Hay rutinas que me reconfortan, apegos que me dan paz y hacen que sienta que todo está en su sitio, que todo va bien. Los domingos son especialmente dulces en ese sentido porque suelo pasarlos con mi familia casi siempre. Núcleo familiar estricto me refiero, compañero y vástago adolescente. Los que, al fin y al cabo, siempre hacen que termine reconciliándome con el mundo.
El olor del café y del pan, los sonidos cotidianos de la casa al despertar que nos están vedados el resto de la semana. La pausa tranquila después del desayuno leyendo la prensa donde busco cada domingo, sin excepción, a Javier Marías y Yolanda Vallejo, me ayuda a repasar el mundo.
Música de fondo que mi melómano compañero de fatigas me regala desde que le conozco. Risas y mimos de mi hijo, zalamero impenitente y el más dulce de los regalos que me ha dado la vida. Mañanas soleadas de domingo en los que no pasa nada y pasa un mundo.
Sobremesa de cine somnoliento. “Sin perdón” esta vez, una vez más. Una vez más busco su mano, mientras vamos dejando ir poco a poco la gran historia de Clint Eastwood hipnotizados por ese plano fijo del atardecer, bajo los títulos de crédito. Escribo, leo a Muñoz Molina, ordenamos fotos y recuerdos. Salimos a pasear un rato los dos solos y nos volvemos a reír de las risas de ayer con los amigos.
Todo me ayuda y me resitúa para poder olvidar y entender que existe otro mundo en el que los insultos y la zafiedad no son la norma habitual, en que no empujas y vociferas porque alguien intente acceder a su casa a través de una bocacalle, que ha sido previamente taponada con sillas de playa. Existen personas que tienen en cuenta la edad de los otros y consideran que aún hay que observar un respeto a los mayores. Recordar que también hay un espacio para los que no gritan escupiéndote cáscaras de pipa a la cara.
Intentas creer que todo ese ganado vociferante que ha tomado tu ciudad no puede ser una mayoría, pero cuando ves los números y actitudes que apoyan a personajes de la vida pública que llevan a gala la ineducación, la mayor de las inculturas y la ordinariez más repugnante; empiezas a temer que esto no es una casualidad. Los raros ahora somos los otros. Estamos en minoría.
Hay ciudades que soportan por dinero ser invadidas por vándalos borrachos llegados de Gran Bretaña. Vómitos, violencia generado por el alcohol y sexo explicito por las calles. Vienen aquí porque allí darían con sus huesos en el calabozo si se atrevieran a tales desmanes. Aquí les acogemos y soportamos por unos cuantos euros.
Las calles de Cádiz amanecían esta semana alfombradas de restos de comida, botellas y papeles. Casi adivino a los responsables gritando airados porque los servicios de limpieza no son suficientes. Exigen, no piden, no razonan, no ven el otro lado. Tienen derechos. No deberes.
Y no caigamos en la tentación de echarle la culpa a la LOGSE y demás leyes educativas; hay cosas que solo te inculcan en casa. DIARIO Bahía de Cádiz