Farruquito –en su momento-, Ortega Cano, Isabel Pantoja…, tres nombres que, a pesar de haber cometido homicidio o de haber robado dinero a los españoles, encima los vamos a subir a los altares. El primero de ellos atropelló a una persona, su carnet de conducir era inexistente o dejaba mucho que desear, le negó auxilio al atropellado –que murió- pero lleva mucho tiempo en la calle. Y, como es de etnia gitana, hay que andarse con cuidado a la hora de recordar su caso porque te pueden tildar de xenófobo.
Ortega Cano no da una a derechas desde que murió Rocío Jurado que se conoce que los tenía bien puestos porque fue morirse ella y estallar la familia (de forma parecida a los casos de Lola Flores y de Rocío Dúrcal). El extorero ha ido dando tumbos y en uno de ellos se llevó por delante a un señor en un accidente de tráfico en el que acusaron al matador de ir bebido sólo que esta vez no mató a un toro sino a una persona que iba circulando con todas las de la ley. Se conoce que por muy valiente que pareciera Ortega Cano ante un toro, ante el toro de la vida no era tan decidido y su señora tenía un enorme poderío sobre él. Algunos manuales de psicología hablan de los complejos de inferioridad y de las débiles dosis de autoestima que padecen algunas personas que deben desarrollar grandes “hazañas” antes los demás y buscar apoyos extraordinarios en otros y cuando esos otros desaparecen las goteras psíquicas se hacen bien visibles.
A las puertas de la cárcel donde ahora “reside” Ortega Cano se concentran los periodistas para hablar con él y con su nueva novia. El exdiestro confiesa que está arrepentido y que le va a rezar a ésta o a aquella virgen. Cámaras y micrófonos para el delincuente cuando aún no se ha enfrentado apenas con su condena y además por el momento lo hace con cierta comodidad y proyección pública positiva. El sentimentalismo cae sobre los receptores y probablemente no pocos sientan pena por él y entonces yo me acuerdo de sus víctimas a las que no les colocan las cámaras y los micros para que den su opinión sobre esta forma zafia de mostrar la información, a base de colocar el mundo al revés: las víctimas, ignoradas y el culpable, ensalzado. Y todo en la televisión pública, en Corazón, corazón, donde todo es hermoso, un programa hecho para unos receptores alegres y confiados que lloran ante las cámaras de rabia, de pena, de dolor o de alegría mientras la Troika y otros –vamos a poner presuntos delincuentes- les planifican una vida para echarse a temblar. Eso sí que es un culebrón pero se supone que sin final feliz.
Por su parte, la Pantoja espera ya que la dejen salir de la cárcel de vez en cuando para ir entrenando la voz y dar conciertos por ahí para pagarnos lo que nos debe. Hemos seguido la vida y milagros de esta persona totalmente secundaria en la historia: que si canta, que si baila, que si se casa, que si tiene un niño, la vida del niño nos la sabemos de memoria, que si enviuda, que si un novio, que si otro novio, que si la condena, que si se ha desmayado, la pobre, que si la cárcel, que si no puede preparar su voz en la cárcel para poder cantar, que menos mal que ya le van a dar la “media pensión” carcelaria. De nuevo cámaras y micros y la condenada se presenta ante la opinión pública (que se vuelve opinión publicada) como una especie de víctima de la Justicia ante el pueblo que la adora.
Y qué decir del mundo político, eso ya lo sabe todo el mundo: Bárcenas en la calle y los que tenían que acompañarlos en la cárcel también andan sueltos y gozosos. Y más de trescientos investigados/imputados entre EREs y subvenciones en cursos de formación son muchos, demasiados garbanzos negros como para que la gente no generalice. Al lado de ellos, los dos muchachos de Podemos con sus presuntas irregularidades son como los delincuentes de cuello blanco frente a los robagallinas pero son estos últimos los que pagan los platos rotos y así es como se divide a la gente y se la hace dudar a la hora de unas votaciones o simplemente se provoca que se dividan y discutan acaloradamente en una conversación.
Qué cantidad de ciudadanos honrados que trabajan fuerte a diario o deben buscarse la vida en esta sociedad de muerte donde lo único que mejoran son los números macroeconómicos que nos llevan a una sociedad mortecina, se merecen esas cámaras y esos micrófonos mucho antes que los condenados de lujo. Pero no, mejor que los aprovechen los condenados de lujo que nos rodean, de esa manera el pueblo se mantiene distraído aunque a no pocos nos den ganas de vomitar hasta la primera papilla. DIARIO Bahía de Cádiz Ramón Reig