Se nos venido encima el frío de golpe, acuchillándonos las ganas. No es extraño que decaigan las esperanzas. Se nos ha muerto otro más sin hacer ruido, con dolores mudos apagados por la ausencia.
Dicen diretes de todos los colores, pero la realidad se impone contándonos que se le partió el pecho por varias partes.
Una, la de no poder llegar al “viernes negro” donde se acumulan cartones y viandantes a igual raso. Dos, la de comer por última vez acompañado por un coro de ángeles, sopita calentita del centro de acogida, con pronóstico probable de cama blanda.
Ya se sabe que son los recovecos de las entidades bancarias afluencia de desgraciados que parten sus corazones en noches frías conminadas a la tragedia, porque no hay cartones ni mantas que curen el hastío y la vaciedad de tanta miseria.
Se nos ha venido encima la tristeza con los escaparates vestidos de fiesta y los verdes y rojos que asustan a los daltónicos. Todo es consumo y gastar, dinero y vida a partes iguales.
El que ha muerto veía la vida a media caña desde la fuente de las tortugas, nosotros –en cambio- absorbemos los minutos creyéndonos libres de toda culpa, agraciados con el godo de la prepotencia. Porque no hay sitio de Cádiz en que el mar azulee tanto ni el levante rompa los adoquines con tanto salero, solo por eso.
Podríamos pensar que es lástima que se le hayan roto las ganas tan cerca las fiestas porque Columela y San Francisco están a horas de llenarse de gente y lo mismo alguna propinilla le habría caído al bote. Pero sería un ejercicio contumaz de hipocresía porque la invisibilidad les hace permanecer a oscuras, capataces de un tren que descarrila a dos bandas -al lado nuestro- sin que nos importe un bledo.
En las inmediaciones de la fuente de las tortugas, señoronas de barrio encogen la nariz cuando ven a los que en un futuro -no muy lejano- romperán sus corazones a hachazos de frío y mala vida. Son montoncitos de inoperancia pública, desechos de una sociedad que los repele como el agua en los manteles de los chinos. No son problema más que si se señalan, porque en realidad no están ahí, sí los paseantes de los barcos lujosamente atracados que enfocan la Bahía majestuosa y altiva, tan cruelmente olvidada por todos como esos habitantes apostados bajo las marquesinas de los autobuses, arropados con mantas. Se ha muerto uno… ¿y qué?, no será ni el primero, ni el último, porque atenaza la noche y la esperanza y la solidaridad se desangran.
No era un famoso político, no participaba en el Gran Hermano de este año, no estaba en la Corporación municipal, ni tenía familia que le guardase, estaba solo con su humanidad muerto en un receptáculo. Luego llegó la policía y el forense. Seguía el frío que los comerciantes ansiaban tanto para vender lo que no nos hace ni puñetera falta. DIARIO Bahía de Cádiz