Portadas de periódicos, previos en los telediarios, enviados especiales sobre el terreno informan con todo detalle de las penurias y desafueros de esta gente. Declaraciones solemnes de que hasta aquí hemos llegado, lágrimas en los ojos al escuchar testimonios desgarradores del día a día, de la lucha que significa levantarse por la mañana y no tener nada que dar a tus hijos. Mujeres con criaturas en brazos con la mirada perdida, ya no creen en nada, ni nadie. Jóvenes a los que se les roba el futuro, el presente ya se lo robaron hace tiempo. Pueblos a los que les mandamos nuestra protesta solidaria y que están al otro lado del mar.
Por supuesto que no están hablando de los refugiados, esos señores que vienen a destruir nuestro modelo de convivencia (y por supuesto esto no lo ha dicho un líder espiritual radical desde el rezo de los viernes, aunque pensándolo bien, es líder espiritual, es radical, aunque no reza los viernes).
Esos refugiados económicos y políticos a los que creemos que sí no nombramos, si no los censamos, si no los visualizamos, no existen. Esas personas que cuando salen de sus casas, ya no tienen nombre, y cuando mueren ni sabemos quienes son, ni sabemos cuántos son…, solo decimos: han muerto unos doscientos…
Pero están ahí, en el dos mil catorce unos cuatrocientos, en dos mil quince unos mil ochocientos, en lo que llevamos de dos mil dieciséis unos dos mil quinientos. Desde que la imagen de Aylan muerto sobre la arena nos golpeara, unos ochocientos cincuenta niños muertos…, unos, unos, unos.
Pero da la impresión de que el Mediterráneo, periódicamente, nos quiere sacar los colores y nos devuelve unos cuantos cadáveres a las playas, como diciendo que aquí están, y pienso ir devolviéndolos en silencio, para recordaros que murieron intentando solo vivir un poco mejor. Ese Marenostrum, ese Mar de los Muertos Presentes.
Menos mal que no son en nuestras playas turísticas en las que el mar vomita los cadáveres, seguro que nos jodería los buenos datos de empleo este verano, a nadie le gusta encontrarse a un niño de esos entre las piedras, mientras buscamos con los nuestros caracolas y conchas en la playa de Santa María. No sé si para la concesión de banderas azules cuenta la aparición periódica de cadáveres.
Hoy hace de esos días que Cádiz te invita a pasar el día en la playa, mientras preparo la bolsa con toallas, cremas solares, palas y pelotas para hacer algo de ejercicio, no dejo de tararear esta canción de Serrat:
Disculpe el señor
si le interrumpo, pero en el recibidor
hay un par de pobres que
preguntan insistentemente por usted. DIARIO Bahía de Cádiz