El Baluarte de los Mártires se come todos los vientos. A punto ha estado de comerse a un inglés sin Brexit que se precie. La embarcación -de unos siete metros- encalló en rocas deslomadas por las mareas.
El guiri se asustó porque había empezado la noche en Marbella y -según dice- el barco navegó solo, desde allí, pasando por el Estrecho mientras él echaba una buena siesta. Podríamos preguntarle a las gaviotas que se posan sobre los tejados que otean el juzgado de lo penal en Algeciras, si lo vieron pasar cargadito de niebla.
Quizás lo descubrieron desde Ceuta, mientras esperaban el ferri, que suerte tuvo de no cruzárselo para protagonizar el Titanic sin Di Caprio, ni Winsley. Ahora está alojado en un hotel caletero esperando que se evalúen los daños, pero el barco se sonríe contento sabiendo que ha hecho una travesía que contar a sus nietos. Lo mismo en los Astilleros se encuentra con el fantasma del Vaporcito y se cuentan penas, las mismas glorias pasadas de cuando Pepe “el del Vapor” oteaba por la desembocadura del Guadalete, entre espuma y olas quietas.
-El levante lo embrava todo- le dirá sabiamente el Vaporcito, que sin embargo no fue golpe de mar lo que lo llevó a pique sino arriesgada maniobra, dando con sus huesos madereros al fondo de la Bahía.
El barco del inglés asentirá porque es nuevo y de corto recorrido y está aprendiendo mucho de estas tierras que salan el aliento y secan el mal humor.
-A falta de pan, buenas son tortas- escuchó bramar a una gaviota que juraría se encaminaba a un colegio para robar bocadillos de chorizo con Tulipán, solo fue ponerse el sol en el horizonte.
Lo mismo ven la Semana Santa -el inglés y su barco- atados a un balcón de ese Cádiz milenario que se desboca con el paro y que vive más de las ayudas que de los misterios milagrosos de sobrevivir cuando se tienen milenios en la chepa. Lo mismo le gustan sus atardeceres de película gótica, con vecinas entaconadas y salerosas para conquistar en un vaivén a un guiri despistado. Quizás se dé cuenta de que perdió el ancla para encontrarse vivo y apalabrado en costas que Sir Francis Drake conoció a sangre y fuego. O tal vez se vaya -como la marea esmerilada- a su casa por donde vino, sin mirar atrás, ni para despedirse. Pero el barco debe ser reparado y ningún sitio como Cádiz para empalmar lo que se ha roto, porque Ella misma se recicla por días transmutándose y haciéndose más y más vieja, casi eterna.
El Vaporcito también espera su destino final sin cuchillos, ni hachas, sin vuelos implacables ni muerte acechadora, que es más bien final de Alzheimer con mirada perdida en el abismo , sin saber cuándo va a llegar el ansiado despertar en el otro lado.
Alucinará el inglés -no por la claridad gaditana que es pareja en Marbella- sino por el ruido, las voces, por la vida que brota de cada piedra Ostionera.
Es barullo y cachondeo que no tienen traducción en la lengua de la Reina tiránica que más odió a nuestro Felipe, no sexto sino segundo, por intentar preñar a la Estuardo y no brindársela a ella, que ya se sabe que los reyes son caballos bien pertrechados y por ello mismo deseados. No sabemos qué cara pondría cuando se despertó y vio dónde estaba, sin saber cómo había atravesado -de noche y a la deriva- esa lejanía.
El Baluarte de los Mártires es de mareas bajas consentidas, de algas y verdines a porrillón que hacer las delicias de Ángel León, con olores que se meten en el tuétano de los huesos.
No es de extrañar que atraiga turismo arrastrándolo de donde sea, aún en barco y con el ancla rota, más allá del Estrecho que devora carne morena desde tiempos ancestrales cuando los fenicios lo cabalgaban sobre la magnitud las olas. DIARIO Bahía de Cádiz