La feria del libro se repite cada año con la sana intención de fomentar la lectura y atraer la atención del lector.
Estadísticamente está demostrado que se lee poco y poco o nada se puede aprender si no practicamos el hábito de la lectura, si no leemos más.
Es evidente que leyendo buenos libros nos ilustraremos, ampliaremos nuestros conocimientos y adquiriremos la cultura deseada. Para ello, disponemos de los mejores y más valiosos vehículos: los libros.
Sin embargo, no hemos de confundir cultura y civilización. La cultura se refiere a valores espirituales: arte, ciencia, ética, moral y la civilización a beneficios materiales: comodidades, lujos y placeres.
Hoy el amor a la cultura ha ido descendiendo en las masas aceleradamente, mientras que la civilización avanza para proporcionarnos diversiones en abundancia, facilidades y otros artilugios.
Ya no tenemos que caminar grandes distancias, para eso tenemos el coche. Los alimentos prefabricados y enlatados ¡son tan prácticos! La comida se prepara en diez minutos. Pero los alimentos envasados traen sustancias químicas para preservarlos, pero cambien sus virtudes naturales. La revolución digital, móviles, tabletas y ordenadores, permiten comunicarnos con cualquier parte del mundo en segundos Pero por otra parte curiosamente nos limita, nos inhibe y nos aísla. Se pierde el contacto personal, y cambiamos intimidad por distancia y frialdad. En las familias y entre las amistades no se dialoga entre sí, sino a través del aparatito aunque -uno- esté al lado del -otro-. ¿Qué efectos dañinos causarán a la larga?
Estamos respirando un aire cargado del polvillo que sale de los escapes de los automóviles, de los humos de las fábricas. La civilización ante-vida se nos ha colado. Esta civilización llamada materialista acaba precisamente con lo material. Parece engrandecer la vida, pero en realidad destroza lo vital. Se afana por el estudio de la naturaleza, por descubrir sus criterios, más solo para exterminarla.
Hay quienes ya están hartos de esta civilización de prisa, del artificio, de la neurosis. ¡Vida y cultura es lo que estamos necesitando! Cultura a montones, a chorros, a torrentes. Y vida. Vida que es tiempo libre para disfrutar ¡Vida que es latir con las vibraciones de la naturaleza! No se le puede dar más horas a la vida, pero si más vida a las horas. Porque la voluntad humana no puede con la fuerza de la naturaleza.
Tenemos que aprender a iniciarnos, si es que no queremos ser presa de este estado de cosas. Hemos de aprender a carecer de algunas comodidades, a prescindir de muchas cosas materiales si de verdad nos espanta el que la civilización dentro de unos años nos deje sin aire que respirar y sin agua que beber. Vivimos sin vivir. Todo es artificial, todo ahoga el canto de la vida. Aunque no moleste lo que aparentemente causa placer.
¿Por qué no cambiar la civilización por la cultura, el confort por la salud, el asfalto por los cielos estrellados, el becerro de oro por el otro, el auténtico y de verdad?
¡La vida! Eso es lo que importa. Hay que amarla con delirio. Defenderla de la civilización devastadora. Sentir que todo está vivo, hasta las piedras y el viento. Y así, poder gritar que todo tiene derecho a no ser aniquilado por la locura del lucro.
Los orientales, quizás más cuerdos que nosotros, tienen otro concepto distinto de la vida, porque distinta es también su cultura. Dicen que hay dos actitudes ante la naturaleza: explotarla o amarla. Ellos prefieren amarla. Desde luego yo también ¿Y tú? DIARIO Bahía de Cádiz