La opinión se mueve como se quiere y se lavan las caras en épocas electorales. Somos ya todos teleadictos, tanto, que no se nos hace una velada sin enchufar el plasma un rato. En los centros sociales, está ahí, aunque nadie la vea y no se apaga gozando de más respeto que los mayores o las madres o los necesitados, que son a veces tan transparentes que pasamos de ellos como si no existieran.
Perdónenme, pero creo menos en los políticos que en aquellos que empiezan las frases con un insulto y acto seguido predican la parrafada de “yo a ti no te he hecho ningún daño hasta ahora, que yo sepa”.
La gente es ingrata y estúpida, pero hay que tolerarlos porque no estamos en el apocalipsis y aún no han empezado a pesarnos los pecados, porque los cuervos negros que los portaban llevan luchando contra la extinción y los pesticidas, lo que les va de vida.
El plasma está ahí, en nuestra cotidianeidad y nos envía imágenes de campamentos de refugiados que nos dan exactamente igual, pero he aquí que si lo personalizamos y vemos a un crío enfermo, nos enerva la dignidad y nos sentimos próceres de la bondad universal, porque hemos redimido de miseria un ápice de arena.
Nos están dando papilla diluida, mensajes subliminares y atontamiento perpetuo, porque se acabarán las lluvias y llegará el verano, votaremos y nos quedará septiembre para arrepentirnos por otros cuatro años, que nunca cuecen las habas al gusto de todos, y las más de las veces al de ninguno.
Este año agosto se pondrá aún más las pilas, y también julio, que haremos como los niños y nos apretaremos la faja hasta el 26 de junio y después cerraremos los ojos y nos tiraremos de la catarata con la grupa enfilada y sin saber dónde pararemos.
Estoy terriblemente cansada de idioteces, de mamones encurtidos en caras de inocencia, en babosas rectilíneas que pajean la cara con medias, como los ladrones de película de los cuarenta.
Estoy hasta las reverencias, y solo estamos a mitad de mayo, acabando las comuniones, con madres hieráticas, apañadoras de manualidades y cocinerías, de poner dinero donde no lo hay, para salir por la puerta grande a modo de paseíllo. La abuela irá enchaquetada, la madre suspirante, el padre distraído y el que se convierte hecho unos mares, seguidos de chiquillería, curiosos y roba líneas como yo, escondida en los alrededores.
Está todo en el plasma, hasta la mala hostia de algunos que solo miran por sus nalgas, enjaretando la mala baba con inspirada sonrisa y musitando “qué pena, qué pena”, cuando el insultado le sale rana y le muestra un espejo para que vean su cadavérica cara.
Muertos sociales de quita y pon, esotéricas figuras que componen un esperpento de maldades y bellaquería, que la opinión es lo que prima y el qué dirán y lo que verán, porque los pecados no se pesan ya, porque los cuervos han volado y pasado de nosotros que miramos el plasma y rezamos. DIARIO Bahía de Cádiz