Alguien colgó una frase en redes sociales haciendo mención a la cantidad de empresas que quebrarían si las mujeres estuvieran contentas con su físico, y la verdad que da vértigo pensarlo. Desde corseterías hasta clínicas, pasando por todo tipo de empresas cosméticas, por poner un par de ejemplos.
El volumen de negocio en torno a la insatisfacción permanente que las mujeres tenemos con nuestra cara y nuestro cuerpo es impresionante. Las enfermedades y los trastornos alimenticios que nos provocamos por mantener un peso supuestamente “correcto” da vergüenza. Mucha vergüenza.
Todo lo que las mujeres hemos conseguido al incorporarnos al mundo laboral, todo lo que hemos luchado, y todo lo que seguimos luchando por una igualdad de oportunidades real, choca frontalmente con esta secuela de nuestro cerebro primitivo, en que debíamos aparecer deseables en la cueva, para que el macho cazador no nos abandonara a nuestra suerte con la prole. Por supuesto, me incluyo en todo este tema porque soy la primera que entro en este juego absurdo, sólo trato de reflexionar.
Probemos a dar la vuelta a la tortilla por un momento, probemos a razonar: Nuestra cintura no es lo que era, casi ni la notamos en ocasiones. La primera opción es comprarnos una faja que nos asfixie pero nos permita lucir aquel vestido diseñado para una veinteañera que no se lo puede comprar porque, evidentemente, no tiene el poder adquisitivo de una cincuentona. Podemos vivir al borde de la asfixia o pensar que la razón de que esto suceda no es otra que el hecho de haber tenido en nuestro interior una vida creciendo. Nuestro cuerpo es capaz de transformarse, nuestra piel de estirarse y nuestros músculos de soportarlo. El corazón se mueve de su sitio y los pulmones se repliegan durante un embarazo.
El cuerpo humano puede soportar como máximo cuarenta y cinco unidades de dolor sin desmayarse, dicen los expertos. Una mujer soporta durante el parto cincuenta y siete. Nuestras hormonas nos vapulean durante años con subidas y bajadas mensuales, para terminar dándonos una paliza considerable cuando se van del todo. Insomnio, dolores y cambios de humor, acompañados a veces de una honda tristeza, nos introducen en la edad madura. Todas salimos airosas, todas nos levantamos cada día para ir a trabajar. Todas seguimos adelante.
¿A estas alturas del discurso alguien tiene alguna duda de que no hay nada mejor diseñado que el cuerpo de una mujer? ¿Esa obra de arte con piernas merece ser castigada con operaciones y dietas para gustarle a quién? ¿Sexo débil? ¡Anda ya!
Si el miedo y/o la causa de todo esto es que un tipo, en su ridícula (con perdón) crisis de la edad madura, pueda cambiarte por un cuerpo más recio, mira en tu interior y pregúntate si merecerá la pena. Siempre hemos pensado que el hecho de que sea mucho más frecuente que un hombre mayor esté con una mujer más joven y no al contrario, era fruto de una sociedad patriarcal y sumamente machista. Yo creo firmemente que es fruto de una puerilidad masculina con raíces testosterónicas. Ni que decir tiene que la mayoría de los hombres no necesitan resolver las crisis de la edad de esta infantil manera.
Si no consta el caso contrario con tanta frecuencia, no creo que sea porque a las mujeres no nos gusten los hombres más jóvenes. Es que nos da la risa. DIARIO Bahía de Cádiz