino allí perdida, sin saber muy bien dónde está. Temo los ratos de lucidez que la traigan a esa realidad ingrata en la que se preguntará qué ha pasado, quién es esa gente que la rodea, por qué chillan o hablan sin sentido. Su mente ya le juega muchas malas pasadas y allí terminará de desconectarse de la realidad. Terminará de irse antes de irse del todo. Acabará sus días entre extraños. Acabará sin saber lo poco que sabía.
Como ella los cuidaba, no los cuidaba nadie. Sus manos eran los únicas que su padre permitía, luego su hermano invalido y tras él su madre. Sus manos la hicieron presa de su mismo sacrificio. Como ella los cuidaba… no los cuidaba nadie.
No había un momento sin prisa en el que pisar la calle. Año tras año entre cuatro paredes. No había en el mundo otras manos.
Las bodas de los sobrinos las celebraba en casa. Se vestía con sus mejores galas esperando a los novios para brindar y robarle una fotografía al tiempo. Fiestas familiares a las que nunca asistió. Hijos que no tuvo para poder tener sobrinos. Hijos que ahora atienden a sus padres mayores. Padres que pudieron tener hijos.
Doña Rosita la soltera o el doloroso lenguaje de las flores. Cientos de miles de euros ahorrados a las familias y al estado. Ella y miles como ella, españolas nacidas en la primera mitad del siglo XX, evitaron renuncias y sacrificios a los demás. La necesaria hermana soltera.
No me contéis que fue voluntario. Ese es el cuento que ellas mismas se contaban. Tías solteras que malgastaron su vida para permitirnos la nuestra. Tías solteras a las que ahora negamos el pan y la sal.
Ahora que la historia se derrumba, ahora que la mente prescinde, en su deterioro, de la corrección y lo impuesto, ahora nos sorprenden sus palabras y su violencia. Ya no hay filtros. Nos quedamos sin la excusa necesaria. Ya no se entera me repito, se repiten, en un intento de justificación absurda. Bendita demencia que permite que ya no comprenda.
Muchas tardes como esta pienso en ella, en todas ellas. Miro el mar que les estuvo vedado mirar y recorro las calles que casi nunca pudieron pisar. Pienso en ella, en todas esas ellas que se preguntaran qué ha pasado, dónde están y quién es toda esa gente extraña que las rodea.
Miro al mar, que de nuevo les está vedado mirar aunque vivan a escasos metros de sus orillas. Pienso en ellas mientras recorro las calles que ahora, ya por siempre, les está vedado pisar.
Doña Rosita la soltera o el terrible lenguaje de las flores.
Gracias por tanto. DIARIO Bahía de Cádiz