“Siempre que entres en mi tienda, hazlo descalzo, con tus pies lavados, y el rostro descubierto, para que yo pueda leer en tu cara cuánta sinceridad, por tu visita me traes, como presente. Así podremos comer en la misma mesa, dialogar y dormir en paz”. MRC.
¿Por qué motivo, un ser humano, se expone a un peligro sin necesidad ni obligado, esté a ello? ¿O es, para demostrase a sí mismo, u a otros, su fortaleza y valentía, y con ello ganar estima y posición, ante los demás?
Pienso que correr riesgos fuera de lo necesario, es atentar contra la libertad y dignidad humana. Pues de sobra es sabido, que todo mortal, mientras vive, expuesto está, a multitud de peligros, por lo que es absurdo aumentarlos.
Observen aquí, en este país, las corridas de toros, la multitudinaria Fiesta de los San Fermines, el salto del balcón a la piscina, los que se tumban entre las vías del tren, para que les pase éste por encima o para más, la ruleta rusa. Riesgos, que no valoran los insensatos sujetos a sabiendas de conocer que les va, la vida en ello.
Veamos otra forma de riesgo, la del torero, cuando salta al ruedo y se postra de hinojos ante el portón del chiquero, con el trapo en el suelo, en espera a que salga el morlaco.
Por seguro podemos dar, que mientras allí permanece en esa postura, el miedo, le hará, encomendarse al santo que venere, con fervor, rogándole, que cuando la bestia, le envista, le proteja de sus afiladas astas. Allí, por voluntad propia, permanecerá, preso del miedo y angustia, segregando hormonas de adrenalina, en grandes dosis. Un capoteo, que tan solo dura segundos, se le hará interminable la espera, cómo, si el tiempo, no corriera y se hubiese estancado. Periodo, en el que, la garganta, comienza a secarse y la piel, segrega sudor, y hasta el aire que respira le hace resollar. Le gustaría levantarse y salir huyendo, pero su código de honor y posición no se lo permitirá, porque su profesión, así se lo demanda, y quedaría arruinada.
Escribir, lidiar y fornicar, digo yo, tareas son que enaltecen y categoría dan a quien las realiza, cuando, con “buena pluma”, tinta donde mojar, se comienza una faena y la termina felizmente, sin vacilar.
Todo riego que corre hoy la gente joven, no la realizaría si acompañado no fuera, de pócimas o estimulante, que le impulse a realizar actos tan peligrosos, ya, que en estado de equilibrio mental estable, no llegaría a realizarlo, más bien, diría, que son causadas por oscilaciones emocionales muy marcadas, o de algún tipo de trastorno de personalidad de tipo narcisista, que pueda padecer.
En otro plano, me atrevería agregar que existe otras clases de riesgos, en los que, si no se juega la vida, si ponen en riesgo, estima y categoría, el autor. Por ejemplo, la de aquellos escritores, que a pesar de oír esa llamada interior que les alerta, no son sinceros y prudentes con sus manifestaciones, y a pesar de ello, traspasan los límites que marcan su conducta y carácter, para situarse en un dominio que no les corresponde, dan lugar con ello, a mostrar una personalidad y sentimientos, muy distintos a los que en condiciones normales, por habito observan.
Es un riesgo que se corre, cuando un escritor, expone sentimientos que no siente ni práctica, guiado por el afán de ganar fama y popularidad, sin tener en cuenta, que tal postura, puede afectarle, para bien o para mal suyo, de forma sensible, en las relaciones interpersonales.
Sin embargo, una constante conducta de la personalidad y carácter, equilibrado, de un escritor, genera prestigio confianza y respeto, ante los demás.
El espíritu de rebeldía -o pequeño demonio retozón que solemos llevar en nuestro interior-, suele hacerse patente, cuando, su compañero el angelito bueno, se adormece y sea entonces cuando éste hace su aparición. Es el diablillo malo, propuesto a manejar y seducir, la conciencia de su amo y señor, habituado, a llevar una vida recta y ordenada, para que rompa con ella y experimente, nuevas y solazadas sensaciones, que este mundo le ofrece.
Mas no por ello, tras un tiempo de asueto y de satisfacción y colmado haya sus antojadizas metas, nuestro protagonista, no tardará mucho, en recibir de nuevo al angelito bueno – que sesteando estaba-, y raudo ha vuelto a su oficio de tal, en busca de su pupilo, que tanto trabajo le costó encauzar, para que vuelva de nuevo a su redil y practicando siga el bien. Como, también, extraño será que una vez superado haya el miedo a romper con sus hábitos, de nuevo, no vuelva a las andadas, con alguna otra nueva aventura, que le saque de la monótona y aburrida vida que lleva.
Por lo que ambos diablillos estarán en continuo conflicto, por el control de la conciencia de su amo, hasta que uno de ellos, en esta continua lucha, quede exánime y desista en su empeño.