De todo se aprende. La próxima vez que quiera presentarme a unas elecciones a Junta de Centro en la Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla –mi empresa- solicitaré a la Junta de Andalucía una operación de cambio de sexo y, otrosí, pasaré mi papeleta por la jorobilla de Pablo Iglesias para que me dé suerte.
Esto era una vez que estaba yo en las cosas propias de mi condición de profesor universitario: con mis investigaciones, mis docencias, mis viajes de estancias académicas o para formar parte de tribunales de tesis, etc., cuando, viendo que la universidad pública tiene más problemas que Alberto Closas en La gran familia, y por consejo de algunas personas de fiar, presentéme como candidato a dos escaños pendientes de rellenar en la mentada Junta. Elaboré mi carta electoral de intenciones, la envié a mis electores potenciales y poco después llegó el día de las votaciones.
Nos habíamos apuntado, para dos puestos, cuatro hombres y una mujer. Un colega logró diez votos, a ése ni toserle, un abrazo de pura envidia por su destreza en esto de lograr papeletas urnales. La colega logró un voto, otro de los aspirantes, cuatro, otro, tres y, servidor, cuatro. El primero es el primero, el segundo era yo por antigüedad en caso de empate pero, ¡oh! (admiración), ¿qué ocurre? No es segundo sino segunda. Y tampoco vale para nada ni antigüedad ni méritos porque, en caso de empate, se procede a un sorteo y en paz. ¡Eso sí que es premiar el esfuerzo y la experiencia!
Entonces me entero de todo porque, entre libros, Internet y despistes, no había caído en la cosa de la paridad ni en el asunto del amor por las apuestas. Todo muy académico, sí señor, qué puñetas haré yo persiguiendo sexenios para aumentar los tres que ya tengo y con eso el prestigio de la universidad pública si mi propia empresa elabora los reglamentos con este rigor, mucho más razonable y científico y mucho más justo y actual, no desfasado como mi quehacer… ¡Si es que no me entero!
Artículo 2, punto 3, párrafo a, del Reglamento General de Régimen Electoral de la Universidad de Sevilla: “En el caso de una elección o sorteo para elegir a dos o tres personas, se entiende por presencia equilibrada de mujeres y hombres la presencia entre las personas elegidas de, al menos, una de cada sexo”. Artículo 16 punto 5: “El empate, si lo hubiere, será resuelto mediante sorteo llevado a cabo por la Junta Electoral correspondiente”.
Ahí lo tienes, papanatas, que no escarmientas, ¡el cincuenta por ciento del pescado ya estaba vendido antes de votar! Me presenté a unos comicios en la creencia ingenua de que eran al estilo de la democracia de hace decenios pero como ahora el espíritu de 1978 y todo aquello de la transición está demodé, releyendo la normativa, a posteriori, comprendí lo antiguo que me he quedado, a las democracias orgánica y popular, que ya conozco, debo añadir la democracia paritaria-sorteable. Zapatero a tus zapatos y tú, carcamal, a lo tuyo, a tu estudio, deja a los demócratas en paz que tú sólo estás para sopitas y buen vino. Tendrás que plantearte qué haces en la docencia porque puedes envenenar a los alumnos como en clase se te escape algo de tus ideas anacrónicas.
Ahora me siento como la bola de un bingo y como un animal de los documentales de La 2, a saber: “En el periodo de apareamiento, los machos protagonizan entre ellos agresivas peleas mientras la hembra espera al vencedor para ir de su brazo hasta el ansiado escaño en la Junta de Centro”. Es algo parecido a los combates medievales en pro de la dama, con la justicia divina de por medio pero ahora todo en postmoderno y en sistema digital en 3D o 4D (o las dimensiones que sean, oh, el pluriverso).
Y me callo ya porque corro el riesgo de resultar, además de cornudo, apaleado por machista de mierda, como le ocurrió al personaje de La vida de Brian a quien lapidaron acusándolo de blasfemo por decir, mientras comía habichuelas, “estas judías son dignas del mismo Jehová”. Nunca aprenderé a respetar lo que me ordenaba mi madre: “Niño, tú no te señales”. En el franquismo, a esas cosas que sostenía mi mami lo llamaban “tiempo de silencio”. Ahora, “espiral del silencio” (Noelle Neumann) por excesiva presencia de “sanedrines” (¡ostras!, esto puede ser antisemita, por Jehová, y esto, ¡blasfemia!). Mamá, ¡pero si los tres que hemos quedado fuera de la Junta de Centro de la Facultad de Comunicación –aunque hayamos logrado más votos que la elegida- somos totalmente específicos en Comunicación según demuestran nuestras carreras profesionales y académicas y las dos personas electas sólo son afines a la Comunicación! ¡Cómo no me voy a señalar! “Hijo mío, calla, calla, porque todos somos iguales”. “¿Estás segura, mamá?”. “No, pero calla”.
El caso es que nos olvidemos de Quevedo y de aquello de: “No he de callar por más que con el dedo,/ ya tocando la boca o ya la frente,/ silencio avises o amenaces miedo”/. El asunto es como para odiar mi sexo y mi suerte, lo de la envidia de pene quedó en el humo dormido, como diría Gabriel Miró. Mas, como insistía una y otra vez el que todos sabemos: Eppur si muove. DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig
Bueno,
No esperaba menos de Ramón.
En lo primero decir, que como miembro del sexo «débil» no me siento muy agradecida por esas medidas paritarias, a pesar de que suponen un empujón para llegar a los cargos representativos.
Comparto con ello la propuesta de Ramón de realizarse un cambio de sexo, que sin duda le daría nuevas perspectivas en la vida. Resulta que al final, la persona elegida tendrá que demostrar que aunque no la votaron puede desarrollar su tarea más que decentemente, y siempre tendrá sobre si la losa de la paridad. En mi modesta opinión, más efectivo sería para lograr la paridad, que la conciliación laboral fuese una realidad y no la farsa que nos andan vendiendo. Así como que verdaderamente, los sueldos no se fijasen mirando a los genitales de los trabajadores.
En cuanto a tener en cuenta la antigüedad en caso de empate de votos, siento que soy hija de la nueva generación, nacida demasiado al final del 78, como para creerme que se deba tener en cuenta la antigüedad para desempatar. La capacidad de representar a los compañeros no se incrementa con el número de canas o arrugas en la cara, en mi «juvenil» opinión. Por lo que me parece más oportuno que llegado el momento sea la suerte la que tenga a bien elegir al candidato.
Dicho ésto, enhorabuena por tu artículo que bien te refleja.