Después de pagar puntualmente las facturas, de cuidar ánimos y heridas del alma y cuerpo de los tuyos, madrugar cada mañana…después y cada día; durante y mientras tanto. Acumulando meses y tormentas. Toneladas de sentido común, madurez y culpa. Femenina judeocristiana culpa por lo que no haces, por lo que haces, por lo que piensas y quisieras hacer, por lo que se te olvida, por lo que no puedes olvidar aunque quisieras, por lo que no quieres olvidar.
Después llega el Carnaval. Después y mientras tanto vuelve la dulce sensación del despertar embotado que antes te molestaba y ahora te reconforta. La ligera amnesia necesaria que solo deja el poso de la risa, del paréntesis en que volviste a tener veinte años y no importaba nada. No había más allá. Es un salto, un punto y aparte en el escalón que no quieres reconocer punto y seguido. Hoy no, no esta noche. No en Carnaval.
Reduces el mundo sin mirar a lo lejos y así nadie te ve más allá de ti misma. Ya volverás, piensas. Mañana tendrás que volver, la semana que viene no te quedará otra, pero no ahora. Ahora todo está bien aunque el mundo esté al revés.
Mañana frotaremos los tobillos doloridos que ayer recorrían calles empedradas, nos daremos masajes en las sienes y en el alma. Colocaremos el corazón en su sitio una vez más. Mañana. Levántate y camina. Recógete, cuídalos, cuídate. Esperas qué la risa no te pase factura, ansias recordar que después y mientras tanto llegaran más noches de carnaval si sabes reconocerlas.
Recuerda que antes, después y mientras tanto ahí estás tú. Tras las mascaras. DIARIO Bahía de Cádiz