Uno de los recuerdos que han sobrevivido de cuando era un niño se remonta aquel día en el que, mis padres, me entregaron una hucha de hierro, con una ranura en la parte superior y una compuerta en la inferior, cerrada herméticamente, para que fuera guardando las monedas que mis tíos y demás familiares, en ocasiones, me obsequiaban, para que aprendiese a no malgastar el dinero en cosas banales. De tanto en tanto me acompañaban a la Caja de Ahorros y Monte de Piedad para que, el encargado de la ventanilla, sacase su llave y vaciase el contenido, preciado resultado de mis aportaciones a aquella misteriosa cajita que si bien aceptaba, con el ansia del hambriento glotón, todo lo que se introducía a través de la estrecha obertura; era imposible, por mucho que lo intentara, cuando mi fe en el ahorro decaía ante la posibilidad de comprarme unos chuches, conseguir que escupiera ni una sola de las monedas atesoradas en su interior. Aquellas cantidades, comparadas con lo que hoy en día consideraríamos como normales, eran mínimas, apenas calderilla, pero tenían un valor incalculable si se quisiera tasar por lo educativas que resultaban para alguien que todavía no sabía darle el valor al dinero, pero si empezaba a percibir lo que se podía conseguir a cambio de unas cuantas perras.
Como cada día tenemos sorpresas, normalmente desagradables, incomprensibles para los que ya atesoramos más experiencia que fuerza física y, en ocasiones, demostrativas de la degradación de valores a la que se dirige, imparablemente, esta humanidad del siglo XXI, dispuesta a renunciar a todos los valores heredados de nuestros antepasados, para lanzarse a la vorágine del materialismo relativista y egoísta, sin que se sepa hacia donde nos van a llevar, mejor dicho, va a llevar a nuestros nietos, si la humanidad persiste en renunciar a toda espiritualidad, ética, moral y respeto por el prójimo, para entregarse al “carpe diem cuam mínima crédula” de Horacio, que hoy parece ser el sentimiento imperante entre las nuevas generaciones.
Antes, señores, se pensaba que cuando alguien contraía una deuda existía la obligación de devolverla en el momento previamente convenido. El que solicitaba una cantidad a préstamo era consciente de que, salvo en casos especiales de generosidad del prestamista, debería pagar una cantidad, una contraprestación ya convenida, que constituía el interés que el prestatario debería pagar por el tiempo que durase el préstamo. Eso lo entiende hasta el más obtuso en materia económica. Sin embargo, cuando esta simple explicación la elevamos a la categoría de naciones soberanas, existen algunos, personas que ocupan cargos importantes en determinadas organizaciones, a los que les es imposible entender que los préstamos entre naciones o entre entidades de crédito extranacionales y países determinados, también se les deben aplicar las mismas reglas que se utilizan en los casos de préstamos entre personas, que son válidas para los préstamos públicos.
Y es que, cuando un señor, como Alfred de Zayas, un experto en Derechos Humanos de Naciones Unidas, utiliza términos tan propios de agitadores comunistas como hablar del “gran capital” o de “las instituciones que no rinden cuentas”, refiriéndose al FMI y al BCE; no nos queda más remedio que reafirmarnos en la idea de que la ONU, tal y como está concebida en la actualidad, no es más que un carísimo ente que amamanta muchos miles de funcionarios que viven ricamente; que no ha conseguido más que entorpecer el funcionamiento de una verdadera democracia en su seno, al estar supeditadas sus resoluciones a la voluntad de una serie de naciones, omnipresentes en la economía mundial y que tienen, cada una de ellas, la facultad de veto sobre lo que cualquier mayoría de la cámara haya resuelto. Por añadidura, como si fuera un gran avispero, ha conseguido que, en sus seno, a través de comisiones, subcomisiones o foros de discusión, se hayan constituido brotes “progresistas” que actúan como “vigilantes” del funcionamiento de la humanidad, para apoyar el aborto, la homosexualidad, las misiones a los países africanos o del tercer mundo, que se han demostrado inútiles y, en ocasiones, contraproducentes; sin que hayan conseguido evitar los conflictos de toda clase que van surgiendo, debido a que siempre hay una nación a la que favorecen y otra a la que le incordian, que se ocupan de que la labor pacificadora de la ONU casi siempre acabe siendo inoperante, aparte de muy costosa.
