Son Los Toruños el mejor paraje para perderse del mundo. Incluso puede mecerte el tiempo, mirando la copa de los pinos. Cuando hace frío, el Pinar de la Algaida se contrae sobre sí mismo y la higuera que emboca la avenida pétrea mira a lo lejos, las azuladas aguas del Guadalete.
Josefa llegó en su coche, con una rueda pinchada. Era unos de los días más escarchados de la temporada, con las sabinas y los enebros vestidos de plata. Un charrancillo la saludó al pasar, asombrándose de lo temprano que era para paseos, a media semana y con el frío que calaba los huesos.
La marisma también se sorprendió al verla, pero calló porque teme al hombre y sus vanidades, sus bicicletas y sus plásticos, que la matan y ahogan en desechos.
Luego cuando pasó el día entero y la noche alimentada de mares embrujados y fríos invernales, ya supieron que Josefa había sido recogida por el tiempo, acunada por los mares milenarios de historias envueltas en sus mareas.
Fue cuando los vieron a ellos, buscándola, con helicópteros y coches, con uniformes coloridos, que destemplaron los senderos y atemorizaron a las dunas, donde duerme el barrón.
Ya para entonces Josefa se había hecho una con ellos, dejado de un lado su cuerpo entre matorrales y aguas que la peinaron y mecieron. Cuando todos se fueron, no la echaron de menos, porque se quedaron con su esencia de libertad y valentía, de suspiros de marismas grata y cielo blanqueado por el día.
Son Los Toruños, el mejor paraje para perderse del mundo. Incluso puede mecerte el tiempo, mirando la copa de los pinos. Tanto que no te importa una rueda pinchada, porque se acaba lo monótono, lo gris, abriéndose un mundo donde las hadas existen y los pájaros hablan en múltiples lenguas, olvidadas por la humanidad.
Donde los charranes hacen nido en las sabinas, hincado el pico en el vientre de la marisma, saciando hambre con viento, sed con luz del atardecer, furibundo por hundirse de nuevo en el vientre de la tierra. Los barrones se mecen al compás de la levantera y el eco de los Carnavales llega como un ensalmo mágico capaz de acabar con las tristezas.
No es mal lugar para rezar plegarias terrenas, ni para elevar los ojos y ver lo infinito que nos acongoja y hacer estallar el llanto. Felicidad en verdes y malvas, en azules palatinos, en envoltura de barros mojados por la sal de peces barbitúricos de prodigios varios, como hacerse a la mar por un río navegable y conquistable. Mitad rota en dos mitades desiguales, uno la que regaló Josefa con su esencia, de aguas y puentes y miradores. Otra, que custodia la higuera, de senderos que se pierden donde la imaginación navega.
No es mal lugar para tejer un sueño dichoso, donde dejarse morir o morir sin quererlo, con solo 69 años y toda una horda de salvamento, tras tus pasos quietos. DIARIO Bahía de Cádiz