Visité Francia por vez primera a principios de los ochenta. Un mundo cartesiano, donde el tiempo y el espacio debían estar bajo control. Todo colectivo o persona estaba encasillado. Nada debía contaminar la deificada ‘Civilisation française’, perfecta por definición. Ya entonces era palpable el racismo y la islamofobia. Naturalmente el destino natural de las sucesivas oleadas de inmigrantes era los guetos: los suburbios (‘banlieues’), la marginación, ya se intuía que provocarían una situación explosiva. Así fue con la entrada del nuevo milenio, durante aquellos disturbios de 2005 que dieron la vuelta al mundo, con centenares de coches ardiendo y enfrentamientos de jóvenes contra la policía. En el paro cronificado y en la ausencia de esperanza se ha gestado el fanatismo asesino. De aquellos cienos vienen estos lodos…
La miseria, la barbarie, los salvapatrias, retroalimentándose constantemente. ¿Dónde se gestó el Terror, quiénes ayudaron a incubar la semilla de la serpiente? La respuesta la hallaréis en aquellos ‘expertos’ a sueldo del Ministerio del Interior de turno que amancebaban el talibanismo local, los que creyeron que mostrándose solo una visión sectaria de la Civilización islámica, donde ha fructificado el Corán, sí, pero junto con Las Mil y Una Noches; dando pábulo al predicador dogmático. y no al humorista o al fino crítico, así se contenía una posible difusión del Islam. Fabriquemos un muñeco mediático del que las masas de los naturales abominen. Los fascistas religiosos encima lo agradecen: la épica del martirio, la epopeya de las persecuciones por la fe, la espiritualidad clandestina…
Sin darse cuenta esos celosos paladines, vocacionales o a sueldo, del occidentalismo cristianizado estaban engordando al monstruo, El desprecio a una cosmovisión islámica liberal, a la singularidad de sus distintos pueblos, el solo dar cancha a la versión grotesca del ‘cura moro’ iría cebando el terror. Se anulaba la vacuna frente a la intransigencia, se dinamitaban los puentes del diálogo. Ya no interesaba ‘El jardín perfumado’ (el Kamasutra árabe), ni Abu Nuwas, Ibn Guzmán u Omar Jayyam, los trovadores báquicos de sensualidad desbordante. Las danzarinas odaliscas de antaño, pintadas por los pintores europeos con profusión, ahora se caracterizan como cuadriculadas monas con burka.
¿No queríais algunos ideólogos del nacionalismo español, francés o europeísta una caricatura asustaviejas o comeniños del Islam, en vez de la realidad plural de una Civilización? Pues bien, ya habéis creado vuestro monstruo de Frankenstein, vuestro sanguinario Golem campando a sus anchas… ¿mereció la pena guisar tal asqueroso bodrio? DIARIO Bahía de Cádiz