Pues el señor Zayas, seguramente sin tener una información adecuada de lo que ha sido el estado griego durante los últimos años, ha emitido una opinión contraria a los países acreedores y favorable al gobierno griego. Es evidente que no ha tenido en consideración circunstancias de aquel país como: la falta de una fiscalidad eficiente, las jubilaciones a los 52 años imposibles se sostener; las subvenciones públicas y los cientos de miles de funcionarios que perciben retribuciones que superan a las que perciben sus colegas en Alemania. Un pueblo que ha estado viviendo de los préstamos recibidos sin hacer otra cosa que gastárselos y pedir otros nuevos, sin que hayan servido para mejorar su industria (apenas existentes) ni que, los sucesivos gobiernos por los que ha pasado, hayan sido capaces de poner coto a tal sarta de excentricidades hasta que no les quedó más remedio que declararse en default y solicitar el rescate de la CE. Incluso, en esta ocasión, el gobierno griego presentó los datos falsificados a las autoridades que intervinieron en la operación, los famosos hombres de negro. Su última hazaña: entregarse en manos de una organización comunistoide, Syriza, que pensó que desafiando a los acreedores podría dejar de pagar, impunemente, lo que debían.
El señor Zayas habla en contra de las exigencias “desastrosas” del FMI y el BCE a los griegos, durante los cinco últimos años, como si hubieran sido distintas de las que se les han pedido que adoptaran el resto de países rescatados. ¿Cómo se entiende que el anterior gobierno tuviera previsto un incremento del PIB de un 3% para ese 2015 si, es cierto que los tenían acogotados? Afirma que “las reformas exigidas por los acreedores no ayudarán al país a resolver su crisis de deuda” ¿ No han sido las que se les ha exigido a Portugal, Irlanda o a la propia España (que no pidió rescate) y que, no obstante, les han permitido superar la crisis, eso sí, con disciplina y esfuerzo, algo que no parece agradar a los griegos?, ¿no será que el pueblo griego está acostumbrado a un tipo de vida subvencionado y superior al que, el turismo( el único negocio floreciente), les puede proporcionar y, por ello se niegan a renunciar a la vida, superior a sus posibilidades, que pretenden mantener? ¡Claro que a costa del dinero recibido del resto de naciones de la CE, a través del BCE y del FMI!
El señor Zayas se lamenta del dinero que se gasta en guerras, un tópico común a todos los “buenistas”, como si las guerras no hubieran existido siempre y fuera posible permanecer desarmado, pensando que el resto de naciones respetarían la neutralidad en caso de se produjeran circunstancias que impidieran mantenerla. No sé si será consciente del problema de Ucrania y de lo que les viene sucediendo a sus habitantes al no disponer del armamento adecuado para enfrentarse a Rusia o puede que quiera que Europa entera renuncia a defenderse, ante la evidente amenaza de una propagación del conflicto armado del EI, que amenaza a medio mundo si no se toman las medidas oportunas, entre ellas, el empleo de las armas, para luchar contra ellos. No, señor Zayas, a Grecia, a diferencia de lo que usted afirma, se le han dado quitas, se le ha permitido que devuelva la deuda a partir de 30 años y que pague los intereses a partir de los diez años ¿todavía más facilidades? Claro, lo que pretenderá el señor Zayas es que se les condone. Aún así, al cabo de unos años volverían a estar en la misma situación.
O así es como, señores, desde el punto de vista de un ciudadano de a pie, el que Grecia nos deba a los españoles una cantidad aproximada a los 26.000 millones de euros, no es algo que se pueda dejar pasar tranquilamente cuando, de tenerlos en nuestro poder, supondría un 2’5% de nuestro PIB, una nada despreciable cantidad que, con toda seguridad, sabríamos utilizar adecuadamente y aliviaría nuestra deuda pública. DIARIO Bahia de Cádiz