Hay un patriarca que era de misa diaria. Luego por lo visto cabeceaba de mujeriego. Ahora le andan saliendo hijos secretos después de muerto, porque de vivo los chancleteaba por los bajos.
No me extraña, no por la misa diaria a la que asistía, sino por las apariencias que son malas consejeras y puteadoras de destinos.
Los que tenemos la conciencia tranquila no necesitamos que un cura nos absuelva, ni persignarnos las culpas pasadas -a golpe de rejilla- para irnos a nuestra casa con el alma lavadita y planchada. Con no hacer la puñeta ya nos basta. Pero entiendo que a algunos esto les cuesta la vida porque desde que se levantan, hasta que se acuestan, viven para dar morcilla a todo el que se les revira.
Este patriarca gozaba enchufado a la alcachofa de una reportera intrépida, guapa de sobras. Se le veía al hombre más feliz-infinitamente- que con su adusta esposa, que debía cumplir a la perfección los roles asignados pero que no sonreía cuando estaba a su lado.
Es lo malo de los armarios empotrados que escode grandes verdades, porque tienen las entrañas llena de miseria. No sé si les ha pasado que quieran hasta la locura. No sé si han tenido la suerte de que esa persona les haga tan felices que el tiempo se acorte y solo se desee más y más a su lado. Pues imagínense lo contrario; la compañía a la fuerza, las sonrisas enlatadas y un maridaje que sea tragadera de arena rebatada de playa. Se asombrarán de que eso pase, como lo hago yo, porque con lo hermosa que es la libertad, que las creencias lleven a hacerte la puñeta no se entiende. Al menos yo no lo entiendo. Pero así es porque el patriarca solo sonreía al lado de carne humana, prensil y fragante, suave y redondeada como el gesto plácido de su mujer cuando él no estaba. Aún con ello a la chepa parieron hijos y entramaron imperios que hoy se dilucidan en los juzgados. No creo que sea la culpa de la misa diaria, sino de la conveniencia, de la codicia y la oportunidad que da vivir con unas reglas que luego se te atan al cuello y te ahorcan cuando menos te lo esperas.
El patriarca dejó de serlo a punto de ser devorado por sus propios hijos, porque ya se sabe que cuando la mente se empequeñece los avariciosos marchan a caballo. Ya nada más que quedan las apariencias, las causas penales y los juzgados investigadores de moneda escapada por las grietas. Las fotos se prodigan en los recordatorios monográficos sin que nadie se acuerde ya de la misa diaria, ni del canto de los coros de niños -tan parecidos a los Ángeles- que ni chillan, ni juegan, porque andan recogidos en los altares. Son muy malas las apariencias y la miseria que generan las entretelas de los armarios, el alcanfor enlatado y los estantes apilados de verdades a buen recaudo. DIARIO Bahía de Cádiz