¿Acaso cree alguien que es malo pensar en uno mismo? ¡Qué va, todo lo contrario, es excelente! Porque el ‘conocerte a ti mismo’ es la primera de las virtudes en poner en práctica.
Y se le llama humildad. La humildad es la verdad sobre nuestra persona. Y para qué engañarnos, conviene que al explorar nuestro yo, lo hagamos ante la eterna mirada del Hacedor.
Ese testigo nos obligará tarde o temprano a no mentirnos sin el conocimiento veraz de nosotros mismos ya que las otras virtudes pueden resultar falsas, o meras formas hipócritas.
Hay quienes hacen caridades a granel hasta convertirse en vivas instituciones benefactoras; y sin embargo ignoran que lo único que les mueven es el deseo de ser alabados, o de menospreciar a los demás con su grandeza.
Solamente en el conocimiento de uno mismo se puede asentar sólidamente la construcción de la personalidad moral. San Agustín oraba de la siguiente manera: ‘conócete a ti y conózcame a mí’.
Seguramente habremos sentido alguna vez ansia y disgusto cuando nos hemos encontrado con una persona egoísta de esas ‘yo-me-mi-conmigo’ que atropellan los derechos de los demás para salirse siempre con la suya, que descuidan la atención que deben a su cónyuge, a sus hijos, a sus amigos y en general a su prójimo por ocuparse solamente de sus intereses personales.
Y te habrá aflorado también un reproche en la punta de la lengua ¡Que mal está eso! Y en cierto modo, todos somos egoístas en mayor o menor escala, es decir inmaduros; porque para realizarnos en plenitud, debemos luchar contra ese gran defecto y se le ataca eficazmente con el conocimiento y la aceptación de uno mismo.
Y también haciendo actos afectuosos en beneficio de los demás, aunque esas personas por lo pronto no nos interesen demasiado. Había en Grecia un santuario en honor de Apolo que se hallaba en Delfos. Ningún templo fue tan venerado en la antigüedad como aquel. A la entrada tenía inscrita una máxima de valor eterno: ‘Conócete a ti mismo’.
Pues bien, en cada uno, en cada ser humano hay también una invitación a penetrar en su alma. Quienes viven en el exterior de una cáscara tienen miedo. Quienes habitan en su interior hallan la paz.
Los superficiales ignoran los valores que esconden en su persona y por eso se sienten inseguros. Buscan entonces un apoyo fuera de sí mismo. Andan desolados queriendo aferrarse a algo que les mantengan seguros; procuran ser ricos porque eso les tranquiliza un poco o desean alcanzar un sitio social prominente para librarse de su temor al prójimo o hacen víctima de su dominio a alguien para probarse en sí mismo que son muy fuertes.
¡Pero cuidado! lo exterior nos da sólo una seguridad ficticia o relativa y, en cualquier momento, podría faltarnos esa muleta y entonces nos derrumbaríamos. DIARIO Bahía de Cádiz