A menudo recibo consejos de las personas que sé que me aman, me quieren o me estiman: “Cuida las formas”, me sugieren. Otros que me odian, me rechazan o me envidian, no me sugieren, me califican o definen: nazi, orangután, ignorante, mal perdedor, machista, son algunas de las lindezas que he recibido últimamente desde las filas de los postmodernos del pensamiento débil que hacen gala de la ortodoxia inquisidora de guante blanco. Es lamentable y alarmante pero al mismo tiempo divertido, no tienen ni media bofetada dialéctica pero sí están respaldados por los nuevos tiempos y, como reflexiona Nietzsche, son mayoría, son muchos, y por eso suelen ganar.
¡Cuánto miedo hay en esta democracia! Ya contaré algún día las experiencias que he sufrido con la llamada Justicia. He conocido muy de cerca un pleito como un simple testigo y he acabado siendo también testigo de autos y fallos presuntamente prevaricadores contra los que o no hay valor para contrarrestarlos o no vale la pena porque al final esto se está ya pareciendo a gringolandia cada vez más como una calcomanía: dinero, poder, intrigas, influencias o no hay nada que hacer. No me extraña que los españoles coloquen a la Justicia en el último o penúltimo lugar de sus “preferencias”. Pero ya habrá tiempo para tratar el tema porque por ahora queda la palabra. Por ahora…
La verdad es que no insulta ni prevarica el que quiere sino el que puede, es decir, hasta para eso hay que tener categoría. Da la impresión de que soy un temerario. No, en absoluto, siento mucho miedo y eso es lo que más me preocupa, que ahora siento más miedo del que sentía cuando peleaba contra Franco. A Franco y a su régimen se les veían venir, te decían las cosas de frente, cara a cara, y sabías a qué atenerte. Ahora, la mediocridad que se ha ido instalando aquí y allá desde la Transición hasta hoy más las estrategias propugnadas por los ideólogos de la llamada nueva izquierda, terceras vías, etc., como Ulrich Beck, Giddens, Savater, Bobbio, Hessel o Forrester, casi todos ellos amparados por personajes como Blair, Zapatero u Obama, han tejido un nuevo totalitarismo de la corrección diplomática que por un lado te sonríe y por detrás te pega la puñalada.
Por regla general, los miembros más conscientes de mi generación están ya en retirada, saben que el tema no tiene arreglo. Lo que tal vez ignoren los nuevos “revolucionarios” es que estamos en el seno de un cambio histórico profundo pero que no son ellos los que lo están protagonizando sino los que se supone que son sus enemigos o rivales. La guerra la está ganando el neoliberalismo, sin duda, y ellos son los monigotes que lo justifican, montados cada uno en su caballo percherón desde el que dan palos de ciego presuntamente muy progresistas. No, no, aquí se está implantando una nueva etapa del mercado donde, en efecto, otros piensan por nosotros y nos divierten y nos dicen hasta qué es lo progresista y qué no lo es.
Frente a tal situación, nos hallamos quienes perdemos las formas, es decir, algo así como los últimos de Filipinas. No vamos a ser como aquellos personajes de una antigua viñeta de Forges que estaban encarcelados pero, cuando los sacaban en grupo de sus mazmorras para que se esparcieran algo, iban cantando: “Qué buenos son nuestros verdugos que nos llevan a pasear”.
Cuando me encuentro con alguien que vocifera y pierde las formas suelo dedicarme a separar la paja del grano: ignoro sus formas y me detengo en el fondo de lo que dice. Vengo de un tiempo en el que la crítica y la autocrítica eran feroces y no por eso nos dejábamos de hablar. A lo mejor lo que se necesita es un país donde tomen el mando los chillones y los pitufos gruñones aunque lo veo difícil porque el país que tenemos es el que se deriva de “no le digas eso al niño que se nos frustra”, “no me estreses”, que añadiría el huevón caribeño de un anuncio. O también: “Mamá, que Pepito me ha pegado y el profesor me ha dicho memo”. “No te preocupes, hijo, ahora le endiño un cosque a Pepito y luego iré a ver qué te ha hecho el hijo de puta de tu profesor. ¡Faltaría más!”.
En fin, lo de siempre. Quienes ni se pringaron en su día y ahora su compromiso consiste en tocar un pito en una manifestación o en hablar para oírse a sí mismos y exclamar “¡Qué fuerte!” cuando no les gusta algo, son más demócratas que Pericles o que Montesquieu y más marxistas que Marx que, miren por dónde, no era marxista, según sostuvo él mismo. Pero, claro, es que ni han leído a don Carlos ni a los otros dos mentados caballeros.
Como observan ustedes este artículo pertenece a alguien de la “segunda edad” y su contenido esencial pudiera parecerse a eso de que cualquier tiempo pasado fue mejor pero no se equivoquen. El tiempo actual es mejor que el mío y además más interesante desde el punto de vista científico. Lo que persiste es la estupidez humana con otro vestido y contra eso es muy complicado combatir, tal vez sólo quede describirla y divertirse a su costa, he ahí su gran utilidad. DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig